Domingo, 26 de agosto de 2012 | Hoy
MUESTRAS 2 > JULIANA IRIART,CYNTHIA KAMPELMACHER Y CLAUDIA DEL RíO EN LA GALERíA NORA FISCH
Tres artistas lápiz en mano comparten mucho más que galería: la fe en que el lápiz es una linterna; el trazo, una plegaria en la oscuridad; y el dibujo, una revelación que queda en el papel.
Por Veronica Gomez
“Me da gusto ver el dibujo que parece no verse a sí mismo, porque está tan concentrado en su aparición y sólo se devela en un duermevela, y en ese estado alguien me dice: ‘Que el dibujo sólo sea necesario para sí mismo, no para quienes miramos’”, escribía Claudia del Río en ocasión de una muestra de Walter Alvarez, dando en el clavo al merodear una sensación que vuelve al dibujo, una y otra vez, y por los siglos de los siglos, sencillamente encantador. El dibujo no posa, aparece. Se deja ver. Y se nos revela al tiempo que va siendo. Luisa Kuliok, en su papel de Gina Falcone y poseída aún por la convicción de Sor Piedad, uno de los tres personajes que supo encarnar en la inolvidable telenovela La extraña dama, le confesaba a un Marcelo Ricchiardi totalmente atónito: “La razón de una revelación sólo hay que buscarla en la revelación, y a mí se me ha revelado el destino y tiene su origen en los sueños” (Santa Teresa de Avila bien podría haber acuñado tan altísimo guión). Clases de revelaciones hay, según la teología, dos: las cósmicas o naturales y las sobrenaturales. Ambas precisan de un estado de gracia del destinatario, un situarse en la fe que juzga verdadero y necesario aquello que se desoculta cuando el velo se descorre. En la muestra Ojos de papel, vigente en la galería Nora Fisch, los dibujos de Juliana Iriart, Cynthia Kampelmacher y Claudia del Río gozan de ese estado de gracia que permite sentir la maravilla de lo frágil, de lo pequeño, de la materia que se adormece lo mismo que se exalta, y del significado más o menos opaco de lo revelado.
Presenciar uno de los lanzamientos de papelitos de colores que Juliana Iriart lideraba desde las azoteas de los edificios era participar de un acto mágico, donde el color irrumpía volátil y fragmentado, para formar momentáneamente nubes y cúmulos que luego se esparcían y desvanecían como un murmullo entre la arquitectura y el trajín de los peatones. Pedacitos de la revelación se te adherían al pelo y a la ropa, y los llevabas a pasear por ahí al retirarte. En los dibujos actuales, Juliana concentra los fragmentos en una pieza única. Aquí las tramas de colores estallan, interrumpidas por islas de papel plano, superficies que reflejan o superficies mudas, que absorben la luz. Son obras musicales. Hay ritmo y sonido y las acciones se superponen en capas: rayar con fibra y lápiz en distintas velocidades, hacer incisiones sobre la pintura fresca, recortar, dejar flotar las islas de papel o integrarlas a la trama que cruza el espacio como pentagramas o cuerdas de guitarra. A veces se entreveran plumas de pavo real que se convierten en ríos, arco iris o en follajes que recuerdan los tiernos arbolitos que Juliana solía dibujar. Puede distinguirse un marco rector donde estas acciones se congelan o se sostienen: son planos y líneas negras que recuerdan la estructura lineal de plomo de los vitraux. Las superficies espejadas reflejan la espalda del papel que se les superpone, un dorso naranja flúo que es un fuego constante, atrapado y vibrando entre dos mundos.
Dice Cynthia Kampelmacher que descubrió la “maraña” durante una residencia artística en Panamá. Sumergida en la selva, se nutrió de la espesura enigmática donde se recortan breves lucecitas, fragmentos de sol que hacen tremendo esfuerzo para penetrar la densidad. Esa sensación la impregnó y siguió escarbando allí, haciendo de la reiteración de la imagen un modus operandi donde la variedad de recursos desplegados pone sobre el tapete la imposibilidad de desentrañar el misterio. En la serie Proverbio alquimista, la fotografía de la selva se imprime varias veces, pero cada imagen es intervenida de manera diferente: una con pigmentos dorados que siguen las líneas de círculos concéntricos, formando una especie de huella digital arbórea, y la otra calando el papel en un intento de ir más allá para toparse con las sombras incompletas y casi imperceptibles de los “llenos” sobre la pared. Si el blanco es un silencio lleno de posibilidades, según Kandinsky, el negro es la oscuridad donde las cosas se ocultan. En la obra de mayor formato, Cynthia parece utilizar el lápiz como una linterna, echando luz sobre el papel negro. En la serie de selvas hay algo de paisaje carbonizado, fósil. Son lugares extraños y, por momentos, siniestros. Postales de un paisaje que ya murió hace tiempo pero, al igual que ciertas estrellas, todavía nos llega su luz post-mortem.
En los dibujos de Claudia del Río, el aceite de lino derramado sobre el papel indica los límites de la superficie donde luego vendrá a enroscarse la línea, graciosa y alborotada. Ferviente admiradora de la Escuela de la Aparición y gestora del Club del Dibujo, Claudia es una gran entusiasta, promotora y practicante de esa disciplina. Entre el vertido del aceite sobre la cartulina y la llegada del lápiz pasa un tiempo largo. Cada material necesita su período de maceración. Su reposo. Que se acomode tranquilo, mientras tanto la mente divaga hasta que llega la gracia. En su serie Tin Tin no es el zorzal, unas cabezotas más o menos deformes (que se llevan muy bien con las formas ovoides del trabajo de su vecina de muestra, Juliana Iriart) se colman de líneas enroscadas, albergan ojos que no se sabe si son charcos o rosas abiertas, bocas como pequeños pozos negros, orejitas, pájaros, palabras sueltas, palabras agrupadas en brevísimos relatos, aviones o curitas en forma de cruz (¿o serán baguettes?). Es increíble todo lo que puede albergar una cabeza. Cierta torpeza refinada y un humor delicado son las maneras con que Claudia logra hacernos estremecer mientras sonreímos levemente.
Juliana Iriart con sus lanzamientos, Claudia del Río como comandante del Club del Dibujo y Cynthia Kampelmacher con sus intervenciones en instituciones estatales, las tres artistas logran en su obra algo bastante difícil: conjugar, flexible y amablemente, lo público y lo íntimo. “Voy hacia un mundo lleno de cosas tangibles, reales, pero que nacen de un sueño, de una revelación... como una orden”, recita Gina Falcone. Y tal vez el dibujo sea eso: revelaciones que se hacen tangibles en el papel.
Ojos de papel
Dibujos de Claudia del Río,
Cynthia Kampelmacher y Juliana Iriart
Del 11 al 31 de agosto de 2012
Nora Fisch Arte Contemporáneo
Güemes 2967 - PB
Martes a viernes, de 15 a 20
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