Domingo, 13 de septiembre de 2009 | Hoy
EVENTOS > LAS JORNADAS PATAFíSICAS Y SU MANUAL DE INSTRUCCIONES
El movimiento patafísico es uno de los más disparatados del siglo XX: no tiene otro propósito que la contemplación de la rareza profunda que cotidianamente organiza al mundo. Nucleó a algunos de los artistas franceses más desfachatados (Boris Vian, Duchamp, Man Ray, Miró, Max Ernst, Eugène Ionesco, entre otros). Se expandió por el mundo, conquistó una forma de pensamiento y –como tantos hábitos franceses– echó poderosas raíces en Buenos Aires. Cuando languidecía irremediablemente, Rafael Cippolini conoció a la viuda de uno de los fundadores del Instituto Patafísico porteño y resucitó el movimiento en Argentina. Hoy, no sólo cuenta con nuevos miembros sino que finalmente celebran unas jornadas planeadas hace más de cincuenta años. Y lo hacen con la edición de un libro impecable.
Por Juan Pablo Bertazza
El chiste que pone en jaque las supuestas grandes verdades deja de ser un chiste. Dispuesta a reírse y, al mismo tiempo, exponer las múltiples grietas de la realidad y los extraños fenómenos de todos los días, la patafísica trasciende los límites del gag. En su Gestos y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, Alfred Jarry –padre de este movimiento– lo definió de manera casi clara: “la patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias, la ciencia actual se basa en el principio de la inducción: la mayoría de los hombres vieron que tal fenómeno precedía a otro y de ello infieren que siempre será igual. En vez de enunciar la caída de los cuerpos hacia un centro, ¿por qué no se prefiere la del ascenso del vacío hacia una periferia?”.
Ciencia de las ciencias (en tanto es a la metafísica lo que la metafísica es a la física), filosofía alternativa, forma de vida, nació el 11 de mayo de 1948 con la fundación del Colegio de Patafísica como contrapunto irónico al prestigioso Collège de France. Entre sus socios ilustres se contaron nombres como Boris Vian, Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugène Ionesco (quien editó La cantante calva primero en sus publicaciones), Joan Miró, Marcel Duchamp, Groucho Marx, Man Ray y René Clair. Claro que su misma creación también es patafísica: aunque el Colegio fue inspirado por la vida y obra de Alfred Jarry y se creó después de su muerte, puede incluso decirse que también existía antes de él. “Cuando Jarry estudiaba en el Liceo de Rennes, los chicos más grandes se burlaban de Hébert, un profesor de física gordo y grandote, al que le decían que era profesor de patafísica porque no se le entendía nada. Ellos escribieron una obra de teatro paródica sobre él y Jarry toma eso para hacer su Ubú Rey. Los chicos no sólo no se enojaron por la apropiación de la idea sino que no podían entender cómo un tipo tan inteligente se animaba a dar a conocer semejante estupidez. En su momento, un periodista lo descubrió y se armó todo un quilombo en torno de la autoría. Esa obra es tan genial como despareja, pero sobre todo contemporánea y punk”, explica Rafael Cippolini, cabeza del Instituto Patafísico Argentino que acaba de compilar un excelente libro sobre el universo patafísico llamado Epítomes, recetas, instrumentos & lecciones de aparato (Caja negra). Además, organiza las Jornadas patafísicas universales en UBuenos Aires, que comenzaron el jueves pasado y se extenderán hasta el jueves 24 de septiembre en el Malba y la Alianza Francesa con la presencia estelar de Thieri Foulc (un patafísico de alto cargo) y Carlos Grassa Toro (fundador del Instituto Patafísico de España).
Así como tiene su propia mirada sobre el mundo, la patafísica tiene su propio lenguaje –plagado de palabras esdrújulas y neologismos–, su revista oficial, llamada Viridis Candela, con tirada más que limitada (que cada 28 números, 10 años aproximadamente, va mutando su formato); un calendario (a diferencia de lo que ellos llaman el calendario vulgar, éste se contabiliza a partir del nacimiento de Alfred Jarry, el 8 de septiembre de 1873, con meses que remiten a la simbología de su obra: Ha Ha, Descerebramiento, Pedal, Palotin, Mierdra, Espanziral, Falo, entre otros) y hasta ciertos códigos como, por ejemplo, que el único Colegio es el de Francia y los demás (en Inglaterra, China y España, por ejemplo), son institutos.
