Domingo, 2 de abril de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
En los últimos años, Hollywood ha exprimido flagrantemente el mundo del comic en busca de tramas, héroes y villanos y las recaudaciones de Batman, El hombre araña y X-Men le vienen dando la razón. Pero por debajo de ese fenómeno, se viene dando uno mucho más interesante: el descubrimiento de otro tipo de historietas, para adultos, con protagonistas sin superpoderes, atravesadas por cuestiones políticas, sociales y sexuales. El estreno de la adaptación de V de Vendetta, una de las películas más politizadas de los últimos tiempos, es la excusa perfecta para asomarse a esta nueva cantera de Hollywood: la novela gráfica.
Por Rodrigo Fresán
Para empezar a hablar del asunto, la última edición de la revista especializada Empire recuerda que en 1940, en los livings y comedores del Blitz londinense, los ciudadanos escuchaban en la radio un programa que, invariablemente, comenzaba con las primeras notas de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Cuatro notas que, traducidas a cadencia Morse, valían y equivalen a punto-punto-punto-raya y que no significaban otra cosa que la letra V. La idea para el slogan fue de Winston Churchill: V de Victoria.
Muchos años después, Londres 2020, la V es reclamada como vengativa marca propia por un personaje oscuro y enmascarado. Un hombre obsesionado por todo lo que tenga que ver con la letra en cuestión (el título de la novela homónima de Thomas Pynchon, el número romano en la puerta de un calabozo, el nombre de Evey, su joven y hermosa aliada) y más que dispuesto a hacer volar todo por los aires para que todo cambie en la tierra inglesa.
Tómense partes más o menos iguales de 1984, El conde de Montecristo, Fahrenheit 451, La Bella y la Bestia, la fallida y dinamitera efemérides del católico inflamable Guy Fawkes, quien intentó volar el Parlamento inglés el 5 de noviembre de 1605 para así desequilibrar al gobierno protestante, El fantasma de la Opera, El Zorro, algo del nihilismo de las novelas de Chuck Palahniuk, la parte más dark y noir de la patología de cualquier superhéroe y el resultado será la tan explosiva como extraña V de Vendetta.
Una película cuyo género está claro, pero –en un paisaje saturado por inocuas películas basadas en comics– su ADN alterado desconcierta y hasta inquieta. Basada en una “novela gráfica” en diez fascículos con guión de Alan Moore y dibujos de David Lloyd (publicada entre 1982 y 1985), adaptada por los hermanos y creadores de la saga Matrix Larry y Andy Wachowski, producida por Joel “Duro de Matar/Arma Mortal/Matrix” Silver y dirigida por el debutante James McTeigue (ayudante de dirección en la trilogía Matrix y en las dos últimas entregas de Star Wars), V de Vendetta es una de esas películas que uno entra a ver pensando que tiene todo más o menos controlado y de la que sale descubriendo que no, que cortó el cable azul cuando debería haber cortado el rojo. Y que, tal vez, casi seguro, sin duda alguna, si se hubiera cortado el cable rojo el resultado hubiera sido exactamente el mismo. Es decir: ¡KABOOM!
Y V de Vendetta empieza con una gran explosión y termina con una explosión todavía más grande.
Y música sinfónica.
Y un vengador enmascarado dirigiendo las llamas como si se tratara de una orquesta y una joven preguntándose qué está pasando, por qué a mí, qué va a pasarme.
Y entre uno y otro extremo pasan cosas raras.
Y, de acuerdo, Alan Moore imaginó todo esto como una evidente protesta contra las políticas de Margaret “Dama de Hierro” Thatcher. Pero aquí y ahora, V de Vendetta suena todavía más inquietante y apropiada.
