Domingo, 6 de septiembre de 2009 | Hoy
Empezó escribiendo para dos de los dibujantes más prestigiosos y populares de la Argentina: Alberto Breccia y Horacio Altuna. Y desde entonces, Carlos Trillo no paró. Su pluma dio vuelta al héroe clásico de los cuadritos para dar vida a un nuevo y querido tipo: el antihéroe. Desde El Loco Chávez hasta el flamante Guastavino, pasando por Clara de Noche y Cibersix, sus historietas se traducen en el mundo y llegaron a vender cientos de miles de ejemplares. A treinta y cinco años de su debut, el hombre que leyó los clásicos, ayudó a construir la historieta argentina moderna y la vio refugiarse en las comiquerías y las ediciones extranjeras, ahora es el primero en probar suerte en las librerías de la mano de una editorial grande.
Por Martín Pérez
No siempre se trató de la misma oficina. Una estaba ubicada en Florida y Viamonte. Otra frente a un restaurante llamado Broccolino, en la calle Esmeralda. La que le duró más tiempo, recuerda, estaba en Santa Fe y Talcahuano. Y cuando no había una oficina propia, lo estaba esperando un lugar en la redacción de alguna revista o de alguna agencia de publicidad.
Desde que descubrió su oficio, Carlos Trillo se levanta todas las mañanas y se va a trabajar, como si fuese una persona como cualquier otra. Sí y no, claro. Porque Trillo, qué duda cabe, es una persona como cualquier otra. Pero, al mismo tiempo, su oficio no es un oficio cualquiera, sino que es uno que ya casi nadie realiza: escribir historietas. Lo hace, eso sí, con la mayor de las cotidianidades. Desayuna, se despide de su familia, y se marcha al trabajo. Como si fuese el protagonista de una de sus historietas, parece guardar las formas, componer un personaje hasta dar vuelta la esquina o meterse en una cabina telefónica. Allí, el oficinista perfecto se abre el traje, se saca los anteojos, y debajo de la camisa aparece esa enorme S, en azul y rojo.
Pero como no es el protagonista de la historieta de nadie, sino que es quien las escribe para que otros las dibujen, Carlos Trillo continúa su camino, y se instala en esa oficina, cualquiera sea, que siempre estuvo ahí, para que pueda imaginar esas historias de un género que creció leyendo y que, treinta y cinco años después del que se puede considerar su primer guión, su persistencia y entusiasmo ayuda a mantener vivo, a pesar de que muchos crean que –en los tiempos que corren– la historieta es apenas un anacronismo. “A mí no me parece”, asegura previsiblemente Trillo, que ha hecho mucho para que la historieta reflexione sobre sus clichés más heroicos y, al mismo tiempo, vuelva a abrazarlos. “Tal vez acá sea anacrónica. Pero no me termino de dar cuenta. Lo que sí es verdad, es que la historieta desapareció del quiosco de revistas”, concede Trillo, sentado ante la mesa que ocupa el living de su actual oficina –o estudio– ubicado a la vuelta de su hogar, en Vicente López. “Toda mi vida me fui a trabajar al centro”, comenta. “Pero hace unos años decidí probar quedándome por la zona. Con alguna duda, porque no sabía si iba a funcionar, estando tan cerca de casa. Pero a la semana no entendía cómo hacía para irme hasta allá todos los días”, explica el gran sobreviviente de esa raza en extinción llamada guionista de historietas argentino, una genealogía que se inició con Oesterheld y supo continuarse en esos nombres prolíficos que los fieles lectores del género veían repetirse de revista en revista, como los de Alfredo J. Grassi, Ray Collins o Robin Wood. Aquellas revistas desaparecieron, pero Carlos Trillo sigue y sigue.
Cuando se le pregunta si alguna vez se imaginó que iba a estar tanto tiempo haciendo historietas, o si la historieta iba a durar tanto, a Trillo se le escapa una sonrisa. “La historieta va a terminar con nosotros”, asegura, y los múltiples sentidos de la frase ayudan a dejar la respuesta en suspenso hasta que explica que tanto él como sus colegas –y también los lectores, ¿por qué no?– tal vez sean los últimos de su clase. Porque es difícil que haya nuevas generaciones que puedan vivir de la historieta, calcula. “Ahora ya es muy difícil”, asegura Trillo, que antes ha terminado su razonamiento sobre la desaparición de las historietas del quiosco, diciendo que deberían haber terminado en la librería. Pero se interpuso la comiquería, lamenta.
