Domingo, 14 de noviembre de 2010 | Hoy
PERSONAJES > OSWAL, EL PADRE DE SóNOMAN, EL SUPERHéROE ARGENTINO
Durante una década, Osvaldo W. Viola, más conocido como Oswal, escribió y dibujó para Anteojito a Sónoman, el superhéroe local que marcó a una generación y ahora acaba de ser rescatado con gran lujo en un flamante volumen de Ediciones de la Flor. En estas páginas, Oswal charla de la edad de oro de la historieta argentina, de su pasión por Will Eisner y Rembrandt y su trabajo con Oesterheld, además de anunciar su primera novela gráfica, que está a punto de terminar.
Por Martín Pérez
Pulgar, índice y mayor. Con el brazo y esos tres dedos extendidos, es que Sónoman hace uso de su poder-músico-mental. Su superpoder es el sonido, y nuestro personaje lo usa para viajar por el mundo y el tiempo, atravesar paredes, sopapear a sus adversarios y hacer todo lo que esos hombres en calzas y capa saben hacer. Al menos desde que dos jovencísimos artistas judíos decidieron que lo nietszcheano bien cabía en la narración a cuadritos, crearon un superhombre con la S bien grande sobre el pecho, y nació uno de los pilares de la cultura popular y masiva del gran país del norte, y también de su industria del entretenimiento.
Si alguna vez hubo un superhéroe completamente argentino y en serio, ese siempre fue Sónoman. Casi como un caso aislado, como la excepción que confirma la regla dentro de la historieta local, cuya escuela –a grandes rasgos– es la antecesora de la historieta adulta europea de la segunda mitad del siglo pasado. Después de todo, si los norteamericanos inventaron las tiras diarias y las revistas de superhéroes, la adultez de la escuela franco-belga tuvo su antecedente de este lado del charco, donde nada casualmente se formó Hugo Pratt y nacieron muchos de los dibujantes que de los años setenta en adelante supieron brillar en el viejo continente.
Por supuesto que dentro de ese devenir histórico, una burda simplificación para el manual del buen alumno, siempre hay realidades que no encajan. Sónoman es una de ellas. En una tierra casi orgullosamente sin superhéroes, la obra que Osvaldo W. Viola creó durante una década para una revista infantil como Anteojito se yergue por derecho propio como el gran superhéroe local. Pero no por respetar burocráticamente los parámetros que rigen al género, sino justamente por todo lo contrario. Por ser original, por insuflarles vida a esas reglas muertas y por permitirse ser personal casi sin buscarlo. Quienes crecieron leyendo a Sónoman, sabían que había algo especial en ese personaje también con capa y algo parecido a una S en el pecho. Pero fue el tiempo el que confirmaría esa intuición infantil, en parte al demostrar Oswal su talento y maestría para la narración a cuadros con cada nueva historia. Y también porque el personaje una y otra vez se negó a desaparecer.
“Yo no hice nada, eh”, sonríe Oswal, cuando se le celebra no haber dejado de insistir con su primera creación. “Todo lo hizo Sónoman”, agrega, abarcando con ese todo las sucesivas reapariciones del superhéroe en toda clase de diarios y revistas, el rescate con que lo honró Soda Stereo a mediados de los ’90 (en los agregados no-MTV de su disco Confort y música para volar) y la estampilla que le dedicó el correo argentino en el 2003, en su tercera serie dedicada a la historieta, junto a El Mago Fafá, Savarese, Hijitus y Diógenes y el Linyera, entre otros.
Y, por supuesto, también el flamante volumen editado a todo lujo y color por Ediciones de la Flor, que merecidamente rescata sus aventuras tanto para un hipotético público nuevo como para el que nunca dejó de esperarlo.
