Domingo, 2 de agosto de 2009 | Hoy
CINE > FRANCIA REVITALIZA EL TERROR AL EXTREMO
Desde comienzos de década, el cine francés viene apropiándose del terror. Después de los españoles y los asiáticos, los galos llevan las cosas a un extremo del que no parece haber un más allá: despellejamientos, automutilaciones y hasta bebés extirpados de sus madres conforman un repertorio de espantos en películas que, además, ofrecen lúcidas y sesgadas reflexiones sobre el mundo contemporáneo. A continuación, un paneo por muchas de las cuales nunca se animarán a ver.
Por Mariana Enriquez
Quizás haya comenzado en 2001 con Trouble Every Day, la película de Claire Denis cuyo núcleo era una mujer caníbal, que se alimentaba (ferozmente, no con la elegancia de un Lecter) de sus amantes poseída por la violencia del deseo. O a lo mejor fue un año antes, con la discutida Irreversible de Gaspar Noé, para algunos pura explotación y manipulación del público, para otros una valiosa muestra de cine extremo. Así se llama, precisamente, la reciente ola de películas de horror francesas: el nuevo extremismo francés, el horror extremo francés. El cínico dirá que siempre hay oleadas de cine de terror por fuera del agotado panorama norteamericano, y es cierto: ya pasaron las corriente asiática y la española; la primera aportó efectos visuales que, aunque ahora resulten remanidos, entonces causaban un espanto auténtico y novedoso: nunca antes se habían visto esas chicas muertas de largo cabello negro moviéndose como arañas, esas chicas de The Ring que ahora son cliché. El cine de terror español, más modesto, aportó sin embargo cierta seriedad y un retorno al cuento de fantasmas tradicional (desde Los otros de Alejandro Amenábar hasta Frágiles de Jaume Balagueró, pasando por El espinazo del diablo de Guillermo del Toro) que paradójicamente resultaba refrescante en un cine de género anglosajón resignado a la mediocridad y el chiste malo.
El nuevo extremismo francés, sin embargo, se diferencia de los oleajes anteriores porque rara vez apela al terror sobrenatural. Los horrores que muestra son todos perfectamente terrenales, humanos y posibles, aunque desaforados. El año pasado, el subgénero pareció llegar a su pico con Martyrs, del director Pascal Laugier. Un crítico curtido como Ian Simpson de Fangoria llegó a decir que fue la única película que logró interesarle en 15 años, que lloró y que se trata de un nuevo standard para el género. También agregó que es “extremadamente difícil de ver”. Lo es. Martyrs fue desestimada como un pico de estilización de torture porn (Hostel, El juego del miedo) pero hay tanto más allí, incluso con la presencia de las hermosísimas actrices Mylene Jampanoi y Morjana Alaoui. La trama puede resumirse así: una niña llamada Lucie escapa de un secuestro donde es torturada por, se presume, asesinos o sádicos seriales. Severamente traumatizada, desde entonces recibe visitas de otra mujer que vio en el cautiverio forzado: esta mujer fantasma, destrozada físicamente, mutilada, desnuda y muerta, la ataca con elementos filosos. Pronto se sabe que no hay tal mujer: es sólo la encarnación del trauma de Lucie, en una de las representaciones más brutales de la enfermedad mental que alguna vez se hayan puesto en fantasma. Lucie, además, vive obsesionada por encontrar a sus captores. Una tarde lo logra, y los asesina en una secuencia especialmente bestial. Desde la casa llena de muerte llama a su única amiga, Anna, otra niña abusada. Y allí comienza el largo final de la película con su extraña vuelta de tuerca, uno de los finales más discutidos por fans de horror en años. Un final que incluye a una chica despellejada viva. Los críticos de Laugier dicen que usar toda esta crueldad lastimando al espectador es por poco una canallada. El se defiende así: “La idea de Martyrs surgió de una imagen clara: una joven que asesina a tiros a una perfecta familia burguesa. Empecé a escribir desde allí, de una manera muy melodramática, muy cerca de mis personajes. Yo mismo estaba en un lugar personal de intensa oscuridad. Y no es una película sobre la tortura: es una película sobre el sufrimiento. Quería que el público sufriera también para alcanzar otro nivel, como lo alcanzan los personajes. No quería que el público se divirtiera. Como fan, además, sentía que el género se estaba volviendo inofensivo y convencional: quería aportar. Además, en este mundo brutal, no veo la razón de hacer una película blanda. La sola idea de hacer una comedia romántica me resulta repugnante”.
Así despacha Laugier a sus críticos, y también a los sorprendidos: es que en 2004 había rodado Saint Ange, una película de terror más convencional, con las sofisticadas y preciosas Virginie Ledoyen y Lou Doillon (la hija modelo y actriz de Jane Birkin). Una película fría y fallida, pero que por su imaginería mejorable inspiró a otras más recientes como El orfanato o Frágiles, que son casi remakes. Saint Ange, sin embargo, tenía un elemento perturbador que seguramente contribuyó al nuevo extremismo: los fantasmas del orfanato donde transcurre la película son los de niños rescatados de un campo nazi en la Segunda Guerra, niños deformados por los médicos del III Reich que decidieron experimentar con ellos.