Pasen y vean: una ciudad controlada por un entramado invisible de cámaras de circuito cerrado donde se persigue a homosexuales y lesbianas, un jefe de Estado video-totalitario y empeñado en una guerra contra el terror más bien fantasmagórica, un comentarista de televisión de presente mesiánico y pasado militar fascista, un arzobispo corrupto y pedófilo, un puñado de científicos británicos que “dejan escapar” un virus de laboratorio para poder culpar a los islamistas que andan por ahí, una joven hija de desaparecidos llamada Evey (Natalie Portman) que sólo encuentra su lugar en el mundo luego de haber sido sometida a un tan atroz como amoroso lavado de cerebro y cuerpo. Y, por encima de todo y de todos, un héroe de máscara socarrona, absurdo corte de pelo estilo Príncipe Valiente y sombrero de espadachín californiano. Y atención: este héroe responde al nombre de V, es un verdadero amante del arte, se pone un primoroso y coqueto delantal para preparar el desayuno y, bueno, es el más consumado y consumidor de los terroristas.
La acción de V de Vendetta ocupa un año –del 5 de noviembre del 2020 al 5 de noviembre del 2021– y, ya se dijo, pasan muchas cosas en V de Vendetta. Pero no suceden del modo en que uno esperaba que sucederían al pagar la entrada y sentarse en su butaca.
Es decir: tratándose de los Wachowski y de Silver, cabía resignarse a un cómodo y anestesiante festival de efectos especiales con mayor o menor gracia. Pero no. En V de Vendetta –más allá de lo que insinúan los tramposos avances intentando atrapar al adicto de siempre–, aquí brillan por su ausencia los efectos especiales, no son muchas las escenas de acción (apenas una secuencia de knife-time suplantando al bullet-time de Matrix; el método favorito de V a la hora del asesinato selectivo es la jeringa letal) y, en cambio, abundan los largos diálogos que van del romanticismo dickensiano a la cuasi shakespeareana prédica anarca. Esto no quiere decir que V de Vendetta sea una obra maestra, pero sí que no se conforma con ser otra del montón.
V de Vendetta es humilde (apenas 50.000.000 de dólares de presupuesto repartidos entre sets de Londres y los estudios Bebelsberg cercanos a Berlín donde Fritz Lang filmó Metrópolis; poca cosa para las cifras que suelen manejarse en estos casos). El acento inglés de Natalie Portman (protagonista de la rapada más promocionada de la historia luego de las que les hicieron en su momento a Sigourney Weaver y a Demi Moore) va y viene según la escena. Hay algunas desprolijidades de montaje y el ritmo narrativo es más bien espasmódico a lo largo de sus 132 minutos de duración y, en ocasiones, elíptico donde no debería. Pero aun así V de Vendetta acaba seduciendo por sus particularidades (abundan los diálogos, las escenas en pubs y en oficinas; no se extrañan las persecuciones espectaculares, todo recuerda mucho a aquellas series policiales setenteras de la ITV), por la potencia de su cast británico (grandes actuaciones de Stephen Rea, John Hurt, Stephen Fry, Rupert Graves, Roger Allam), por las tinieblas de la fotografía del recientemente fallecido Adrian Biddle (responsable de las luces y sombras de Aliens y Thelma y Louise entre muchas otras), por esa canción triste de Richard Hawley en el soundtrack y, ya se dijo, por la transgresora originalidad de un héroe raro y diferente. Un ser lanzado a un viaje sin retorno. Una pesadilla para todo intérprete, máscara rígida y ausencia de redentora escena de desenmascaramiento. Así, James Purefoy abandonó el rodaje a mitad de camino y fue reemplazado por Hugo Weaving no para ponerle el rostro (ni siquiera los ojos, la máscara de V es completamente hermética), pero sí voz y gesticulaciones a un “héroe” obsesionado por las figuras de Guy Fawkes y Edmond Dantès, adicto a largas parrafadas donde toda palabra debe comenzar con la letra v (imperdible su monólogo de presentación) y predicador de una fe fundada en slogans del tipo “No soy un hombre, soy una idea; y las ideas no se pueden matar” o “Dinamitar un edificio puede cambiar el mundo”.
