Domingo, 7 de marzo de 2010 | Hoy
Hoy a la noche, la Academia vuelve a tener entre sus candidatas a una película que revisita la violencia de los años ’70 en la Argentina: El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, traza un arco que va de finales de los años ’90, época de indultos y estertores del menemismo, a mediados de los ’70 y el nacimiento de la Triple A. Radar invitó a Horacio González, Alan Pauls y Gustavo Nielsen a reflexionar sobre los aspectos ideológicos, políticos, narrativos y cinematográficos que plantea la película.
Por Horacio Gonzalez
El secreto de sus ojos tiene un título que no hubiera desdeñado una comedia soñadora. Sin embargo, es un drama judicial-policial con una fuerte hipótesis sobre los nidos de represión surgidos del Estado antes al golpe del ‘76. Arriesga una opinión directa sobre las formas de reclutamiento de asesinos bestiales por parte de los grupos parapoliciales y sus cómplices del aparato judicial. Esos sicarios practican antes crímenes privados y luego son absorbidos por un aparato político criminal que actúa en la entretela estatal. El film trata de un crimen de los llamados pasionales, un asesinato que brota de una locura amorosa. Pero esa es la materia prima apropiada para que el reo sea alistado entre las huestes de las “tres A”. Así como la investigación del crimen obedece a un complejo sistema de señales narrativas –una foto de juventud, una mirada enfermiza, hebras sutiles de la vida anterior del culpable, sus gustos futbolísticos–, el nexo que lo une a la esfera represiva estatal es contundente y directo. Se trata de una imagen televisiva donde el homicida aparece como custodio de Isabel Perón. Sin la inserción de esa escena, el film no hubiera llegado al atrevido enlace que busca establecer. El de un crimen pasional como genealogía del crimen político. No obstante, la peripecia narrativa central se mantiene dentro de la cotidianidad de una oficina judicial que debe tratar las vicisitudes de un crimen privado.
El novio de la joven asesinada, en cambio, practica una venganza privada. El protagonista de la historia –un fiscal retirado de la Justicia que desea ser novelista– finalmente lo descubre. Y, en la tradición del policial negro, deja las cosas como están. Tiene una comprensión escéptica del fondo sombrío de la naturaleza humana. La salvación no la tiene la historia pública ni la Justicia, sino el amor. ¿Entonces toda la peripecia sobre el Estado represivo anterior a 1976 es una ambientación aleatoria? Las grandes novelas policiales de la escuela norteamericana no eran de denuncia. Sobre la base de personajes que son almas desgarradas, no intelectuales ni burgueses con conciencia crítica, sino criaturas indefensas y golpeadas, se produce el develamiento del mundo corroído, del que se adueñaron los impostores. La “crítica al sistema” del policial argentino no ha podido desarrollarse plenamente porque no hubo condiciones existenciales (esto es, sociales) para hacer verosímil la figura del detective privado, que entre nosotros aparece a menudo bajo formas impostadas, y, por qué no, rápidamente politizadas de una manera convencional.
La intriga pasional de El secreto de sus ojos, si bien pudorosa, está comprimida finalmente en formulismos de un laborioso logro amatorio. Eso impide generar el sentimiento de acusación más contundente al régimen imperante (escarmiento estatal, banalidad en las vidas, trampas económicas del capitalismo). Si el policial negro clásico acusaba al sistema corrupto, al mismo tiempo afirmaba que no había nada que hacer. He allí su fuerza. En él los finales eran una escéptica despedida de todo, la amistad también fracasaba y a la ilusión se le dedicaba un largo adiós. En el film de Campanella se juega con estos elementos apelando al folletín del amor de los solitarios, a la gracia amarga de ciertos personajes, a reminiscencias de la novela policialesca bogartiana y a la protohistoria del Estado terrorista. En este último caso, rompe sin proponérselo con el acuerdo implícito en el que aún se mantienen grandes capas de la población. El de considerar trágicamente vituperables los hechos ocurridos en las tinieblas de la sociedad preparados desde una zona clandestina del propio Estado, desde 1976 en adelante, lógicamente con estos antecedentes que toma ahora Campanella.
Mientras que en La historia oficial, que era más ingenua y pedagógica, actuaba el movimiento social y la discusión en el seno de una familia de apropiadores tenía un desenlace inscripto en la corriente reconstructora del pensamiento colectivo, en El secreto de sus ojos, veinticinco años después, hay resarcimiento de un particular que se convierte en victimario, sacando los hechos de la espera reparatoria común. El precio del triunfo amoroso sutura las soledades y deja detrás el borroso espectáculo de la culpa del Estado en estado puro. No hay ante esto otro remedio que una punición particularista, sin expectativas en la acción que dará el futuro horizonte social y popular. Es cierto que la trama de El secreto de sus ojos toma eventos del año ‘75, pero hay una mirada en racconto que parte de los días actuales, donde se producirá el reencuentro de los compañeros del juzgado, que habían dejado en latencia su amor. La omisión de lo ocurrido después, en el despliegue histórico que todos conocemos, abandona impensadamente el punto de vista del ciclo de los derechos humanos. Nos deja como espectadores impotentes, que llenamos salas y nos debatimos ante un film que a cambio de sus trazos narrativos competentes retrotrae la cuestión del desagravio colectivo a su momento de terror policial originario. La pincelada sobre el contubernio en las trastiendas ministeriales y judiciales tan sólo nos ofrecerá héroes admisibles, ajenos a la historia posterior, de la que aún somos testigos y protagonistas. Las dificultades ante la historia aparecen siempre, aun en films que no son directamente históricos.
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