Aunque no tiene otra razón de existir que existir, y sus relaciones de poder no ejercen ningún poder, el Colegio también mantiene su propia estructura jerárquica: desde el inamovible Faustroll (cargo bautizado en honor al personaje de Jarry) y la autoridad máxima del vicecurador hasta sus tres poderes: el cuerpo de sátrapas (que tuvo como miembros a Duchamp, Boris Vian y su perro, el único sátrapa canino), los proveedores (quienes administran los bienes reales e imaginarios del colegio) y los regentes (que investigan asuntos delirantes que alimentan el corpus del Colegio).
Hasta ahora, el Colegio ha tenido sólo cuatro autoridades máximas; cada una marcó su época y la reflejó. El primer vicecurador fue el Doctor Sandomir, contemporáneo de Jarry y muerto en 1957, quien ante un pedido de aval enviado desde Buenos Aires, respondió poco antes de morir: “¿Hay que desear que la Patafísica exista en Buenos Aires? Ya existía aquí como en todas partes antes que nosotros existiéramos y no necesita de ninguno de nosotros, pues no está obligada a existir para existir”. Eso, que parece una negación, terminó siendo el visto bueno para la creación del Instituto Patafísico de Buenos Aires.
El segundo vicecurador fue el Barón Mollet, secretario de Apollinaire que asume en 1959 (“en realidad no era barón sino cleptómano: Apollinaire y Picasso estuvieron presos porque una vez la policía allanó el estudio de Apollinaire y ahí encontraron estatuillas del Louvre”, cuenta Cippolini).
A mediados de los ’60 asumió Opach. Su período combina la extrañeza patafísica con la efervescencia de la psicodelia: “Fue una época muy potente, hubo mucha relación con los beatniks, muchos estudios sobre Dick, incluso Los Beatles llegan a la patafísica por Barry Miles, un miembro del Instituto patafísico inglés, socio de quien, en ese momento, era cuñado de Paul y dueño de la galería Indica, donde Lennon conoce a Yoko Ono”, explica Cippolini.
Todo se interrumpe cuando, entrados los ’60, la patafísica pasa a la clandestinidad: Opach se cansa y decide que el Colegio se oculte y evite cualquier tipo de manifestación externa hasta el año 2000. Como máxima autoridad, nadie podía cuestionar su decisión, pero el problema era que no quedaba claro si se trataba del año 2000 del calendario vulgar o del patafísico, una duda que implicaba nada menos que 1700 años de diferencia. Finalmente, Opach aclara que el ocultamiento sucedería hasta el 2000 vulgar. Como si todo esto fuera poco, surge otro conflicto: en el año 1993 muere Opach y el Colegio decide mantener en reserva la decisión sobre el nombramiento del nuevo vicecurador, otra vez, hasta el año 2000. Precisamente el 6 de abril de ese año llegan grandes novedades desde Francia: por primera vez el vicecurador no es francés sino africano; por primera vez no es humano sino un cocodrilo: con ustedes, Su Magnificencia Lutembi, residente en un islote del gran lago Victoria Nyanza. Thieri Foulc, uno de los invitados de lujo a las Jornadas es, precisamente, el encargado de expresar la voluntad del gran cocodrilo.
