Domingo, 7 de junio de 2009 | Hoy
Hace treinta años, la aparición del VHS cambió la vida de millones de personas: de pronto, la historia del cine estaba a disposición de quien quisiera cuando quisiera, nacían esos lugares únicos que fueron los videoclubs, se podía grabar de la televisión lo que uno quisiera, se podían rebobinar diálogos o escenas y hasta se podía poner pausa para ir al baño. Por lo menos dos generaciones de cinéfilos criados y formados en ese clima cambiaron, después, la historia del cine. Pero a todo le llega su último cuadro, y el cierre del último distribuidor de VHS firma el acta de defunción de ese soporte del que hoy podemos decir que se trababa, hacía temblar la imagen y había que rebobinar, pero que tantas satisfacciones nos dio en su época.
Por Mariano Kairuz
La noticia recorrió el mundo hace unos meses: el último gran proveedor de películas en VHS, una compañía llamada Distribution Audio Video, hizo su envío final de videocasetes desde sus depósitos en Florida, Estados Unidos. Ahora ya está, se terminó. Aunque para qué engañarse: si la noticia recorrió el mundo fue más por su valor simbólico que por el efecto que pudiera tener en la vida cotidiana de un público que ya consideraba muerto al video desde hace bastante. Casi desde que los principales estudios de Hollywood y las grandes cadenas de videoclubes decidieron dejar de traficar aquellos ladrillos negros (y de colores, pero característicamente negros) para terminar de imponer a su sucesor, el dvd. Y desde que salir a comprar una videograbadora se convirtió en una pequeña odisea ya que muchos locales de electrodomésticos dejaron de venderlas. Desde que se nos rompió la casetera y ya no supimos qué hacer con todos esos casetes que compramos y grabamos y apilamos por años.
Decretado el deceso simbólico y bastante real para él Ryan Kugler, dueño de la Distribution Video Audio, le dedicó unas últimas palabras: “Ya está, ya murió. Fui el último en comprar y en vender VHS, y ya no lo voy a hacer más. Lo que queda en nuestros depósitos será regalado o destruido. No somos enterradores, somos cardiocirujanos: mantenemos las cosas vivas un tiempo más. Ahora que la pelea con el digital está perdida, no estoy seguro de que mucha gente vaya a extrañar el VHS, pero puedo decir que ha sido un producto amable con nosotros”.
Ahora se puede decir que el VHS vivió unos treinta años, aunque no más de veinte en plenitud. El casete magnético para uso doméstico vio la luz en septiembre de 1976 cuando JVC lo lanzó oficialmente en Europa y Asia, y se empezó a afianzar al año siguiente al llegar a Estados Unidos. La videocasetera fue al principio un ítem caro, y por acá recién empezó a volverse masivo a mediados de los ‘80, consolidándose como único sistema hogareño para ver películas a fines de esa década, tras imponerse sobre otros sistemas competidores que no prosperaron. Pero mucho más interesante que el desarrollo técnico-industrial y la puja comercial de la que el Video Home System salió vencedor, es el recuerdo de ese nuevo mundo que fue durante unos pocos años el videoclub. En Argentina los videoclubes (y las pistas de patinaje sobre hielo) se multiplicaron como hongos, aunque los hubo de distinto tipo y grados de seriedad: estaban los pioneros que, con vocación de videoteca abierta, conservaron todas sus adquisiciones más allá de su vida comercial, pensando en el cinéfilo, el estudiante, el revisionista; pero también aparecieron infinidad de locales medianos y advenedizos cortoplacistas que ofrecían casi exclusivamente varias copias de lo último de lo último (y en muchos casos se esfumaban tan rápido como habían llegado). Pero al menos durante los primeros años ir al videoclub fue una experiencia emocionante, que dio lugar a desbordes comunes del tipo de “sacar” cinco, seis películas juntas con el enfermizo plan de internarse todo el fin de semana a quemar pestañas. Eventualmente, las cadenas se apoderaron del negocio: primero Errol’s y luego Blockbuster (que desembarcó en Argentina en 1994, y que hoy, lejos de su pico de popularidad, mantiene alrededor de 70 locales en el país). Sus VHS fueron reemplazados (previo descarte mediante ventas a bajo costo de su catálogo) por dvd, y hoy no queda ni la sombra de aquel fenómeno comercial de 20 años atrás. En el medio pasaron el cable, las crisis económicas globales de siempre, Internet; junto con el viejo sistema magnético se extinguió un modo de consumo cultural.
