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Domingo, 21 de noviembre de 2004

Salí

Mal de amores
Los ardores de García Lorca en la Facultad de Psicología

Por Carolina Prieto
En el Auditorio de la Facultad de Psicología de la UBA, los miércoles y viernes por la noche, un puñado de mujeres grita sus penas de amores no correspondidos, embarazos frustrados y muerte en Amáltrico, un sugestivo trabajo creado por Esteban Fagnani sobre la base de tres obras de Federico García Lorca. Pese a los ruidos que se filtran (voces, gritos, algún bombo proselitista), es difícil escapar a la densidad dramática de las escenas de Yerma, La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre, que se entretejen en un espacio oscuro y despojado. Apenas dan marco a la acción un suelo cubierto de tierra, troncos y una indispensable utilería que remiten a un ámbito rural, además de un efectivo diseño lumínico y el sonido de guitarras y cantos.
Es llamativo que un grupo de actores no profesionales (son alumnos del laboratorio de producción de la facultad) logre plasmar toda la carga emotiva de los fragmentos elegidos. Los intérpretes, que comprometen cuerpos y voces, asumen distintos roles con un resultado casi hipnótico. Poco importa reconocer si la actriz que daba vida a Yerma ahora es Adela o Angustias, o si tal escena corresponde a tal o cual obra. Mejor dejarse llevar por esa cadena de frustraciones y encierros que de a poco parecen encarnar en una sola mujer.

Amáltrico: 17 y 19 de noviembre y 1º y 3 de diciembre a las 21 en el Auditorio José Luis Cabezas de la Facultad de Psicología, avenida Independencia 3065.

La hormona medea
Irem Bekter reescribe a la despechada Medea en clave coreográfica

Por Analia Melgar
Pocas tragedias tan inspiradoras para el arte occidental como Medea. La pieza de Eurípides fue ópera (Luigi Cherubini), pintura (Eugène Delacroix), teatro moderno (Jean Anouilh) y cine (Bergman, Pasolini, Dassin, Von Trier, Arturo Ripstein). Ahora, en manos de la actriz y bailarina turca Irem Bekter, Medea es también danza con acentos folklóricos.
Traicionada por Jasón, que contrae en secreto matrimonio con Glauce, bella hija de Creonte, rey de Corinto, Medea es expulsada de la ciudad junto con sus hijos. La venganza que planea tiene cuatro pasos: uno, pide veinticuatro horas para partir; dos, envenena e incinera a Glauce y a su padre; tres, asesina a sus dos hijos; cuatro, exhibe ante el consternado Jasón los cadáveres de los niños, mientras huye en un carro tirado por dragones alados.
Todos los pormenores de la tragedia aparecen grabados en el cuerpo maduro de Irem Bekter, cuya contextura física le da una presencia escénica capaz de sacudir al más indiferente. El recorte textual de Bekter subraya expresivamente la injusticia, el desamor, la venganza irreflexiva. Se enoja, se rebela, grita, solloza. El personaje que compone –de allí el título de su versión: Medea, la voz de la sangre– es pura pasión: un amor y un odio cuya intensidad recuerda los desbordes de la Maria Callas de Pasolini. La puesta de Bekter concentra el trabajo en dos regiones: el rostro, de frente al público, que se transfigura según las distintas emociones; la pelvis, metafórico nudo de la tragedia. Si la Medea de Eurípides tiene su centro en su cabeza –con las meditaciones hamletianas acerca de matar o no matar–, la de Bekter es hormona pura.

Medea, la voz de la sangre, domingos a las 20 en el Taller del Angel, Mario Bravo 1239, tel.: 4963-1571.

Maldita policía
Sadismo y oscuridad en un film noir genial de Fritz Lang

Por Mariano Kairuz
El hombre acaba de pegarse un tiro y se desploma sobre su escritorio. Su mujer baja las escaleras hasta la habitación donde se consumó el suicidio: la escena la sacude un poco, pero ella no pierde la calma y se dispone a leer la carta que dejó el finado. Así, poniendo al espectador un paso por delante del detective Bannion, comienza Los sobornados (The Big Heat), el más magistral de los films noirs que Fritz Lang rodara en el período norteamericano de su carrera.
Filmada en 1953 a partir de un folletín publicado por un tal William P. McGiver en el Saturday Evening Post, Los sobornados habla de un mundo que se derrumba. El suicida de la escena inicial era policía, y los motivos de su drástica decisión son más que oscuros para el detective Bannion (Glenn Ford unos años después de Gilda). Y la luminosidad de su vida doméstica (la bella esposa que lo espera con la cena preparada, la hija que le reclama un cuento para irse a dormir) brilla demasiado para no augurar lo peor. Pero Bannion sobrevivirá a la destrucción de su familia y saldrá en busca de los mafiosos que han puesto a unos cuantos hombres de la fuerza “en la nómina de pagos”.
Así de sombría es Los sobornados. En su escena más perturbadora y memorable, Lee Marvin arroja una cafetera caliente sobre el rostro de Gloria Grahame y la marca para siempre. Todas las mujeres –las buenas, las malas y las confundidas– son objeto de una crueldad sin límites en este clásico brutal que narra sin el menor asomo de piedad el fin de la inocencia.

Hoy a medianoche por el canal Retro.

Viaje al centro del poder
La redención de dos actores erráticos: James Spader y Peter Coyote

Por M.K.
Como Los insobornables, La sombra de una muerte (que sale directo en video) explora el submundo fétido de los poderes corruptos y la desolación del sueño americano hecho pedazos. Su atractivo, sin embargo, reside menos en su retrato de los grandes hombres de negocios y sus imaginativos recodos argumentales que en dos de sus actores protagónicos: Peter Coyote y un avejentadísimo James Spader. La carrera del primero (que alternó las producciones clase B con directores como Almodóvar, Polanski o Spielberg) siempre fue errática; más difícil es determinar dónde exactamente se desbarrancó la del protagonista de Sexo, mentiras y video, que, salvo por algún proyecto independiente (Crash, La secretaria, el inédito Speaking of Sex), se dilapidó entre series de televisión y telefilms de baja calaña.
Tanto Spader como Coyote dignifican sus propias escenas en La sombra..., donde encarnan a sendos miembros de una suerte de sociedad secreta de personajes poderosos. Son los que hacen “lo que hay que hacer” para mantener la respetabilidad de una familia que ha tenido la desgracia de contar con una oveja negra. Con el rostro marcado, el gesto inalterable y la voz apagada, William Ashbury, abogado en las sombras, es la prueba cabal de que James Spader sigue siendo un gran actor en busca de una gran película.

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