Domingo, 14 de octubre de 2012 | Hoy
MúSICA > EL REGRESO DE EDELMIRO MOLINARI
Navegante intrépido dentro del cosmos del rock nacional, el ex Almendra y Color Humano fue el que, al decir de Luis Alberto Spinetta, se fue cuando todos se querían quedar y volvió cuando todos se querían ir. Exiliado en Estados Unidos para tocar música negra con los negros durante casi dos décadas, fue quien recibió a Gustavo Santaolalla cuando viajó por primera vez a Los Angeles. Con una ayuda de amigos como La Renga y Skay, Edelmiro Molinari ha regresado a los escenarios con un nuevo disco, Contacto 2012. Afincado definitivamente en San Luis, recuerda el último regreso de Almendra, las razones de su apodo de La Avispa, y explica por qué Color Humano es, más que un tema o un grupo, una filosofía de vida.
Por Sergio Marchi
Es un gigante del rock argentino, en todos los sentidos. Su leyenda tiene la dimensión de aquellos que forjaron la historia, y su estatura física no le va en zaga. Lejos de subirse al pedestal del prócer, elige vivir hoy de acuerdo con los principios que siempre lo han regido por su largo e influyente derrotero musical. En su nuevo disco, Contacto 2012, habla de la importancia de las relaciones humanas, de mirarse a los ojos, advierte sobre los atorrantes del doble discurso que lucen elegantes, y propone el amor como única solución. Ancestrales pensamientos que sostiene contra viento y marea. Se trata de un hombre que ha sido coherente con lo que predicó toda la vida, aun cuando la misma vida le ha dado palo y palo. Hoy se encuentra nuevamente de pie, tras haber superado un duro trance de salud. “Ando muy bien”, dice sonriendo. “Atravesé un momento muy difícil. Ahora estoy en una mejor situación porque antes los porcentajes los tenía en un noventa por ciento en contra, y ahora la cosa se revirtió y el noventa por ciento es a favor. Pero uno no puede descuidarse; sigo bajo cierto tratamiento de mantenimiento, porque el cáncer es una enfermedad que es muy conocida, pero que también sigue dejando interrogantes. Estoy atendido por un oncólogo impresionante, que contacté a través de la mutual de Sadaic. Estas cosas las cuento porque realmente quiero expresar un agradecimiento, porque hay un grupo de trabajo ahí que es de primera.”
Dentro del cosmos del rock argentino de los ’60 y los ’70, Edelmiro Molinari ha sido uno de sus navegantes más intrépidos e impredecibles. Luis Alberto Spinetta, quien fuera su compañero de ruta en Almendra, le dijo en una ocasión: “Te fuiste cuando todos nos queríamos quedar, y volviste cuando todos nos queríamos ir”. Tras su paso por Almendra y Color Humano, Molinari se radicó en California entre 1974 y 1996, en un exilio voluntario, simplemente porque quería tocar con músicos negros. Y después de recalar un tiempo en Buenos Aires y sopesar la posibilidad de radicarse en Chile, se afincó en el pueblo de Carpintería, en la provincia de San Luis, donde ahora reside. “Soy como un gitano loco que mueve su carretón y vive en otro lado y conoce a otra gente”, afirma. El 6 de octubre pasado, Edelmiro volvió al área metropolitana para presentar Contacto 2012 en el Teatro Colonial de Avellaneda, un triunfo (tanto el show a sala llena, como la edición del disco) que alcanzó con una ayudita de sus amigos. Fue la gente de La Renga la que lo volvió a instalar en un escenario en el mes de mayo, después de trece meses de no tocar la guitarra. Además, Chizzo Nápoli y Skay Beilinson participaron en el álbum, aunque no sean los únicos que reconozcan en Molinari a un mentor; Adrián Dargelos de Babasónicos estuvo presente en su álbum anterior (Expreso de agua santa, del 2006) y la carrera solista de Carca siempre acusó recibo del influjo estelar de Edelmiro. “Es emocionante encontrar que lo que hacés les llega a los demás. Los músicos sin la gente que nos escucha no somos nada. Ese es mi concepto de Color Humano. No fue un dúo o un trío: es mi vida de relación con todo lo que me rodea.”