Así como cambió la manera en que se accedió al cine, el video también cambió un poco la manera de hacerlo. Pasados los tiempos del súper 8 las nuevas camadas de estudiantes de cine se formaron viendo y reviendo films en VHS. Caso testigo, el de Quentin Tarantino, que repitió hasta el hartazgo que la única escuela de cine que tuvo fue un empleo, a los veintipico, en el videoclub Video Archives de Manhattan Beach, California (que ya no existe más). Ver una película en video es una experiencia muy inferior a la de verla proyectada en el soporte fílmico para el que fue concebida, pero también una muy superior a no verla de ninguna manera. En Buenos Aires uno podía acudir a los muy céntricos Liberarte (desde 1987) o Mondo Macabro (desde 1993), por mentar dos que sobreviven, en busca de lo que nadie más tenía. Y si lo que se conseguía era la copia de una copia con la consecuente degradación de la imagen de una película que no estaba legalmente editada en Argentina, que así fuera: cuando la oferta es magra, las películas que quedaron afuera del circuito comercial local se ven como se puede, y el VHS fue durante mucho tiempo, acá y en el mundo, como-se-pudo. Y hasta ofreció alguna compensación a los obsesivos: las funciones del cuadro-a-cuadro y pausa engendraron una camada de psico-cinéfilos que, al igual que Tarantino, después pudieron hacer sus propias películas citando y homenajeando de memoria y al detalle, enfermizamente, sus escenas favoritas.
El hoy menospreciado cacharro magnético también abrió el acceso a medios de producción y exhibición. El pionero argentino fue Raúl Perrone, que no sólo hizo su primer largometraje, Labios de churrasco, en Hi8 (un formato de video de calidad muy lejana al del nítido digital de hoy) sino que además se emperró en estrenarlo en una sala de cine, el Lorca, abriéndolo al público en pie de igualdad con producciones en fílmico mucho más grandes, costosas y “profesionales”. Los estrenos de la trilogía inicial de Perrone conformaron un fenómeno sin precedentes, y las películas tuvieron su culto de seguidores, que se las pasaron en copias hechas en no podía de ser de otra manera VHS.
Y si Tarantino recicló el cine aprendido a través del VHS, hoy parece haber llegado la hora de que el cine devuelva la gentileza y recicle la experiencia del video en sentido homenaje póstumo. Así lo hizo Michel Gondry en Be Kind, Rewind (estrenada hace poco con el título Rebobinados), en la que Jack Black borra por accidente todas las películas de un videoclub suburbano, un pequeño local que se resiste a la avanzada del dvd y sigue alquilando VHS a sus vecinos a un dólar. Para subsanar el daño, Black y el empleado del videoclub (Mos Def) emprenden la misión de reemplazar las películas perdidas con remakes caseras que ellos mismos filman al peor estilo amateur, empezando sugestivamente por un icono del video de los ‘80: Los Cazafantasmas. El pretexto es otro, pero un espíritu similar anima a la también reciente El hijo de Rambow, en la que dos chicos filman, en la Inglaterra de Thatcher, una remake plano a plano de su película favorita, la primera Rambo. Son dos ficciones que tienen su correlato en la realidad: en el extraño pero verdadero caso de los tres amigos que hicieron en una primitiva cámara de video su propia versión de Los cazadores del arca perdida a lo largo de toda su adolescencia en los ‘80, la rescataron y completaron hace poco (a los veintipico), hicieron una función multitudinaria y hasta llamaron la atención del propio Spielberg, que agradeció públicamente el gesto de sus fans. Un poco al margen de esta veta nostalgiosa se ubica un documental tunecino visto dos años atrás en el Bafici y llamado nada menos que VHS Kahloucha, sobre una suerte de Ed Wood árabe, un tipo que filma sus personales versiones de grandes éxitos y acá asistimos al rodaje de Tarzán de los árabes– con los limitados medios a su alcance y la ayuda de amigos y vecinos.
