Domingo, 20 de abril de 2008 | Hoy
MODA > LAS CHOLAS Y SU MUNDO DE POLLERAS
Evo Morales (y la chompa que luce habitualmente en actos oficiales) marcó un antes y un después en la revalorización de las culturas de los indígenas bolivianos. Entre los aspectos más visibles se cuentan las cholas, esas mujeres andinas de pollera, botas, mantillas y bombín. Radar estuvo en La Paz y entrevistó a modistos, reinas de la belleza, intelectuales y hasta una luchadora chola de catch para entender la dimensión del fenómeno de la moda que se remonta a las imposiciones españolas sobre las colonias, delata la astucia de los indígenas para mantener su identidad y revela el verdadero tesoro simbólico de esas polleras.
Por Nicolas G. Recoaro
La chola boliviana viste su historia –la otra historia–, esa historia morena que se escribe en los mercados y las callecitas empinadas del Tíbet sudamericano. “Las cholitas van a seguir usando sus polleras y sombreros porque visten nuestra cultura en sus ropas. Aunque venga la moda europea o americana, las cholas nunca van a dejar de vestir su elegancia, y para que desaparezca esta moda no tendrían que existir más mujeres de pollera. Pero difícil es eso, es nuestra cultura, nuestra identidad”, explica Luiggi Rodríguez, un sastre paceño que desde hace más de cincuenta años dedica sus días a diseñar faldas y mantillas para cholitas, en su pequeño taller de la calle Comercio, en la peatonal más populosa de la ciudad de La Paz. Una verdadera declaración de principios de la eterna y renovada moda chola.
Porque las mujeres andinas viven en los tiempos de Evo Morales una inusitada revalorización. Y bien lejos de las anoréxicas modelos de las pasarelas de París y Milán, la voluptuosa chola boliviana muestra que es mucho más que una dama con polleras. Pero toda historia tiene su inicio y las palabras de Elvira Choque, una paceñita de largas trenzas y sonrisa dorada, pueden servirnos de epígrafe: “Ser chola es un estilo de vida que lleva harto tiempo comprender”.
En su libro El imperio de lo efímero, Gilles Lipovetsky explicaba que “la moda cambia sin cesar, pero en ella no todo cambia”. Lipovetsky lo decía haciendo referencia a la prolongada vida de los kimonos nipones. Pero en estos tiempos de modas descartables y a la carta, parece difícil entender que la ropa de las cholas del siglo XXI tiene más de doscientos años de historia.
La vestimenta chola nació durante los tiempos coloniales, cuando los españoles (por la razón o por la fuerza) obligaron a las indias del Altiplano a abandonar sus atuendos tradicionales para que comenzaran a usar las ropas entonces populares en la península ibérica –la moda chula, después devenida chola–, con polleras a los tobillos, mantillas sevillanas y botas de media caña de tacón alto. Un relato popular del altiplano cuenta que las cholitas terminaron de definir su vestimenta para principios de 1900. El infaltable sombrero hongo fue adoptado por las cholas cuando un vendedor de los varoniles sombreros borsalinos, intentando evitar pérdidas, engatusó a las chicas con la promesa de una segura fertilidad si usaban el sombrero. “Los tiempos harto han cambiado, pero lo mejor es que las señoras usen una falda. Pantalón solamente los varones pueden usar, y las cholas que se ponen pantalón les chupan las piernas, pierde su forma. La cholita tiene que resaltar su forma con la falda, no pantalón”, cuenta Vicente Barrera, un legendario sastre potosino que vistió a buena parte de la burguesía chola de origen aymara que surgió de la mano del comercio, durante la década del ‘40.
La moda chola sobrevivió a las revoluciones liberales y los cimbronazos estéticos del siglo XX. “La mujer de pollera concentra en su atuendo costumbres y características propias del encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo. El traje es una simbiosis que comenzó en la época colonial, pero hoy tiene un innegable toque urbano-mestizo. Es más, la chola es la mayor expresión del mestizaje de Bolivia”, arriesga el antropólogo Freddy Maidana. Hija bastarda del choque violento entre las vestimentas de damiselas europeas y mujeres indígenas del altiplano, la moda chola actual luce con orgullo ese híbrido europeo que se amalgamó con la milenaria tradición aymara y quechua, y que terminaron definiendo su toque único en los diseños de muchas de sus prendas. “Cuentan que las cholas dejaron de hablar durante la colonia para tejer, y es en los tejidos donde está inscripta la verdadera historia de nuestro país”, afirma la escritora Virginia Ayllón.
