Domingo, 18 de julio de 2010 | Hoy
Lo que en 2003 empezó como una serie de iniciativas para promocionar la lectura (aquellos libros de cuentos repartidos en las canchas de fútbol y las peluquerías, libros de regalo para el Día del Maestro), durante los dos últimos años tomó la forma de un Plan Nacional de Lectura que ha inyectado una dosis inesperada, descomunal y saludable de literatura en las escuelas del país. En la provincia de Buenos Aires, eso cobró una intensidad particular con una docente y escritora a cargo: una Biblioteca Básica de diez clásicos argentinos prologado por otros diez autores, visitas de los escritores a las aulas y charlas ante auditorios desbordantes de docentes. A continuación, Angela Pradelli, la coordinadora del Plan Provincial, explica los insospechados alcances del asunto. Y además, uno de los prólogos con que los chicos conocerán a Silvina Ocampo, el testimonio de Guillermo Saccomanno en un aula del conurbano y una charla que Ricardo Piglia dio a maestras en La Plata.
Por Soledad Barruti
“Hay que estar en las aulas para saber cómo es. Yo trabajé mucho en las escuelas nocturnas de provincia a las que van los alumnos que se caen del sistema: por repetidores o porque son amonestados y rebotan o porque de día tienen que trabajar. En una de esas escuelas, frente a la plaza de Lomas, había un alumno que limpiaba pisos en el hospital Rivadavia. Como vivía en San Vicente, se levantaba a las cuatro o cinco de la mañana, limpiaba pisos todo el día, se volvía para Lomas, después se tomaba el tren, se volvía a San Vicente, y así. Por supuesto llegaba un momento al final de la clase en la que el pibe iba entrecerrando los ojos hasta que se dormía. A mí si hay algo que me ofende, que me brota, es que los alumnos se me duerman en la clase. Pero cuando conocí la historia de este chico, no sólo no me molestaba sino que en la clase íbamos bajando el volumen de la voz. Pasaron los meses y cuando llegó el Día del Maestro el pibe, como regalo, escribió en el pizarrón: Gracias maestra por permitirme el sueño. Y en ese texto yo encontré el porqué de un docente. No el porqué yo era docente sino por qué es necesario que haya docentes”, cuenta Angela Pradelli, escritora y docente a cargo del área bonaerense del Plan Nacional de lectura desde hace un año. “Un docente es el que cree que tu sueño va a realizarse y de alguna manera colabora. Los mejores maestros son los que logran ser respetuosos, los que saben escuchar y que permiten el espacio para decir. Porque de ese modo demuestran que tiene puesta la fe en los pibes. Es tan necesario que los docentes crean en los alumnos, que promuevan sus derechos... es aún más importante que el hecho de que sepan mucho, con todo lo que me interesa que los docentes estén formados. Y para eso trabajo.”
¿Está efectivamente todo roto? ¿Se pueden reconstruir los cimientos de la sociedad desde la escuela? ¿Es posible tomar la lectura como un camino de inclusión cuando el horizonte de la mayoría de los jóvenes tiene la forma de un nuevo modelo de Nike? Desde el Plan de Lectura Nacional se pretende responder positivamente a todas esas preguntas en el futuro. Para eso, con el aula como campo de batalla y los libros como el arma más poderosa, emprenden acciones concretas para devolver al docente su jerarquía, al alumno su entusiasmo, al sistema un poco de cabeza y corazón. Así, en todas las escuelas del país se están generando diariamente talleres y cursos, se entregan millones de publicaciones literarias y cuadernillos educativos que resignifican cuestiones fundamentales como la lectura en voz alta. Con la dirección de Margarita Eggers Lan, el Plan Nacional empezó oficialmente en 2008 cuando se fusionaron las diversas políticas ministeriales sobre promoción de la lectura que se sucedían desde 2003. Partiendo de esos megaeventos que significaron llenar de libritos de cuentos las tribunas de fútbol y las peluquerías, la propuesta fue cimentando en otros gestos que abrieron y ampliaron el diálogo con los docentes (hace dos años, por ejemplo, en un trabajo exhaustivo de cruza de datos de padrones, para el Día del Maestro llegaron a obsequiar a domicilio un libro por maestro en todo el país). Pero, sin dudas, es su trabajo con escritores, artistas e intelectuales lo que se anuncia como verdaderamente innovador. Nombres como los de Ricardo Piglia se suman a estas propuestas dictando conferencias para docentes; escritores como Eduardo Sacheri o Guillermo Saccomanno y dibujantes como Miguel Rep recorren escuelas del Gran Buenos Aires; Martín Kohan, Esther Cross, Alan Pauls y Noé Jitrik, entre otros, prologan los libros que este año irán en la mochila de cada chico de secundaria de las escuelas bonaerenses.