Por eso es que tiene un particular significado que sea justo una historieta de Trillo –El síndrome Guastavino dibujada de manera extraordinaria por Lucas Varela, y serializada originalmente en la revista Fierro– quizá la primera argentina en intentar romper ese límite impuesto por las comiquerías y encontrar un lugar en las librerías locales, de la mano de Mondadori. Algo que sucede tres décadas y media después del comienzo de una larga historia construida desde una oficina, donde Mr. Trillo sabe ir todos los días a buscar esas puertitas que, como una generosa versión de su legendario Sr. López, le permita seguir invitándonos a visitar todos esos otros mundos que, por supuesto, siempre estuvieron en éste.
Cuando finalmente Trillo llegó a estar frente a frente con Alberto Breccia, el dibujante de muchas de las historietas que había leído con pasión durante su infancia, ya sabía que no iba a ser médico (llegó a dar el examen de ingreso a la Facultad de Medicina) ni abogado (aunque había cursado varios años de Derecho). Y sabía también, desde hacía tiempo, que no iba a ser el piloto de avión que soñó durante su infancia de hijo único, con padre colectivero y madre ama de casa. “Cuando mi viejo se jubiló, vendió todo y metió la plata en un banco”, recuerda Trillo. “Eran otros tiempos. ¿Te acordás de la frase de Perón, ésa en la que preguntaba quién había visto alguna vez un dólar? Bueno, mi viejo nunca vio uno. Cuando murió fui a cerrar su cuenta: había apenas 120 pesos. Nunca la había usado.”
En la casa del futuro guionista no había muchos libros, salvo los que leía él. Y las revistas de historietas, claro. “Con los amigos de la cuadra leíamos el Pato Donald con tanta atención que ya sabíamos que había diferentes autores, y que uno era mejor que los demás, aunque el nombre no salía en ningún lado: era Carl Barks.”
A pesar de semejante fanatismo infantil, arengado por profusas sesiones primero de Misterix, y luego de Frontera y Hora Cero, Trillo asegura que nunca se le pasó por la cabeza ser guionista de historietas. Aunque con un compañero de Derecho llamado Eduardo Belgrano Rawson llegaron a escribir un guión que llevaron a un Misterix ya lejos de su mejor época, cuando ya la editaba Yago. Con el mismo caradurismo de estudiante con el que presentaron aquel guión, Trillo y Belgrano Rawson llegaron a hacer un programa de radio en Municipal. Así fue como Trillo llegó a hacerle un reportaje a García Ferré para su programa, y terminó escribiendo guiones para El Hada Patricia o La Familia Panconara en sus revistas. En la vorágine de aquellos años jóvenes también escribió cuentos humorísticos para Patoruzú, un par de volúmenes para el Centro Cultural de América Latina junto a Alberto Bróccoli (incluido uno dedicado a la historieta) y también se asomó a la publicidad, donde conoció a Alejandro Dolina, con quien escribió Tony Avila, el detective poeta para la revista Siete Días.
Por eso es que, cuando finalmente estuvo frente a Breccia, Trillo insiste que aún no sabía lo que quería hacer, pero ya sabía lo que no. Breccia había ido a Satiricón convocado por su director Oskar Blotta y se estaba yendo sin ganas de hacer nada de lo que le proponían, cuando le pidió a Trillo –que ya andaba por ahí, y que “por alguna razón” (sic) era el único que sabía hacer guiones– que le escribiera algo. “Me acuerdo que el mismo día en que Breccia me trajo el primer Daneri, Altuna vino con las primeras pruebas del Loco”, precisa Trillo, refiriéndose al primer capítulo de la serie Un tal Daneri –que se publicaría por primera vez en la revista Mengano, de la que fue director– y a El Loco Chávez, la tira que a partir del 20 de julio de 1975 empezó a publicarse en la contratapa de Clarín, y que aún hoy tal vez sea el personaje más popular de toda su carrera.