Pero, lamentablemente, la discriminación y el racismo hacia la cultura chola no son mugres que la sociedad boliviana haya podido superar. Los insultos que recibió la chola Silvia Lazarte, presidenta de la última Asamblea Constituyente boliviana, cuando fue abucheada en el recinto por algunos parlamentarios y manifestantes al grito de “Chola ignorante!”, hablan por sí solos. Sin embargo, la chola moderna ha ido ganando su lugar en los diferentes espacios de la realidad política, económica, social y cultural de Bolivia. “El matriarcado boliviano está más vivo que nunca, y todo lo hemos ganado sin dejar de llevar bien puestas nuestras polleras”, cuenta Lidia Rojas, una cholita que estudia derecho en la Universidad Mayor de San Andrés, la casa de estudios pública de la ciudad de La Paz. Los sombreros hongos y las polleras burdeos todavía son minoría entre las ropas que usan los alumnos de la universidad, pero a partir de la llegada de Evo a la presidencia, algunas cosas han empezado a cambiar.
Hasta no hace mucho, no era bien visto por la conservadora sociedad boliviana que una chola ingresara a una casa de estudios o a un hotel cinco estrellas. Segregación incomprensible de un país donde el 80% de la población se considera indígena. No obstante, la llegada de Evo Morales a la presidencia marcó un antes y un después en la revalorización de las culturas de los indígenas bolivianos y, obviamente, las cholas y sus polleras no quedaron al margen. “Antes éramos discriminadas por usar polleras, hasta nuestros hijos sentían vergüenza. Pero los tiempos cambian y las mujeres de pollera tenemos el coraje de representar a la chola, de mostrarnos, es una forma de sentir orgullo boliviano”, cuenta Silvia Lazarte, la chola de origen quechua que presidió el último cónclave constituyente.
“Indudablemente estamos viviendo una euforia de la moda indígena. Si hasta diseñadores de Christian Dior o el argentino Martín Churba han lanzado modelos inspirados en la moda chola”, asegura Beatriz Canedo, la diseñadora de alta costura más renombrada de Bolivia. Luego de la inusitada publicidad mediática que recibió la famosa chompa que Evo eligió vestir durante sus giras oficiales, la moda indígena cobró dimensiones impensadas. “Con sus ropas, Evo busca instalar un protocolo descolonizador, un dispositivo crítico. El presidente muestra la pluralidad que vive en la sociedad boliviana”, expresa el sastre Luiggi Rodríguez. En sintonía con la promoción de los valores indígenas que hace Morales, las cholas iniciaron su propio destape en las calles, en fiestas populares y en las pasarelas, donde lucen vistosos trajes que no escapan al glamour de la moda más refinada. Y la Fiesta del Gran Poder es el evento donde la chola paceña muestra todo ese glamour.
Bolivia sueña desde hace años con recuperar sus costas al océano Pacífico, pero parecería que con el mar multicolor de cholitas que inunda las calles paceñas durante los festejos del Gran Poder, el litigio marino queda en un segundo plano, aunque sea por algunas horas. La Fastuosa Entrada del Señor del Gran Poder es la fiesta popular y religiosa más importante de La Paz. Durante el primer fin de semana de junio, miles de bailarines y músicos toman la urbe por asalto. “El Gran Poder representa la toma de la ciudad por parte de los indígenas del altiplano. Pero además, la fiesta se ha transformado en la vidriera que anticipa las nuevas tendencias de la moda chola”, explica el sastre Rodríguez.
En las calles que rodean el Cementerio General paceño, miles de cholitas corren ultimando los detalles para arrancar la fiesta. Un poco de maquillaje en las mejillas o algún retoque en las faldas o el sombrero y todas están listas para comenzar el recorrido por las alturas de La Paz. Polleras decoradas con puntillas doradas, zapatitos forrados con aguayos tradicionales y blusas escotadas son las novedades de los últimos años. “Aquí todas visten con orgullo sus polleras, hasta incluso las transformers –así es como llaman a las cholas que dejaron el pantalón por la pollera– se lookean para mostrar nuestra tradición”, explica Wendy Daza, la reina de la comparsa Amaba, mientras acomoda sus prestes dorados, con la ayuda de un diminuto espejo de mano.