Es en ese contexto, y con ese tipo de propuestas bajo el brazo, en el que entra Angela Pradelli. Luego de haber visitado escuelas como escritora invitada, no dudó en sumarse a la propuesta. Armó un equipo (con las también docentes y escritoras Andrea Lobo y Cristina Ibáñez) y, con una clara actitud rupturista, se propuso tensar las cuerdas y duplicar la apuesta en el territorio tal vez más complejo del país: la provincia de Buenos Aires.
Desde que empezó, dice Pradelli, hubo algo tan valioso como fundamental en el trabajo de todos los días: el hecho de que los autores apoyaran cada una de las acciones del Programa. “Los escritores nos acompañaron siempre, empujan con nosotros con toda generosidad. Además, ¿no es lo más lógico pensar a los autores dentro del Programa? ¿Puede un plan de lectura crecer de espaldas a los escritores? Después de todo son ellos los que escriben los textos que circulan entre los alumnos; su presencia en las aulas y el apoyo al Programa aportan buena parte de la savia que corre por las nervaduras de este trabajo en la provincia.” Así fue en mesas de escritores que se debatió la Biblioteca Básica (diez libros fundamentales para leer a lo largo de toda la secundaria prologados por escritores argentinos), los fascículos de cuentos, las charlas que se pueden dictar. Porque todos comparten certezas como que “la lectura es un derecho, y puede darle un peso distinto a la vida de cada uno de nosotros. Podemos tener una vida u otra según las lecturas que hayamos hecho. Lo más valioso de leer es la experiencia y cómo nos modifica”, asegura Pradelli. “Paulo Freire nos enseñó eso: ‘De la lectura del mundo a la lectura de los libros, para volver a hacer la lectura del mundo’. Esa premisa tiene una hondura que podría sostener el sentido mismo de la escuela y el trabajo en el aula de alumnos y docentes. Encierra la comprensión de la lectura como una herramienta que nos permite participar de la vida y abordar y entender la diversidad y las diferencias no como la peligrosidad del pensamiento prejuicioso sino como lo que verdaderamente son la diversidad y las diferencias: riqueza pura”.
Aunque resulte paradójico, el acercamiento de los escritores viene de la mano de una teoría inesperada en un medio tan poco habituado a los cambios como el colegio: que la lectura no es sólo literaria, dice Pradelli, y acuerdan todos los escritores que ponen sus textos y su tiempo al servicio del plan. “Pensar que la lectura es sólo literaria es algo muy elitista. Y lo digo desde mi lugar de escritora literaria, donde la literatura es un eje en mi vida. Pero no se puede creer que sólo exista la literatura en la vida y que haya docentes que no estén interesados en otro tipo de lectura. Y hasta qué punto esta construcción ha pegado fuerte se ve en que hay gente que es muy lectora, pero no de literatura (que lee Historia, por ejemplo) y te dice que no lee. Y esa idea que discrimina está instalada en forma bastante brutal. Eso es muy complicado también para los alumnos de la escuela secundaria.”
Así, también empezaron a aparecer charlas con ilustradores, guionistas, actores; o la inclusión de un programa de lectura de medios en la currícula en donde los alumnos analizan los diferentes discursos a la luz del pensamiento de autores como García Márquez, Ryszard Kapucinski, Tomás Eloy Martínez o Javier Darío Restrepo. “¿Por qué no pensar que, desde una lectura que los alumnos formulan en los diarios, es posible que revisen los modos en que leen, por ejemplo, la geografía? ¿Cómo medirían algunos acontecimientos históricos si además los dimensionaran en un marco de lectura social y política del presente?”, se pregunta Pradelli. “Por suerte, hace un tiempo que las escuelas han incorporado los distintos discursos, incluso el mediático; hay una apertura importante en ese sentido y son muchos los docentes que los abordan. El lenguaje construye realidades y lo mejor que le puede pasar a un alumno es que la escuela le enseñe a descifrarlas.” Marina Paulozzo, docente y especialista en educación, fue invitada por Pradelli al primer ciclo de charlas sobre la lectura como un camino de inclusión en donde agregó su experiencia sobre lo que eso significa: “Somos muchos los docentes que hacemos de la lectura y la escritura las columnas sobre las que construimos los aprendizajes y las clases. Y hay que tener en claro que esa decisión tiene una postura política. Ya no estamos hablando de seguir una corriente didáctica u otra, es más que eso: hay una ideología en la decisión de permitir que todos los textos circulen en el aula, de valorar la literatura, pero también la historia, la filosofía, el ensayo, en fin todos los textos. Leemos a Cervantes, pero también leemos la Carta de Walsh a la Junta Militar, y leemos y discutimos editoriales periodísticos, y entrevistas a científicos, políticos, artistas, futbolistas. A principios de 1900, los médicos consideraban que la lectura era buena para el sistema cardiovascular porque ponía la sangre en movimiento; ojalá logremos eso con nuestros alumnos, que la lectura nos mueva y nos lleve de un lugar a otro”.
