Domingo, 4 de diciembre de 2011 | Hoy
MúSICA > ANA PRADA TOCA EN BUENOS AIRES
Con Soy sola (2006), se reveló como una compositora delicada, bucólica y serena, capaz de cruzar lo folklórico y la electrónica sobre letras poderosas con olor a campo y río. Con Soy pecadora (2009) esa misma chica de nostalgia rabiosa, noches de ciudad y heridas de amor, se desató. Y mientras sus canciones las cantan desde Teresa Parodi hasta Liliana Herrero, ella no parece con ganas de parar. Quienes lo quieran comprobar y disfrutar, Ana Prada cierra el año tocando en Buenos Aires.
Por Mariano del Mazo
“Esta chiquilina va a ser una gran artista. Tenga cuidado.” Eso le dijo una tarotista vieja y desmañada a la madre de Ana Prada en 1975. Eso está recordando la chiquilina de 40 años ahora, en un bar-librería muy Palermo. “Nunca se lo conté a nadie. Era demasiado pequeña pero la imagen me quedó grabada: la tipa leyó mi mano y levantó la cabeza hacia mi madre. La frase de la vieja me marcó. Más que la frase, el tenga cuidado.” Seguramente la madre de Ana Prada tampoco olvidó a la tarotista y su videncia. Sobre todo en el tránsito que fue de la niñez a la adolescencia de su hija, cuando en Paysandú empezó a correr un rumor que en el pago chico siempre resulta más pesado y corrosivo. “Se armó un gran quilombo. Me señalaban: parece que la Ana tiene novia. No es nada fácil, son cosas que dejan secuelas en la familia. Por suerte las nuevas generaciones tienen una relación más sana con la diversidad.”
Rémora de aquellos tiempos crueles, Ana Prada está decidida a no pasar inadvertida por la viña del señor. A sus canciones engañosamente redondas y amables –un perturbador mix de campo y ciudad y por añadidura de folklore y electrónica, una letrística feroz camuflada en ritmos de río y pampa, una voz entonada y serena– y a su belleza inobjetable –otro modo de perturbar–, le agrega un discurso unívoco que la estampó en una bandera. En el camino que pasó de ser la chica rural y tímida de su primer disco, Soy sola, a la endemoniada del segundo, Soy pecadora, se despojó de toda hipocresía. Basta chequear el clip del tema que bautizó el álbum para revolcarse en una menesunda de monjas armadas con fusiles, metrosexuales mutados en mefistos y amores lésbicos y quedar atónito por la ductilidad de los mil rostros ficcionales que puede encarnar Prada. Casi una chica Almodóvar sin Almodóvar.
“Siento que con Soy pecadora me direccioné, me permití, me autoricé. Es un: soy pecadora y qué. Sé que tiene su provocación. Quería decir algo. Siento que estamos rodeados de gente que no dice nada. Estoy madurita y no tengo ganas de cantar que mi familia es linda, que mi amor es un hombre, un marido, no sé qué... Lo que canto me llevó al lugar en el que estoy. Es un lugar de bandera, lo sé, pero también es un lugar de honestidad. Me sigue un público gay y también me sigue un público no gay. ¡La otra vez en un concierto mío había sordomudos! ¿Podés creer? Le caigo bien a las minorías.”
Con una base de milongón electrónico Ana Prada canta: “Entre tanta oveja blanca, una negra viene mal / el que se crea tan gaucho / yo lo invito a redomar (...) / Usted me llama señora, porque no me vio montar” (“Como hace el tero”). Con ritmo de ranchera: “Te doy mi nombre verdadero / te prometo un mundo entero / te acuno, me ahueco/, te dejo seguir / Hoy te pusiste tu vestido/ el prohibido / Vos inconsciente / tan decente / desmedida”. Y así. Como Gabo Ferro, Prada utiliza el folklore para que el paisaje sonoro choque con la tradición bucólica rural y en el impacto deje al descubierto situaciones contrastantes, que en un marco urbano quedarían diluidas.
Sorprende el nivel confesional de Ana Prada: la primera persona se despliega casi obsesivamente (ya desde el soy de los títulos de sus dos discos) y deja sospechar que lo que canta habla de ella. La fábula que Ana Prada gusta contar es la de la paisanita que crece, que descubre su sexo, que se va a la gran ciudad y que conserva una nostalgia contradictora, de amor y odio, hacia su terruño. Lo peor y lo mejor del campo aparece condensado en sus canciones. Si se lee la letra chica, también lo peor y lo mejor de la ciudad. Y la duda, la ambivalencia. “Suelo andar, ya me ves, jugando entre pasión y sacrificio / balancearse y dudar / sin caer y sin poder cambiar de sitio”, canta en “Tentempié”, de Soy sola.
Pasión y sacrificio, dos palabras de raigambre religiosa. Se ríe Prada. “Hay de todo. Soy pura ciclotimia. Me interesan muchas cosas, detesto muchas cosas. Me gustan el campo y la ciudad. Y cuestiono los dos lados.” La ciudad, como la composición, fue un descubrimiento de grande. “Me fui a Montevideo a estudiar. Empecé Derecho y dejé, empecé Ciencias de la Comunicación y dejé. Al final hice Psicología: me recibí pero jamás ejercí. Trabajé en radio con Juceca, Julio César Castro, el autor de Don Verídico. Hice con él dos radioteatros: Una lágrima bajo la lluvia y Una pasión desenfrenada y loca. Muy gracioso todo. Yo tenía que poner voz de tarada... ¡y me salía perfecta! Tenía 20 años, época de la alta noche montevideana, llena de intelectuales, de filósofos. Nos juntábamos con Juceca, con Darnauchans, con el Gordo Maggiolo. Aprendí mucho.”
Las canciones de Ana Prada las cantan desde Teresa Parodi hasta Liliana Herrero. Tiene un público en leve ascenso que corresponde a un talento singular, que aún se escucha inhóspito, y también a una corriente afectuosa que sabe generar a su alrededor. Es prima hermana de Jorge Drexler pero venera a Fernando Cabrera (“está cada vez más sabio, es un genio, es el mejor compositor de habla hispana, lo escucho y siento que como autora estoy en pañales”). Va a festejar el fin de un año más que bueno el jueves 15 en el CAFF. Es hija de Chiquito Prada, hombre de campo que sin embargo ostenta el extraño título de ser el primer surfista de La Paloma, cuando en los veranos de los años ’50 surfeaba sobre una puerta de placard. Quiere que su próximo disco sea “más power”, más jugado y piensa grabar “La entalladita”, la hermosa ranchera que hacía Amparo Ochoa. Y, dice, baraja colgarse una guitarra eléctrica...
La guitarra, todo un tema. Una anécdota colabora a definir su temperamento. “Tomé clases con Esteban Klisich, que es el tipo que les enseñó a todos. Un capo. Yo llegué a tocar muy bien, pero un día me peleé mal con la guitarra. Fue por una escoria que tuve con una pareja. Rompí la guitarra contra la pared por no partírsela por la cabeza a ella. Era un instrumento muy especial, que me había hecho hacer por un luthier. Me rayé. Estuve diez años sin tocar. Cantaba pero no tocaba. Así soy: te vas dando cuenta, ¿no?.”
Tenía razón la vieja tarotista. Hay que tener cuidado.
Prada se presenta el jueves 15 de diciembre en el CAFF, Sánchez de Bustamante 764, a las 22. Entradas: $ 50. Banda: Juan de Benedictis en guitarra eléctrica, Fernando Mántaras en contrabajo, Ariel Polenta en piano y percusión y Julián Semprini en percusión.
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