Se puede tomar como punto de partida otra película, terriblemente rara: Dans ma peau (In My skin, 2002) de Marina de Van. De Van protagoniza, escribe y dirige: es conocida como guionista, y colaboró escribiendo 8 Mujeres y Bajo la arena con François Ozon. La película es sencilla pero demencial: una oficinista especializada en relaciones públicas tiene un accidente medio tonto cuando sale a tomar aire en una fiesta. Pero queda con la pierna muy dañada, necesita una sutura. El problema es que en el momento del corte, y hasta mucho después, Esther (la protagonista) no sintió dolor. Entonces, primero con curiosidad, luego con verdadera compulsión, se dedica a cortarse con gran saña, incluso a comerse partes del cuerpo... y muchas veces lo hace en un hotel, como si se encontrara con un amante. Dans ma peau es pausada, fría, muy lúcida, actual, relevante, aunque resulta casi imposible de ver: es terrible ese romance caníbal y autodestructivo de una mujer con su propio cuerpo, pero no está demasiado lejos de lo que muchas mujeres hacen de verdad cuando se cortan, se ponen enemas, vomitan, adelgazan hasta la monstruosidad.
Esa imagen de la herida y la delgadez extrema aparece en Martyrs y en otra película llamada Frontiere(s) de 2007, dirigida por Xavier Gens. Algunos críticos han visto allí lo imperdonable: esas imágenes recuerdan a mujeres anoréxicas, pero también a víctimas del Holocausto. Eso es lo que le molestó a Manhola Dargis del New York Times: por lo demás, la película le gustó. Se trata de un grupo de ladronzuelos, la mitad de ellos de origen árabe, que escapan de París en medio de disturbios por las elecciones donde lleva ventaja un candidato de ultraderecha. En la huida, caen en un hotel de campiña, donde los espera una familia muy parecida a la de La masacre de Texas –que Frontiere(s) homenajea claramente– sólo que, además de sádicos, son nazis. “Entre los chorros de sangre, las motosierras y los ganchos de carnicería hay algo más: la juventud francesa hija de inmigrantes luchando contra los fascistas blancos”. ¿Apenas un homenaje con algo de reflexión social para hacerla más intelectual? Quizá. Pero ésta y muchas otras películas del nuevo extremo francés, con mayor o menor fortuna, están intentando escapar del antiintelectualismo rampante en la producción de EE.UU., y también del cinismo sin salida inaugurado por Scream. Con frecuencia falla, como en Haute Tension (2003) de Alexandre Aja que combina el homenaje a Jeepeers Creepers con una problemática, digamos, “de género” y eliminando por completo el humor de su referente. No funciona, pero tiene decapitaciones implacables. De la misma manera, es difícil aprehender la metáfora filicida de A L’Interieur (Inside) de Alexandre Bustillo y Julien Maury, con la lobuna Beatrice Dalle. La película, donde una mujer voraz quiere arrancar el bebé del vientre de una embarazada, transcurre la noche en que los chicos de los suburbios se manifestaron y quemaron los coches en París después de que la policía disparó y mató a dos jóvenes. La relación parece más forzada que relevante. Pero visualmente, la brutalidad de la película tiene pocos rivales. Es otra que resulta muy complicado ver hasta el final.
Y hay más: Sheitan (2006) de Kim Chapiron, con Vincent Cassel como líder satanista y pirado de una familia incestuosa que podría o no ser metáfora de la Europa que expulsa inmigrantes; Ils (Them, 2006) de David Moreau y Xavier Palud, que vuelve a recrear el tema del temor al otro (inmigrante vs. familia burguesa) con una pareja que, de vacaciones en Rumania, es atacada en su mansión. O La Meute, de Franck Ricard, que se estrenará en diciembre de este año y ya está causando revuelo: otra variación de La masacre de Texas, pero con niños caníbales y la presencia del músico Benjamin Biolay como actor, señal inequívoca de que el nuevo extremismo francés se está poniendo de moda. Al punto que algunos de los directores –casi todos muy jóvenes y debutantes– empezaron a emigrar a Hollywood o a proyectos de mayor visibilidad. ¿El más importante? Se rumoreó que Pascal Laugier haría una remake de Hellraiser, con la bendición de Clive Barker, fan de Martyrs. La información no es certera en este caso, pero sí la de Alexandre Aja que en 2006 se hizo cargo, con poca fortuna, de la remake del clásico de Wes Craven The Hills Have Eyes. ¿Pura explotación o una progresión del género o un furor pasajero? Todavía faltan algunos capítulos para el veredicto.
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