El Plan de Lectura tiene como destino y como sustento ideas tan alejadas del discurso que impera desde hace décadas que los primeros en sorprenderse son los mismos maestros y alumnos. “No es cierto que los docentes no sepan. Los docentes saben y tienen entusiasmo”, asegura Pradelli. “Y tampoco es verdad que los pibes leen hoy menos que antes sino todo lo contrario. Los alumnos de ahora tienen con la lectura y la escritura un vínculo mucho más estrecho y cercano que mis alumnos que ahora tienen 40 o 30 años. Los pibes se la pasan leyendo y escribiendo la gran parte del día. En los muros, en los blogs, en los mensajes de texto. Y no siempre son textos que se puedan ningunear y en algunos casos son textos bien interesantes. Es decir que lo que la tecnología trajo aparejado es que los chicos se conectaran con la literatura y la escritura por un camino que no es la escuela. El desafío de la escuela es cómo va a aprovechar y va a usar todas esas herramientas. Porque es evidente que esa conexión no la hicimos los docentes: la hizo la tecnología y la encontraron los pibes”, asegura.
“Entonces, lo necesario es trabajar para despertar de cierto adormecimiento, valorando el entusiasmo de la escuela que se cree que no existe.” Por eso, con cierta fobia a que las llamen “las del Plan”, no son ellas las que se acercan a las escuelas sino que comunican sus actividades y esperan que sean los mismos docentes los que se acerquen con un plan de lectura propio y necesidades concretas. “Lo que más piden los docentes son talleres de lectura y escritura para ellos, y visitas de escritores para los alumnos. Antes de la llegada del escritor, los docentes y sus alumnos leen los textos del autor y preparan la entrevista. Las experiencias son riquísimas. A veces, sobre todo en las localidades más alejadas donde están las escuelas rurales, se organizan entre ellos para aprovechar mejor el viaje de los escritores. Lo que más nos importa es el movimiento que se genera a partir de esa entrevista, las lecturas que se disparan en alumnos y docentes, el interés que se despierta en ellos no sólo por ese autor sino también por otros.”
Hay ejemplos muy concretos de lo que significa verse afectado por tal o cual lectura. La visita de un escritor a una escuela no es un hecho inocente. Tanto los docentes como los mismos alumnos ponen todo en cada visita. Y lo que sucede casi nunca es lo esperable. “Recuerdo una escuela en la que pasaban cosas muy heavies: la alumna que me recibió en la puerta, por ejemplo, había estado presa hasta la noche anterior porque se había robado una campera de un shopping, y había vivido cosas muy feas en la cárcel. No eran niñitos a los que la madre les hace un jugo y los lleva a la escuela a la mañana siguiente. Y sin embargo tenían un contacto con la lectura riquísimo. Ahí había un chico que había leído El buen dolor de Saccomanno y ni bien pudo se me acercó y me dijo: ‘No, yo a éste no lo leo más. Este tipo habla de una abuela y de una vida de mierda, y yo todo eso lo tengo en mi casa. ¿Para qué quiero leer eso? Yo quiero leer una cosa que me saque de mi casa, no que me haga recordar todo el tiempo mi casa’.” Y en otro sentido, tal vez la contracara exacta de ese mismo espejo, cuenta otro ejemplo: “El año pasado me invitaron a una escuela en la que los alumnos habían leído El lugar del padre. Uno de los alumnos, el primero de la fila de la ventana, no preguntaba nada, pero estuvo muy atento durante toda la entrevista. A veces cuando yo hablaba asentía con la cabeza, como dándome la razón. Cuando nos despedimos, me acompañó hasta el patio, y cuando quise saludarlo me acompañó hasta la puerta. ‘Bueno –le dije–, hasta acá.’ ‘Sí –me dijo–, hasta acá.’ Nos quedamos parados así, sin hablar, uno frente al otro y entonces me dijo: ‘Es que usted tiene el mismo dolor que yo de vivir todos los días sin un padre’”.