“Era una historieta que se hacía fácil. Sólo tenías que ir contando las costumbres de la gente”, revela Trillo, que confiesa haber disfrutado mucho haciéndola. La base de las historias eran los amigos y las minas, y Trillo lamenta que con el tiempo se haya perdido eso de juntarse en el bar a hablar pavadas. Una costumbre que no sólo perdió la ciudad, sino también el Loco en los reentapados que se publican en forma de libro. “Es que cuando armamos las tiras para publicarlas en las revistas italianas, descubrimos que había páginas y las de charlas de bar... ¡no se terminaban nunca!”. Según cuenta Trillo, el final de El Loco llegó porque Altuna vivía en España, y el correo con las tiras nuevas siempre se retrasaba. “Además Horacio nunca fue un hombre que entregara temprano... ¡A veces tenía que ir directamente al taller con las tiras!”. Como muestra de la popularidad del personaje, recuerda que cuando El Loco se estaba terminando, la hinchada de Racing –el cuadro por el que sufría el personaje– llegó a cantarle el clásico “El Loco no se va/ El Loco no se va”. El reemplazo fue El Negro Blanco, que Trillo realizó con dibujos de Ernesto García Seijas, y nunca alcanzó el nivel de popularidad de El Loco. “Hoy pienso que el error fue hacerlo también periodista, porque la comparación era inevitable. Pero es algo que no me di cuenta en ese momento.”
Una de las claves tempranas de la carrera de Trillo como guionista de historietas fue, según él mismo dice, haber elegido a los dibujantes antes que las revistas. “Por entonces casi nadie trabajaba con los dibujantes”, explica el guionista, que escuchaba cómo Altuna le pedía que no le presentase guiones de ciencia ficción, porque le salían mal. O cómo Enrique Breccia le pedía que no le hiciera dibujar caballos. “¡Por eso en Alvar Mayor los personajes caminan tanto!”, revela. Pero para semejante plan era necesario tener dónde publicarlo, y ahí es cuando aparece primero la Editorial Record, que editaba la revista Skorpio, y luego las publicaciones de La Urraca, donde Trillo y sus dibujantes disfrutaron de algo que en aquellos comienzos resultaba una ventaja fundamental: tener piedra libre para hacer lo que quisieran. “No había un formato que respetar, una cantidad de páginas a la que ceñirse. Por eso es que Cascioli siempre fue para nosotros un gran editor”, calcula Trillo, que recuerda que supo irse de ambas editoriales antes de que las alcanzase, a cada una, su propia crisis.
Antes de esa retirada, el guionista aprovechó muy bien todas las libertades para hacer sus mejores historietas. E incluso para hablar de historietas, algo que no se solía hacer cuando –junto a Guillermo Saccomanno– escribió la sección El Club de la Historieta para Skorpio. “Sin inocencia alguna, con Oesterheld leído y disfrutado, con toda la literatura, con el oficio del creativo publicitario, Trillo entra en la ficción aventurera y le pega al primero que está ahí: el héroe”, dice Juan Sasturain, que cree que es la sucesión de personajes que Trillo fue realizando junto a Horacio Altuna –la evasión del pusilánime Sr. López, la melancolía de Charlie Moon, el patetismo del impresentable detective Merdichevsky– donde mejor está ejemplificada esa tarea de desmontaje y descalificación hasta terminar de crear ese personaje clásico de las historietas marca Trillo: el antihéroe. Un camino que también se hace evidente desde las aventuras de Alvar Mayor para Skorpio hasta las desventuras de Marco Mono para La Urraca, ambas dibujadas por Enrique Breccia. Todo un trabajo realizado al margen de esa editorial que por entonces era el líder de la industria local de la historieta: Columba. “Para ellos, era como si las historietas de Oesterheld nunca hubiesen existido”, explica Trillo, tal vez su mejor heredero, el que terminó el trabajo del maestro y supo llevarlo aún más allá, como se puede ver en las recién reeditadas aventuras de Marco Mono (Doedytores), una historieta cuyo protagonista –como explicita su autor en el prólogo– está más allá de la maldad y la culpa. Y donde el mal (con minúsculas), siempre gana.