Uno de los recuerdos que atesora Oswal de sus inicios dentro del mundo de la historieta y el humor gráfico argentino es de su época de oro, que coincidió con sus comienzos. “Siempre fui tímido, pero también bastante atrevido”, es como se presenta, buscando explicar cómo fue que se atrevió a golpear ante la puerta que decía Dirección y no en la de Redacción la primera vez que se acercó a Rico Tipo con su carpeta llena de dibujos bajo el brazo. Con su bata y su pipa, el que entreabrió la puerta y se asomó fue nada menos que Divito, el legendario director de la revista. “Con una sola mirada se dio cuenta de quién era yo y qué quería, y me cerró la puerta en la cara”, recuerda. “Pero durante ese segundo que se entreabrió la puerta, alcancé a ver un sofá enorme ocupando media oficina, donde estaba sentada una modelo digna de sus dibujos”, cuenta Oswal, que a pesar de semejante desplante, terminaría siendo socio de Divito en una empresa dedicada a los dibujos animados publicitarios. Lo que nunca llegó a conocer fue la magia –por llamarlo de alguna manera– de una redacción, ya que confiesa haber sido más bien un solitario, una condición que explica perfectamente su ubicación dentro del mundo de la historieta local, un bicho raro como su personaje más conocido, una escuela en sí mismo, un maestro que aparece en los lugares menos pensados, buscando su lugar en la historia.
Nacido en Bernal pero criado en Quilmes, Osvaldo W. Viola es hijo de un padre jefe del taller mecánico de un banco. Pero en su hogar, recuerda, siempre hubo muchas inquietudes artísticas, mucha música, y también literatura. “Nací dibujando”, recuerda este lector de revistas como Pato Donald y Patoruzito, que por entonces no sólo referían a los personajes de Disney y Quinterno, respectivamente, sino que sus páginas estaban llenas de todo tipo de historietas que continuaban semana a semana. Pero a la hora de hablar de sus más grandes referencias, Oswal prefiere escapar del corset del género, y dice que lo que sabe lo aprendió en los bares, hablando de filosofía. “Cuando uno es autodidacto, nunca deja de aprender”, calcula. Y asegura que la mujer que más lo conoce es la que aparece en un cuadro de Rembrandt, el único con esa firma que atesora el Museo Nacional de Bellas Artes. “Me debo haber quedado horas mirando ese cuadro, ensimismado, iba constantemente a verlo.”
Una de las particularidades de cualquier página de historietas firmada por Oswal, de cualquiera de sus personajes, es el movimiento. Algo que tal vez tenga que ver con que en un principio, antes que historietas, lo que siempre soñó fue hacer dibujos animados. Se metió en ese negocio, e hizo piezas para toda clase de marcas y artículos –“la que me nombres, yo la hice”, asegura–, pero en su recuerdo siempre aparecen también esos momentos iniciáticos golpeando puertas en redacciones. Así como fue con su carpeta a Rico Tipo, y lo terminó atendiendo Toño Gallo, supo pasar por Patoruzito, donde cada consejo de Tulio Lovato le servía para trabajar un mes, según afirma. Antes que los nombres famosos del género, Oswal elige nombrar como referentes a esos trabajadores hoy casi anónimos, pero que vieron pasar a todos los talentos de su época, y también a los principiantes como él.
La oportunidad de encontrar finalmente un lugar en una redacción le llegó a mediados de los años sesenta, cuando García Ferré perdió con Columba los derechos de Batman, y quiso tener su propio superhéroe. “No me gustaban los superhéroes, pero sí la posibilidad de un trabajo fijo”, confiesa Oswal, que había ingresado en la revista adaptando a Dickens, uno de sus autores preferidos. Y de su amor por la música nació Sónoman, el personaje con el que, durante los diez años ininterrumpidos que salió en las páginas de Anteojito, no sólo le proporcionó ese sueldo fijo, sino que también aprendió a hacer historietas en público.