Molinari encarna el sonido más divagante, más flú, más exquisitamente volado del rock nacional. Sus canciones tienen una mística que conjuga las fuerzas de la naturaleza con los designios del cosmos, atravesando las calles y saltando por sobre las bolsas de basura. En Almendra, esos temas conformaron una minoría muy especial, que terminaba de diseñar una personalidad musical fuera de lo común. Era esa peculiaridad la que se destacaba aun teniendo al lado a un compositor del calibre de Spinetta, lo que hacía que se le prestara una especial atención. De alguna manera fue como el Harrison de Almendra. Frases como: “Los patos se alegran al verla regresar, acompañada”, “No te puedo hacer distancia, ni carne bajo mi piel”, “Beso mares de algodón, sin mareas: suaves son”, convocaban la atención del oyente sensible. Edelmiro lo lograba sin proponérselo, simplemente dejando fluir un sentimiento que lo atravesaba. “Es algo que para mí es no identificable. La música tiene muchas facetas, el entretenimiento, la diversión, el baile: a mí me encantan todas. Y después hay otros músicos que nos dedicamos a cantar nuestras vidas a través de esto, y somos instrumentos de algo que nos trasciende. Lo podemos llamar Dios, lo místico, lo inconmensurable. Eso lo sentí desde chico. Me enamoré de la guitarra eléctrica no para ser una estrella de rock: me calentaba el sonido de la guitarra. Es como decir que te gustan las chicas, en ese momento de la vida en que las pibas te vuelven loco. A mí me pasa lo mismo con la eléctrica, y no la toco tan a menudo, porque es como hacer el amor constantemente, y es demasiado. En cambio, prefiero tocar la guitarra criolla, y con ella tocar, soñar, componer. Porque cuando me cuelgo la eléctrica se me dispara un indio; hay algo que yo no entiendo de dónde sale, y dejo que eso fluya, porque sé que no soy yo sino algo que viene a través mío.”
El sonido particular de la guitarra de Molinari en Almendra le valió el apodo de La Avispa. Al recordárselo, Edelmiro se ríe y ofrece una alternativa: “Si antes me decían La Avispa, ahora deberían llamarme El Oso Panda, porque es el ser más lento del mundo. Yo tocaba con púa, y había llegado a un buen nivel técnico de chico, entonces zumbaba entre las notas. Ese estilo yo lo fui amasando antes de Almendra y después ya dentro del grupo, y lo seguí desarrollando en Color Humano. A mí me encanta toda la música, desde Atahualpa Yupanqui hasta el rock más podrido, pero creo que en ese tocar que yo estaba cocinando en esa época influyó mucho el jazz, y los fraseos del estilo. Y entendí que con la púa era muy difícil tocar de esa manera, porque por inercia acentuás el tiempo fuerte. Entonces comencé a hacerlo al revés: a acentuar el tiempo débil. Después, directamente abandoné la púa”.
Almendra tuvo una vida breve pero intensa que marcaría para siempre a Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio, Rodolfo García y Edelmiro Molinari. Esa existencia transcurrió entre 1968 y 1971, con dos reuniones posteriores en 1979 y 2009, cuando Spinetta realizó aquel mítico show en Vélez de Las Bandas Eternas. “La reunión de Almendra que hicimos en 1979 me encantó; la de 2009 fue más un viaje de Luis que uno de Almendra, pero yo seguiría tocando con ellos en cualquier otra esfera o nivel telepático. Era un placer. Porque era un grupo que funcionaba del modo en que la raza humana debería funcionar: en armonía, coincidiendo y eligiendo lo mejor para todos.”
Cuando Almendra concluyó su ciclo vital, Edelmiro formó dos tríos increíblemente fugaces. El primero, el Trío Pistola, con Claudio Gabis y Pappo, ni siquiera se materializó aunque figura en libros de historia, mientras que el segundo, Viento, lo hizo en una sola ocasión. “El Trío Pistola se dio con Claudio Gabis y con Pappo, porque los tres teníamos un enamoramiento en común. Incluso en el disco nuevo estoy interpretando temas de varios de ellos, porque todos fueron mis influencias. Nos juntábamos con Claudio y Pappo y nuestro saludo era un estiramiento de cuerdas verbalizado: ¡twiiiiing! Un día nos propusimos tocar juntos y creo que el nombre lo puso Pappo. Se adelantó a la prensa y no llegamos a hacerlo nunca: quedó en nuestro sueño. Viento, en cambio, fue el antecedente de Color Humano, con Luis Gambolini, un baterista muy talentoso que terminó viviendo en Noruega, y Vitico, que fue el otro compinche de ese momento. Creo que hicimos una sola actuación: era una búsqueda de los tres, de encontrar un sonido, un punto en común. A mí, esa experiencia me dio una base bárbara para proyectarme a lo que después iba a ser Color Humano.”