Y hay que decirlo: a Alan Moore no le gustó V de Vendetta del mismo modo en que no le gustaron lo que hicieron con su From Hell (que no estaba tan mal) y con su League of Extraodinary Gentlemen (que estaba muy mal) y cuya horripilante visión le arrancó a su creador un comentario digno de V: “Creo que el tratamiento que me dieron no hubiera sido peor si yo hubiera sido condenado luego de sodomizar a un autobús lleno de escolares a los que previamente inyectara heroína”. Conclusión: a Moore no le gusta Hollywood, seguramente no le gustará la versión de Watchmen que por estos días planea Paul Greengrass y sólo permitirá su adaptación –como es su costumbre– para cederles todo el dinero a los dibujantes de sus comics y exigiendo la eliminación total de su nombre en títulos y dossiers de prensa.
Con V de Vendetta el asunto fue todavía más complejo y conflictivo: los hermanos Wachowski escribieron el guión antes de Matrix y siempre la pensaron para ser dirigida por ellos. Pero no. Neo se cruzó en el camino y por estos días –cuenta la leyenda urbana– Larry Wachowski vive con una performer sadomasoquista que lo convenció de convertirse en su escultura viviente y, dicen, Larry se lanzó a una “vida alternativa” donde Larry ya no es lo que era y nunca volverá a serlo. Nada de esto le preocupaba a Moore, que en su momento los atendió con gentileza, leyó el guión que le pareció “imbécil” (molestándole en especial la traducción de sus ’80 alternativos a un nuevo milenio post 11 de septiembre) y, cuando se enteró de que Joel Silver andaba diciendo por ahí que “a Moore le encantó la adaptación de los Wachowski”, exigió una disculpa pública. No se la dieron. Moore amenazó entonces con extirpar su nombre de todos los comics que firma para la DC Comics (editorial que suele trabajar con la Warner): “Si vas a reaccionar, pensé que lo mejor es reaccionar a lo grande. Esto acabará con mi carrera en Estados Unidos, claro. Para siempre. Será algo que me dolerá tanto en lo emocional como en lo económico. Pero, ya saben, yo no sé actuar de otro modo cuando se presentan ciertos problemas”.
V estaría orgulloso de su padre.
Más allá de las quejas, los problemas y las desprolijidades, pensar en V de Vendetta como un film under pero de luxe. Una especie distinta de blockbuster que se atrevió a mantener en su sitio y a no reescribir o volver a filmar un solo fotograma del explosivo clímax que tiene lugar en un metro cargado de bombas (la secuencia se rodó el 7 de junio del año pasado, casi un mes antes de los atentados en los subtes de Londres) y que propone el más inquietante y triste de los finales felices planteando un futuro donde el mundo será de los furiosos discípulos de V o de los seguidores de la tal vez más sabia Evey. O quizás Evey cambie radicalmente y decida llevar máscara.
En cualquier caso, la mecha está encendida.
Tuvieron que pasar más de cuatro siglos para que Guy Fawkes fuera vengado (el estreno estaba pensado para el pasado 5 de noviembre, efemérides cuatricentenaria, Silver insiste en que la demora se debió sólo a un retraso en la posproducción) y para que las pantallas del mundo estallen. V de Vendetta ya fue estrenada con una R de Restricted en EE.UU. porque no tiene gracia eso de que el héroe sea un dinamitero loco y mucho menos el apenas escondido mensaje donde se nos informa que todo se soluciona si se mata a las personas correctas.
“La gente no debe temer a sus gobiernos; los gobiernos deben temer a la gente”, dijo V.
Y todo parece indicar que los espectadores han oído el mensaje. Mientras escribo esto, V de Vendetta –película más políticamente denunciante y transgresora que Munich, Syriana, Crash y Buenas noches, y buena suerte– está en los primeros puestos de recaudación en los cada vez más fragmentados Estados Unidos y Reino Unido.
Tiembla Bush, tiembla Blair.
Preparen las máscaras.
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