Además de Sónoman, la obra de Oswal incluye maravillas como Mascarín, un extraño antihéroe que supo salir en la revista Chaupinela, y también Big Rag, una suerte de clase magistral de la narración en cuadritos que se publicó en España, con guión del casi olvidado Carlos Albiac. Ultimamente, Oswal ha incursionado en obras más adultas y ambiciosas, como Consumatum est o Tango en Florencia, donde siguen descollando todas sus virtudes narrativas. Pero se extraña un poco la soltura de sus mejores páginas, porque si algo se disfruta en su dibujo, de Sónoman en adelante, es su carácter pop y sus juguetonas tramas. Hijo de los ’60, en época en que los superhéroes norteamericanos se conflictuaban psicológicamente de la mano de Stan Lee, Oswal le daba a su súper-personaje características más cercanas al Batman televisivo, con guiños siempre cómplices hacia el lector. Si por algo se caracterizó Oswal, por ejemplo, es por incluir toda clase de referencias por fuera de la historieta, como pseudo-reportajes o artículos que tomaban a Sónoman como algo real. “Es que si vos no te creés lo que hacés, es difícil que te crean los demás”, asegura Oswal, que en el caso del curiosísimo Mascarín, un personaje al que nadie lograba ver jamás, cuenta que él tampoco sabía cómo era. “Es que si yo lograba visualizarlo, la magia se hubiera perdido.”
Un recorrido más exhaustivo por sus personajes, que siempre aparecieron escondidos aquí y allá, casi al margen de la historia oficial del género, debe incluir su trabajo con Oesterheld, que comenzó en algún guión perdido de la última época de Hora Cero y Frontera, y llegó a su culminación con El Astrón de La Plata, una historia de invasión que a fines de los años ’60 comenzó dibujando Lito Fernández para el diario El Día, pero enseguida terminó cayendo en sus manos. “Hace poco recibí una llamada del diario, diciéndome que habían encontrado las tiras originales y pensaban republicarlo, pero desde entonces no tuve noticias”, cuenta Oswal, que adaptó la historia para Skorpio, a comienzos de los ’80, con Oesterheld ya desaparecido, bajo el nombre de Galac Master. “Los primeros capítulos salió con la firma de Oesterheld, pero enseguida la revista la sacó y quedó sólo la mía, por un problema de derechos de autor que tenía con su viuda. Pero los guiones son todos suyos.” Del legendario guionista desaparecido, Oswal recuerda un encuentro que tuvo por la época en que colaboraron en el diario platense, caminando por Florida. Dice que de pronto Oesterheld aseguró haber recordado que debía entregar un guión, subieron a una oficina donde pidió prestada una máquina de escribir, lo tipeó de un tirón y luego siguieron caminando y conversando. Así trabajaba el maestro, al que Oswal celebra que se recuerde. Pero pide el mismo trato para tantos otros nombres que él considera tan magistrales dentro de su rubro, y que permanecen olvidados.
Además de vivir de la docencia, algo que hace desde hace más de tres décadas ininterrumpidas en la escuela de dibujo de Garaycochea, la actualidad de Oswal incluye una novela gráfica con guión de Enrique Abulí, uno de los maestros en el rubro de la historieta española. “Ya tengo el guión completo, y estoy trabajando sin apuro, pero sin descanso”, dice de la que será su primera novela gráfica, con el título de La nieve y el barro. Considerado en España como el Alex Toth argentino –en referencia a un dibujante norteamericano mundialmente famoso, con el que comparte la misma facilidad para las formas y la narrativa dibujada–, Oswal es un alumno dilecto del gran referente de ese tipo de dibujo, Will Eisner.
“Conocí su obra a fines de los ’60, y no paré hasta leerla toda. ¡Hasta me trajeron un autógrafo de él!”, asegura. Cuando era un joven fanático de la historieta, Oswal rápidamente sabía de quién era un dibujo sin mirar la firma. Y eso quiso siempre para él, poder dibujar de una manera en que fuese reconocible al primer trazo.
“Cuando era joven me frustraba pensar que la vida era un camino hacia el horizonte, sin llegar a alcanzarlo jamás. Pero ahora me parece que ésa es una de las maravillas de todo este asunto”, afirma Oswal, el hombre al que se lo reconoce al primer trazo, el autor de un superhéroe tan argentino que no parece superhéroe, un dibujante perdido, un maestro anónimo y al mismo tiempo docente de varias generaciones de alumnos. “Si la historieta desaparece será culpa de los dibujante y los editores, no de la historieta. Ahora todos se deslumbran por los dibujos, pero el secreto está en la historia, en contar”, asegura Oswal, mientras sus dibujos siguen y siguen contando.
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