Domingo, 9 de noviembre de 2008 | Hoy
TEATRO > EVITA Y LAMARQUE A TRAVéS DE LOS OJOS DE SU COSTURERA
Escrita por Santiago Loza y con puesta de Diego Lerer, Nada del amor me produce envidia es una obra que, en la voz de una costurera solitaria que cuenta su vida y sus pesares, homenajea la oralidad íntima de los años ’50 y recrea el choque de dos potencias: Libertad Lamarque y Eva Duarte.
Por Mercedes Halfon
Yo soy los detalles”, dice la costurera de la historia. “Nada del amor me produce envidia” dice, y es también la frase sugerente y nada casual que da título a la obra: detrás de cada palabra de este texto de Santiago Loza hay un cuidado excepcional. La palabra coloquial del teatro, una palabra lanzada, que por ser portadora de acción muchas veces no se le anima a la poesía, tiene aquí, en boca de esta costurera modosita, una importancia crucial. Son los detalles, esa coloquialidad primorosa de los años cincuenta, expresiones como “qué plato”, en el marco de un relato que no se detiene, lo que va sumergiéndonos en un mundo de lo pequeño a lo grande. Pero hay coincidencias. Este mundo que parece de Estudio Lumiton, que parece estar filmado en blanco y negro, fue armado por Diego Lerman, habitualmente director de cine, y cómo no, está María Merlino, encarnando a una costurera que podría haber sido una de esas heroínas sufrientes de las películas del cine de oro argentino, pero más golpeada, un poco más rara, apresada en una vida menor.
La historia nos introduce de a poco, entonces, a través de este relato recargado de pormenores aparentemente nimios, en un espacio y un tiempo, un taller de barrio entre los años cuarenta y cincuenta, una costurera que frente a su máquina de coser reflexiona en voz alta, una soltera eterna que cose para novias, madrinas y bautizadas, y que ante todo sabe disimular los defectos ajenos con su arte y luego olvidarlos. Ella, “la que nunca tuvo novio”, se revela en seguida como fanática de la que fue justamente “La Novia de América”, Libertad Lamarque. Esa pasión la lleva a imitarla, a cantar con voz finita y engolada –ese registro de soprano que Libertad supo imponer– tangos cantados por su ídola, “Besos brujos”, “Loca”, y otros tantos. La obra avanza así con gracia, entre palabras y canciones.
Pero hay algo más: la costurera le está contando a alguien el relato de su vida y sus pesares. Sus palabras están dedicadas: “si usted me entiende”, dice y luego, “usted me entiende porque usted es neutra”. ¿Usted quién? Hay un juego planteado en ese destinatario inventado, el público se ficcionaliza como un elemento más de la trama. La costurera le habla a alguien como buscando una excusa para hablar, como evitando la arbitrariedad absoluta de un actor llorando, tirándose de los pelos, gritando hacia un grupo de desconocidos. La maniobra podría pensarse de varias formas. Por un lado recuerda algo del estilo de las novelas de Manuel Puig, donde la excusa para escribir también se inventa y se cuela dentro del relato. Lo que leemos en Boquitas pintadas no es “literatura”, no es un “autor”, son cartas, diarios íntimos, recortes de revistas femeninas. Aquí, además de haber un aire de familia con esos textos, también hay una ficción que se expande y disimula. La costurera habla al público real, pero introduciéndolo en la ficción, diciéndole que es neutro. Por otro lado está la apuesta más interesante de la obra: usar ese hablar de época como el mismo objeto artístico, por la belleza que hay en esa oralidad cotidiana e íntima, rescatada por el ojo atento de la poesía. Una costurera, cantante frustrada, que dice: “Esas cuerdas que nadie ve pero tiemblan, como esa vez que un hombre me acarició la garganta y las cuerdas temblaron en un sonido mudo, como un quejido seco y pensé, si se da cuenta, qué vergüenza, qué falta de recato, cuerdas traicioneras”.
La historia avanza hacia un lugar donde la ficción parece chocarse con la historia. La costurera, este personaje central en la obra, pero menor en lo que se supone la historia mayor, se encuentra en un momento aprisionada por hechos que sucedieron de verdad: según cuenta, entra al tallercito la mismísima Libertad Lamarque a encargarle un vestido. Por si esto fuera poco, al rato, por esa misma puerta entra Eva Duarte en persona para llevarse la misma prenda. La obra retoma la célebre pelea entre la cantante y la por entonces actriz, una anécdota de tintes casi míticos, según la cual durante la filmación de la película La cabalgata del circo (1945, Mario Soffici y Eduardo Boneo) Libertad le dio una cachetada a Eva porque osó sentarse en la única silla que tenía el símbolo de estrella de cine, reservada a Lamarque, gesto que, obviamente, Eva nunca olvidó. Es por eso que, según dice la misma leyenda, la cantante debió huir a México, donde realizó la mayor parte de su carrera. En medio de esta pelea de pesos pesados de la historia argentina se inmiscuye esta costurerita de peso pluma y además, de ficción.
Lo extraordinario para ella es el arribo de la historia verdadera, una irrupción que sólo llega para precipitar el final, destruir su mundo delicado de costura y palabras, de parloteo y telas vaporosas, de amores sin hombre. Amores hechos de detalles.
Porque ella es los detalles.
Nada del amor me produce envidia se presenta en el Sportivo Teatral, Thames 1426, los viernes y sábados a las 21. Entrada: $ 25.
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