Es martes, una del mediodía y en La Plata está por comenzar el segundo ciclo de encuentros programados entre el Plan Provincial y el Plan Nacional de Lectura. Los conferencistas anunciados son Ricardo Piglia, Carlos Skliar y el español Jorge Larrosa, referente en lo que hace a la articulación de educación y lectura. Al finalizar, Víctor Laplace leerá cuentos de Clarice Lispector. Adentro del Jockey Club, con sus cortinas negras y su luz amarilla, el sol radiante ni siquiera se intuye. Las 600 maestras que se convocaron de los lugares más remotos de la provincia, con viajes de más de siete horas en muchos casos, sacian el hambre del mediodía con medialunas y un poco de café. En el aire se respira ansiedad. Todavía persiste el recuerdo del encuentro anterior. Dicen que parecía un recital de rock. Cientos de mujeres que habían quedado afuera aplaudieron hasta lograr entrar. Es que la convocatoria superó de tal modo la capacidad del espacio que muchos se tuvieron que acomodar arriba del escenario para escuchar.
Esta vez tan sólo habrá unas pocas demoras para empezar con conferencias tan intensas como enriquecedoras. En los baños, en un mínimo recreo, las maestras, sintiéndose interpeladas pero no habiéndose animado a preguntar, siguen sus propios debates. Que si está de acuerdo con lo que dijo Piglia sobre que es preferible leer exhaustivamente uno o dos libros por año, le pregunta una a la otra. “Habría que ver qué libros. Porque si es El Aleph, puede ser”, responde. Una tercera se une a la fila, todavía emocionada por lo que leyó Skliar (un relato propio sobre lo que significa abrir un libro). Y así, el horario de salida que se había ido demorando con la tarde sólo hará abandonar la sala a unas pocas, el resto esperará al aplauso final y se acercará al escenario a buscar a las responsables del encuentro y preguntarles cómo pueden hacer para que Víctor Laplace lea en su escuela, o para que un escritor “como Piglia” las vaya a visitar.
“Cada encuentro con los docentes quiere ser muy estimulante. Porque muchas veces, cuando hay un docente entusiasta, la rutina lo va anulando. Incluso las capacitaciones son un tema con el que no coincido en la mayoría de los casos. Ya la palabra me parece que subestima el rol docente, su trabajo y su experiencia. Me gusta más la palabra formación. Pero no hay caso, los que piensan, diseñan y organizan las capacitaciones prefieren seguir usando esa palabra, que los ubica a ellos en un lugar superior desde el cual pueden impartir.”
Claro que un esfuerzo tan grande por modificar un engranaje anquilosado durante décadas, muchas veces encuentra resistencias. “Si bien el aula es un gran lugar y trabajé con directores brillantes, jugados, inteligentísimos, también me tocaron experiencias horribles”, recuerda Pradelli. “Porque en las escuelas también hay una dosis siniestra que es muy alta. Hay directivos que no estimulan a sus docentes, ni garantizan su libertad de expresión. A mí me ha pasado muchas veces. Una vez les di a leer a un grupo de alumnos de quinto año un libro de cuentos publicado por la Fundación El Libro y los directivos de esa escuela consideraron que tenía un contenido sexual. Entonces, de repente me encontré una tarde en un escritorio, frente a un contexto de Inquisición, donde dos personas me preguntaban cómo daba a leer determinadas cosas. Eso es de una gravedad enorme. Porque esas personas dirigen una escuela hacia esos lugares oscuros, reaccionarios y represores. Por eso para mí lo más importante son los mails que después de cada encuentro nos mandan los docentes, y que nos dejan a dos metros del suelo de la emoción. Creo que lo mejor de todo es el entusiasmo, esa emoción, volver a creer, a confiar, a apasionarse. George Steiner, que ejerce la docencia y que tuvo una experiencia intensa en la enseñanza secundaria, dice que uno no puede leer La metamorfosis y luego mirarse impávido al espejo. Ese es el poder de la lectura que intentamos transmitir.”
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