Se puede decir que Marco Mono es donde mejor se nota esa libertad de oficio tan bien ganada por Trillo, por la que ganó muy temprano –en el año 1979– el premio Yellow Kid, el más importante de la historieta europea. En aquel entonces, tanto él como otros representantes de su generación, comenzaron a viajar a Europa –presentó con Saccomanno, en el Festival de Lucca, su Historia de la Historieta Argentina–, y vieron cómo seguir esta historia de vivir haciendo historietas: entendiendo un mercado europeo al que seducir con sus baratijas. “Me acuerdo que Oreste del Buono, un crítico italiano muy inteligente que inventó la revista Linus, decía que lo que tenía de bueno la historieta argentina, era la dictadura que nos oprimía. Como nadie podía decir pan al pan y vino al vino, teníamos que inventar metáforas, y entonces lográbamos una cosa poética muy buena, que ellos no hacían más. Y nosotros le respondíamos que en una de ésas era mejor que fuésemos más pedestres pero viviésemos un poco más libres.”
Trillo cuenta que, cuando era chico, con sus amigos jugaban a abrir sus revistas de historietas al azar, y obligarse a descubrir quién era el autor de los dibujos que aparecían frente a ellos. “Y casi siempre lo descubríamos.” Pero si se le pide que explique cómo descubrir que una historieta tiene guión suyo, asegura que no podría. “Creo que no sabría reconocerla”, dice el autor que no dejó de escribir historietas cuando al fin pudo decirle al pan, pan, y al vino, vino. Y la sucesión de éxitos se multiplican: el fenómeno Cibersix en la década pasada, un primer pie en el mercado francés con Fulú –con el hoy mundialmente reconocido Eduardo Risso–, y una actualidad en la que no deja de trabajar con diversos artistas locales, y también del extranjero. “Alguien me dijo alguna vez que se notaba en mis guiones la influencia de Carl Barks, algo que me gusta, porque siempre fui fanático”, comenta con sorpresa. “Pero también hay cosas que me dejan perplejo, como sucede en Francia, donde muchos dicen que yo hago denuncia social. No estoy de acuerdo, porque si uno muestra gente pobre que vomita en la calle, es porque esa gente está ahí. No se lo puede llamar denuncia, sino que es apenas una observación. Pero para ellos yo soy un artista social, y así es como llegan a leer Clara de Noche, que para mí es apenas un chiste. Ellos destacan que en esas páginas los hombres sean siempre todos chiquitos y mezquinos, y cosas así.”
Si se le deja elegir a Trillo sus historietas preferidas, la selección permite recorrer su evolución como guionista en los últimos años. Primero con la extraordinaria Custer, homenaje fantástico a Alphaville, ciencia ficción noir sin trajes espaciales ni cohetes, dibujado por el español Jordi Bernet. “Fue mi primera historieta para un mercado extranjero, y también todo un desafío”, explica. “Además, me acuerdo que al editor español no le parecía ciencia ficción. Y lo convencí mandándole el prólogo de Crash, donde Ballard habla del espacio interior. Creo que picó con eso”, recuerda con una sonrisa traviesa. Pero el colmo de las travesuras llegó con Cosecha verde, una feroz farsa bananera con dibujos de Mandrafina. “Me acuerdo que Cacho me llamó para avisarme que ya llevábamos como tres días de noche en la historieta, porque yo nunca le había dicho que pasase al día. Y ahí fue cuando inventamos eso de la noche eterna de la dictadura”, explica y, ahora sí, no puede evitar lanzar una carcajada. Premiada en Francia con todos los honores –junto con Fulú fue uno de sus mayores éxitos en un mercado difícil, que hoy se ha abierto para sus proyectos–, Trillo la ubica entre sus preferidas porque fue su primera historieta larga, para ser leída sin ser separada en capítulos. Pero también confiesa haberse avergonzado un poco, porque para los franceses es un alegato contra la dictadura militar argentina, y –cuenta en realidad– Cosecha... es una opereta centroamericana desaforada. “Lo que ahí se cuenta no tiene nada que ver con los usos y costumbres nuestros, así que me daba un poco de vergüenza que me premien de manera equivocada, ¿no?”, dice el guionista, que revela que, para los franceses, los dibujantes argentinos son iguales a los italianos. Porque suelen contar las historias desde cerca, y a ellos –los franceses– les gusta en cambio que se tomen el trabajo de mostrar el entorno, de “alejar la cámara”. Es la escuela francobelga en acción, que un dibujante como Mandrafina –con el que Trillo ha trabajado por más tiempo y que, asegura, siempre lo sorprende– sabe interpretar a la perfección. Por más que, como cuenta Trillo, su sueño siempre sea que le escriba una historia que sólo suceda entre tres paredes, como una obra de teatro. “Algún día lo vamos a hacer”, amenaza. O se resigna. O ambas cosas, quién sabe.