No será la primera mujer de la patafísica pero sí la fundadora de un epifenómeno que recorre toda esta nota y, por ende, la vida de Rafael Cippolini. A fines de los ’90, Cippolini se fue dando cuenta de que muchos de los autores que le gustaba leer pertenecían al Colegio de Patafísica hasta que el azar hizo que conociera a Eva García, viuda de Albano Rodríguez, uno de los fundadores del Instituto Patafísico de Buenos Aires, el primero creado por fuera del Colegio en 1957 por Juan Esteban Fassio, quien mandó la carta a Francia luego de leer un artículo en la Nouvelle Revue Française. Lo increíble es que Cippolini tardó mucho en enterarse de que esa mujer era amiga de Delius, su esposa: “Fue muy gracioso porque yo estaba buscando a los miembros argentinos que quedaban del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, fundado en una casa chorizo de Once que ya no existe en la calle Misiones 385: Fassio había muerto en el ’80, Albano Rodríguez en el ’84 y de los demás no había demasiados datos. Cuando Delius me la presentó, no lo pude creer: Eva vivía en un monoambiente de la calle Reconquista, en un edificio que había sido preparado como hotel pero nunca se habilitó como tal no sé por qué extraña razón. Vivía en una burbuja de tiempo, entre 2000 y 2001 estuve encerrado en la casa de ella: me enamoré de esa octogenaria que vivía con un mono mandril embalsamado y había sido muy amiga, entre otros, de Boris Vian porque vivió mucho tiempo en París. Tenía una biblioteca patafísica impresionante, todo era muy Narnia: encontrar un placard y no entender lo que había del otro lado. Un día le pregunté por el Instituto Patafísico de Buenos Aires y, si bien no me dijo nada, entendí que estaba apagado institucionalmente”.
Ese aletargamiento del Instituto Argentino coincide, en cierta forma, con el ocultamiento del colegio propuesto por Opach, aunque en el caso del Instituto de Buenos Aires, dado entre 1986 y el 2002, no se debió a una decisión de sus autoridades sino a la muerte biológica de sus fundadores. Fue Cippolini quien volvió a darle vida y visibilidad: “Lo que hicimos con otros discípulos de Eva en el 2002 fue desaletargarlo. Somos el instituto más longevo y recuperamos a muchos patafísicos de aquella época como Luisa Valenzuela. Además, en 1959, los fundadores tenían pensado hacer unas jornadas, pero como era una sumatoria de freaks divinos que estaban de la cabeza no podían hacer nada; y 50 años después, es decir, a 52 años de la creación del Instituto, nosotros tenemos el orgullo de hacer realidad esas jornadas”.
Lamentablemente, Eva no podrá verlas. Pero, como para todo, la patafísica también tiene una respuesta para la muerte: “Para nosotros la muerte significa ocultación, hay una figura dentro de la patafísica que es la éternidad, la eternidad de éter, como que al morir nos transforamos en una droga para los demás. Nosotros aspiramos la droga de los muertos, y yo seguramente esté aspirando la de Eva”, dice Cippolini.
¿Cuál es el motivo por el que la patafísica tuvo tanta repercusión en la Argentina? ¿Una muestra más de la fascinación nacional por lo francés, junto con el psicoanálisis lacaniano, la nouvelle vague y las poleras negras? La respuesta de Cippolini intenta un mapa de esa influencia: “El mismo Lacan decía que ‘la patafísica es la trivialidad refinada del lapsus’. Es cierto que en este país siempre fascina todo lo francés. Pero, además, en la década del ’50, el mapa literario de Buenos Aires estaba muy determinado: por un lado la revista Contorno, por el otro Sur y empezaba a aparecer el grupo surrealista de Aldo Pellegrini, muy encapsulado y heterogéneo. Fassio sentía cierta incomodidad porque formaba parte y no de eso, entonces encontró el Colegio de Patafísica y enseguida se zambulló totalmente. Ahí se encontraban todas las diferencias”.
–Algo que me interesa mucho es tomar dos epicentros que se manifiestan en diferentes épocas, como la gesta de Orellie Antonie de Tounens, el autoproclamado Rey de la Patagonia, y los avistamientos del Nahuelito. Las relaciones directas e indirectas, probables e improbables entre ambos sucesos que se dieron con sesenta años de diferencia. Me interesan los imaginarios argentinos que son especialmente extraños. Otro caso es el de las relaciones directas e indirectas entre Palito Ortega y Marcel Duchamp, aparentemente dos universos opuestos: en la década del ’60 Alberto Greco era tan fanático del Club del Clan y estaba tan fascinado con Palito que quiso convertirlo en un vivo-dito, su forma de hacer arte. Palito tuvo en su oficina durante mucho tiempo un retrato que le había hecho él con borra de café. Pero casi al mismo tiempo, Greco jugaba al ajedrez con Duchamp en New York: una misma persona casi simultáneamente tenía esos dos hemisferios; esas relaciones tendemos a excluirlas y por algo suceden. Y no es azar, Greco cultivaba en forma consciente ambas relaciones.