Aunque el detalle más sugestivo de la historia del video-dentro-del-cine en la hora de su despedida es el dato de que la última película lanzada masivamente en VHS por un gran estudio de Hollywood fue Una historia violenta, hace tres años. Una película de David Cronenberg, justamente, el mismo que en 1983 cuando seguramente nadie de los que tiene esta nota en sus manos ahora poseía todavía una videocasetera ni era socio de un videoclub–, convirtió al protagonista de su paranoia catódica Videodrome (Cuerpos invadidos) en videocasetera humana, abriendo en las entrañas de James Woods una obscena boca por la que se introducía un diabólico casete. Hasta el VHS fue objeto de los festines deformes y carnales a los que es adicto el director canadiense.
¿Y a partir de ahora qué? El pasaje del VHS al dvd fue bastante rápido y mucha gente guardó sus videograbadoras en el placard o las tiró a la basura a poco de obtener sus primeros reproductores de dvd, como si el nuevo sistema hubiera arribado listo para suplantar sin vueltas a su antecesor. Como olvidando que uno de los grandes servicios que nos ha prestado por años el videocasete fue el de permitirnos grabar y ver en diferido partidos de fútbol, telenovelas, noticieros, series y películas, y hasta guardarlos. Los grabadores de dvd se hicieron esperar y nunca dejaron de ser caros en relación a los precios del simple reproductor. El verdadero suplente del grabador parece ser el almacenamiento en discos rígidos, pero incluso ese sistema viene con restricciones (de copyright, por ejemplo), que el más amable VCR nunca nos impuso.
Corre el argumento de que las cintas de los VHS comprados o grabados quince años atrás en pos de una colección privada nos traicionaron estirándose con el calor ambiente, se engancharon en los cabezales, se llenaron de polvo, se humedecieron; que ya no se ven. Pero lo cierto es que tampoco está comprobada cuál es la durabilidad del dvd, y aunque lo estuviera, sólo estaría garantizada en condiciones ideales difíciles de sostener para un soporte tan frágil que se raya de nada. A la imagen del VHS hubo que tolerarle rayas, saltos y lluvias, pero ahora el dvd puede dejarnos a mitad de camino con películas que de pronto se pixelan o se tildan o directamente incompatibilidades entre marcas, nos dicen ni siquiera conseguimos iniciar.
Por otro lado, no todo es una cuestión de eficiencia y performance: también hay algo del orden de la materialidad que ha provisto de cierta nobleza a las perimidas tecnologías analógicas, algo que trasciende el mero fetichismo o la nostalgia. En el paso de lo analógico a lo digital las cosas tienden a miniaturizarse hasta casi desaparecer, y si un videocasete es un objeto que ocupa casi tanto espacio como un libro en nuestras bibliotecas, el disco del dvd por no hablar de las memorias virtuales, de los discos duros que sólo lo son por fuera, porque adentro nada: películas que flotan en bites es apenas un adminículo ultraliviano y traslúcido, transparente, refractario, cuyo reverso no nos ofrece otra cosa que nuestro propio reflejo. El VHS arrastra las películas hacia sus fauces con un esforzado carro mecánico; la bandeja del DVD las desliza en silencio y con “elegancia”. La cinta magnética nos hacía escuchar la aceleración del rebobinado o el fast forward y traqueteaba sin pudor al alcanzar alguno de sus extremos; el DVD salta entre escenas con y a discreción. Un casete pirata exhibía las marcas del delito en sus colores saturados; el DVD se reproduce en infinidad de copias iguales sin huellas visibles, subrepticio y virtual. Los años de esplendor del VHS fueron años, si no de diversidad, de abundancia, y basta recorrer las páginas de algún viejo número de la revista Prensario del Video para reencontrarse con la gloriosa impunidad de aquellos avisos y artes de tapa sensacionalistas con que nos querían vender cualquier cosa. Al aterrizar el dvd, el arte promocional de las películas ya había sido igualado y neutralizado por la prolija y aburrida profesionalidad del Photoshop, el Corel, el Quark.
Y es que en el fondo el VHS, tanto más físico, viene a ser algo así como el soporte obrero, un laburante en el que se combinan arte y comercio, lo elevado y lo pedestre, lo tosco y terrenal y lo mágico e imaginario; mientras que el dvd es un dandy, un diletante que difunde el arte en su tiempo de ocio, que nació acompañando una nueva generación de películas donde los efectos especiales hasta los más monstruosos y los más ruidosos son cosas que no están ahí, que no están fabricadas sino “generadas”, con apenas un mouse y varios discretos clics.
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