Color Humano fue el grupo que terminó de definir la personalidad musical de Edelmiro Molinari, y de enarbolar la bandera más psicodélica del rock nacional. “En la primera sesión de grabación de Color Humano no tenía baterista, entonces le pedí a Rodolfo García que grabara con nosotros ‘Sílbame, oh cabeza’. En el ínterin, aparece Rinaldo Rafanelli, que me cuenta que tiene un flaquito amigo de él, que había llegado de Miami, viviendo en su casa. Probamos al flaquito que tocaba de todo y tenía mucho swing. Era David Lebon a los 18 años. Y con él terminamos la grabación del primer disco de Color Humano. Después David tiene un enamoramiento con Luis Alberto, y se nos escapó; cuando quisimos acordar ya estaba en Pescado Rabioso, una banda impresionante. Y ahí es donde yo me atrevo a llamar a Oscar Moro, que era para mí como John Bonham o Keith Moon. Me daba vergüenza llamarlo, pero su entrada fue fundamental, porque era un baterista arrollador. David era un tipo de varios talentos y podía tocar cualquier instrumento; Moro era una baterista que te arrancaba la cabeza.”
Con el espíritu gitano que lo caracteriza, Edelmiro dio por terminada la experiencia de Color Humano, tras un álbum simple y un espectacular disco doble. Y en 1974 partió hacia los Estados Unidos en busca de los músicos negros con los que siempre soñó tocar, y con quienes siente una conexión que él presiente incluso sanguínea. “Mi abuelo, Edelmiro Molinari, yo soy el tercero, nos gratificó con su nombre a mi papá y a mí. Era comisario, policía, y guardia del general Juan Domingo Perón. Mi abuelo tenía el pelo rizado como el de los africanos. Siempre me tocó el sentimiento de Africa de un modo muy profundo, como si fuera la madre de nuestro mundo. Creo que influyó en la música popular de hoy en día de una forma absolutamente poderosa; la llegada de los negros africanos a la cultura americana influyó en toda la música que siguió después, el blues, el jazz, el rock. Porque, básicamente, la música es ritmo.” Una vez instalado en California, Edelmiro publicó un aviso en The Music Conection, una revista dirigida a la comunidad musical: “Quiero tocar con músicos negros”, decía el anuncio. “Me quedé esperando que el teléfono sonara”, recuerda. “Al tiempo me llamó un afroamericano con cierta prevención, porque era un aviso raro. ‘¿Estás seguro de que querés tocar con nosotros, los hermanos?’ El tipo notó mi acento extranjero, y se relajó muchísimo, porque los problemas raciales los tienen con los blancos norteamericanos, no con los blancos del resto del mundo. Me invitó a una zapada y el primer tema que hicimos fue ‘Superstition’ de Stevie Wonder.”
Los años de Edelmiro en California se hicieron décadas, y su casa se transformó en punto de referencia y albergue para todos los otros músicos que volaron más tarde, empujados por la hostilidad de la dictadura militar hacia cualquier expresión juvenil que no encajara con sus dogmas. “Los primeros en llegar fueron los Crucis”, recuerda Molinari. “Después apareció Gustavo Santaolalla, que no tenía dónde estar, y se vino a vivir a casa con su compañera de ese momento, Mónica Campins. Y también vino León Gieco, que terminó viviendo en el edificio enfrente de casa. Hubo visitas inesperadas, como la de Juan Alberto Badía, que siempre me estuvo muy agradecido porque lo llevé a conocer el Hollywood Bowl, donde habían tocado Los Beatles.”
Con un nuevo disco en el que condensa parte de su carrera (reactualiza “Hombre de las cumbres”), homenajea a sus amigos (con versiones de “Adónde está la libertad” de Pappo, “A estos hombres tristes” de Almendra), y presenta nuevas composiciones, Edelmiro prosigue, entero y optimista, en su búsqueda musical y vital. “Yo, personalmente, tuve dos choques, donde estuve muy cerca del ojo azul que te pasa del otro lado. Si algo me enseñó eso fue a perder el miedo a la muerte. Me preocupa más lo que sigue: lo que les dejamos a nuestros hijos. Si no nos unimos como raza, vamos destinados al fracaso total. Una sola raza con un solo objetivo. Y la palabra es amor. Es la única que puede destruir lo que está en las cúpulas que dominan el mundo, que son las que dominan la guita y las que dominan las religiones. Ambas cúpulas son las que hacen que todos nos dividamos, y estamos haciendo de la raza humana la peor de todas. Porque estamos haciendo pelota todo. Para mí, el paraíso está en la Tierra.”
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