Es complicado y contradictorio empezar un párrafo con este subtítulo porque para la Patafísica todo el Universo es patafísico. Sin embargo, el propio Cippolini se apura en separar los tantos entre esta forma de vida que todos pueden llegar a conocer y organizaciones secretas como la Masonería: “Si bien la patafísica tiene su jerarquía, también tiene democracia, no es una organización cerrada. Mirá si no el caso del sátrapa Queneau, que en 1960 decide tener su propio grupo dentro del colegio: un movimiento literario experimental bautizado Oulipo. Tuvieron tanto éxito que mucha gente se empezó a interesar por el grupo sin hacer caso de la patafísica, como sucedió con George Perec, que nunca fue patafísico”, aclara Cippolini.
–El surrealismo era un grupo muy cerrado, lleno de manifiestos y siempre girando alrededor de Breton; la patafísica no es restrictiva. Hay una cosa clara: el surrealismo fue un movimiento de vanguardia, la patafísica no. De hecho, el grupo surrealista de posguerra era muy crítico con la pasividad de la patafísica. El surrealismo necesitaba hacer ruido, todas las vanguardias históricas, incluso el situacionismo después, necesitaban intervenir en las formas de vida de una manera salvaje; el patafísico es serenidad, observación, una persona que no modifica sus hábitos y que se dedica a observar la extrañeza del mundo. Muchos surrealistas históricos terminan siendo patafísicos, como Jean Ferry. Es decir que la relación está dada más que nada por algunos nombres propios y por la época. Además Breton, en 1919, antes del surrealismo, escribe un trabajo sobre Jarry y lo toma como un proto-surrealista. Flaubert decía que si mirás mucho tiempo algo, enseguida aparece su rareza, y si seguís mirando terminás viendo el mundo. Con la Patafísica no necesitás moverte, sólo observar. Cada cosa puede llegar a ser excepcional. Entonces la patafísica es un juguemos en el bosque, y lo más fascinante que tiene es su capacidad para reunir a gente muy diversa que nunca se pondría de acuerdo por propia iniciativa.
Hace mucho que Cippolini quería hacer un libro lo suficientemente completo (“porque siempre va a ser lo suficientemente incompleto”) de textos clásicos de la patafísica. Casi todos los compilados en Patafísica fueron publicados ya en (la casi inconseguible) Viridis Candela: “El libro tiene dos formas de abordaje diferentes: una, la de los textos doctrinarios del Colegio; la otra, sobre su circulación en el instituto de Buenos Aires. Si sólo te interesan los textos patafísicos no tenés necesidad de saber qué pasó con ellos en Buenos Aires. Hay instrucciones de uso; una introducción; un libro dedicado a Jarry que es el ABC de la Patafísica; un libro sobre los patacesores, algo así como los precursores de Borges; un libro sobre Julien Torma y René Daumal, las dos únicas personas que se definieron como patafísicos entre la muerte de Jarry en 1907 y la creación del Colegio; otro libro que recorre la vida del Colegio y, en parte, del Instituto de Buenos Aires; y un glosario explicativo”. Es decir, una perfecta introducción a un universo sin salida.
”Otro capítulo de una extensa e imparable aventura” son estas Jornadas Patafísicas Universales en UBuenos Aires, que tienen y tendrán lugar en el Centro Cultural de España en Buenos Aires, el Malba y la sede central de la Alianza Francesa. Con entrada libre y gratuita, aunque sin garantizar el grado de salubridad a la salida, las jornadas tendrán, por ejemplo, un diálogo entre Thieri Foulc y Cippolini en torno de las claves para penetrar una sociedad no secreta; una conferencia popular de Carlos Grassa Toro; un taller de patafísica aplicada, proyección de películas temáticas y la presentación del libro en cuestión. Para más información, ingresar a www.malba.org.ar
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