Los precios de la ropa de cholita son un tema aparte. Si una chola se quiere vestir para causar impacto, el precio puede ser prohibitivo. Un sombrero de primera calidad puede llegar a costar más de 200 dólares, casi el doble de lo que la mayoría de los bolivianos gana en un mes. Además, la mayoría de los tejidos y apliques de chola son fruto del trabajo artesanal, y sus refinados detalles muchas veces conllevan prolongados tiempos en el proceso de diseño y producción. “Mucho más caro cuesta ser cholita hoy día. Una pollera de los últimos modelitos anda por los 40 dólares y una manta de vicuña puede costar más de 300. Es como llevar un traje de Armani”, explica Mirtha Poma, una vendedora callejera de la avenida Max Paredes, en el barrio textil paceño. Pero las mañas de la mujer andina pueden más que la especulación. “También las mujeres nos costuramos nuestras faldas. Es tradición de las que del campo venimos. La pollera no la vamos a dejar por los precios”, dice con voz segura la reina de la comparsa Amaba, poco antes de comenzar a desfilar sus generosas cinturas por las vías de La Paz.
Los concursos de belleza forman parte de una tradición nacional en Bolivia. La elección del Rey y la Reina de la belleza boliviana han tenido finales dignos de novela mexicana en los últimos años (la notable road movie ¿Quién mató a la llamita blanca?, del director cruceño Rodrigo Bellot, da un excelente pantallazo del asunto). Pero lejos de la frivolidad anoréxica de la elección de la Reina de Bolivia, el concurso Miss Cholita Paceña es por lejos el evento más importante de la moda andina.
Catorce postulantes desfilan las polleras, sus largas trenzas, los fastuosos aretes de oro y delicados prestes con joyas, sobre un escenario montado en el centro de la ciudad. Aquí no vale de nada tener una figura elastizada de modelo europea. Los jurados sólo toman en cuenta la calidad del traje, junto a la elegancia y originalidad de las cholas. El concurso combina tradición y reivindicación, y valora la elegancia al bailar, además del saber representar orgullosamente los valores de las comunidades originarias.
Cuentan que la última elección fue bastante reñida y hasta tuvo su propio escándalo (la cholita elegida por el jurado terminó destronada por utilizar trenzas falsas). “Estoy feliz. Supongo que ahora van a hacer fila para conocerme, ¿no?” explica, con su sonrisa bañada en oros, Sonia Rosas Chambi, la última reina de la belleza chola.
A pocas cuadras de donde se celebra la elección de Miss Cholita, entre los atiborrados mercados populares de la ciudad de El Alto, otra reina de las polleras saca a relucir el orgullo de la mujer andina. Carmen Rosa es la campeona nacional de catch, y aunque usted no lo crea, una mujer de pollera hecha y derecha. “Subir al ring con las faldas y el sombrero traza un puente con las cholas de la audiencia. Como que me dan fuerza y a la vez les doy un mensaje de poder vencer a quienes tengan adelante”, dice la cholita catchascanista. Carmen Rosa cuenta que las faldas y los zapatitos de aguayo no son un obstáculo para realizar las osadas vueltas carnero y patadas voladoras que realiza sobre el cuadrilátero. “El hecho de ser de pollera y aventurarse a luchar es una insignia que muestra la fuerza y el carácter de la chola boliviana. Es un símbolo, un símbolo de la esperanza que tienen todas las mujeres bolivianas”, comenta el escritor Crispín Portugal, mientras Carmen Rosa hace volar a más de un luchador sobre el ring.
Una patada cruza la cara de su retador y la cholita disfruta de una nueva victoria. “¡Uno, dos, tres!”, gritan desde las tribunas las cholas con sus guaguas en brazos. Carmen salta de alegría y dedica el triunfo a todas las mujeres de pollera bolivianas. La lucha ha terminado por hoy y Carmen Rosa acomoda su peinado antes de ponerse el sombrero hongo. Antes de partir, la chola cuenta que debe saludar a algunos de sus admiradores, que la esperan en la puerta del vestuario. Pero ojo, a no confundirse. “La cholita paceña tiene mucho carácter –dice su manager–, como buena streaper es. Se mira pero no se toca.”
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