Una anécdota que le gusta contar a Trillo comienza cuando suena el teléfono de su estudio. El guionista atiende, y al otro lado de la línea hay un periodista estadounidense que le pregunta cómo es que un guionista desconocido como él consiguió trabajar con una estrella como Eduardo Risso, refiriéndose a Chicanos, el segundo trabajo que hicieron juntos, y que publicaron también en Francia. Luego del éxito de Risso dentro del mercado de los cómics norteamericanos con la serie policial 100 Bullets, Chicanos se publicó en los Estados Unidos, y el periodista en cuestión –ignorante de todo lo que no sea el mercado propio, como apunta Trillo que suele suceder– no había repasado muy bien la cronología. “Así que le dije que sí, que el Sr. Risso había sido muy generoso al atender el pedido de un joven como yo, y cualquier pavada que se me ocurría... ¿para qué iba a perder el tiempo explicándole?”, se ríe Trillo.
Casi como los clubes de fútbol locales, con el tiempo las historietas de Trillo son como un verdadero semillero de dibujantes, que luego son tentados por dineros del exterior. O de otros géneros más rentables, como el joven Sáenz Valiente, que hizo un volumen del deleznable detective argento, coimero y violento Sarna con Trillo y ahora –cuenta– se dedica a los dibujos animados. “Los dibujantes vienen cada vez más jóvenes”, se sorprende. “¡Muchos son más chicos que mis hijos!”. El benjamín de la clase –que incluye a la italiana Mónica Catalano, y un proyecto en danza con ese maestro que es Ivo Milazzo, pasando por habitués como Bernet o Mandrafina, entre otros– es Pablo Túnica, con el que está desarrollando una serie para una colección que dirige el dibujante francés Joann Sfar, uno de los artistas actuales que Trillo más admira. “Con Pablo estamos haciendo Jusepe en América, que reversiona la primera fundación de Buenos Aires, que terminó trágicamente, con antropofagia y todo”, revela el guionista, y comenta al pasar que ésa sería la serie a consideración de Mondadori si deciden continuar con las historietas luego del flamante Guastavino, que ha despertado una cierta polémica. Cuando se le dice que el protagonismo de un padre castrador, militar y torturador en la historia huele a dictadura-explotation, Trillo se ríe, y dice que el papel que cumple ese personaje en la historia es casi el mismo que si fuese simplemente un obsesivo católico, como un Seineldín sin la parte militar.
Sabio lector del mercado en el que vende sus productos, Trillo concede que, ahora, cada vez más logra ambientar las historias que se le ocurren en Argentina, algo que antes no solía suceder. Como una sangrienta tragedia ambientada en la época de Rosas, que dibuja Horacio Domingues. O el vampiro que dibuja Peni (Pedro Penizzotto), que vive en Argentina y se alimenta de pobres, que por acá el poder parece no echar nunca de menos. “Alguna vez, cuando escribió el prólogo de Charlie Moon, Saccomanno eligió llamarla Carlitos Luna, preguntándose por qué no podía ambientarse una historia así por estos pagos. Y cuando con Risso hicimos Chicanos, en realidad queríamos llamarla Bolita”, revela. “Queríamos hacer una detective boliviana en Buenos Aires, y contar cómo era discriminada. Pero el editor francés, el único que se atrevió a publicar la historia, nos dijo que allá no se entendía, que hiciéramos un paquistaní en Alemania, algo así. Al final terminó siendo un chicano en Estados Unidos. Pero eso ya es algo muy visto. ¿Te imaginás qué lindo hubiese sido poder llevar a cabo la historia tal como la imaginamos originalmente?”, dice el guionista que, al parecer, ahora sabe cómo hacer para quedarse por estas tierras. Y que, a pesar de sus tres décadas y media de historias, asegura que hay nuevas que siguen viniendo.
Y aún más: que hay historias que –después de todo este tiempo, después de tanto profesionalismo– todavía está deseando contar. Sólo necesita esperar a que los dibujantes vengan a él.
Y que siga habiendo días de oficina, claro.
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