Domingo, 23 de diciembre de 2012 | Hoy
TELEVISIóN > EL DOCUMENTAL SOBRE EL SUEñO NAZI DE FILMAR TITANIC
Suena increíble, pero es sólo otra de esas cosas increíbles de la Segunda Guerra: en 1943, con el firme propósito de producir una inmensa alegoría del fracaso de la ambición capitalista anglosajona, el Reich alemán destinó recursos exorbitantes la filmación del hundimiento del Titanic. Hundida durante años en el olvido, esa película –y la asombrosa historia detrás– es rescatada ahora por The History Channel.
La de James Cameron no fue la primera versión cinematográfica del hundimiento del Titanic en romper records presupuestarios. Más de medio siglo antes, en 1943, otros megalómanos ya le habían asignado recursos casi ilimitados, y un presupuesto que, indexado, hoy equivaldría a unos 180 millones de dólares. El objetivo: la producción de un drama de proporciones épicas basado en la misma historia real –ocurrida en 1912, hace un siglo– aunque con otros propósitos. Entre estos “artistas” que también quisieron ser los Reyes del Mundo, se encontraban el joven director alemán Herbert Selpin y el hombre que le asignó la misión: Joseph Goebbels. La historia de la realización de este film que hoy los historiadores conocen como El Titanic Nazi se cuenta con abundante material de archivo (incluidas películas caseras de Selpin) en un especial que la versión local de The History Channel estrenó la semana pasada y repetirá durante el mes próximo.
Esta no era la primera vez que el cine alemán abordaba la célebre historia catástrofe del RMS Titanic: ya en 1912, apenas unos meses después del hundimiento, se filmó en estudios In Nacht und Eis, un mediometraje también “épico” de media hora de duración, que se creyó perdido durante años y hoy puede verse en YouTube. Pero este nuevo proyecto, concebido en 1941, cuando el Reich todavía consideraba viable la posibilidad de derrotar y ocupar Inglaterra, era sencillamente lo que el alto mando nazi entendía como un “esfuerzo de guerra”. Una pieza propagandística destinada a probar la superioridad del pueblo germano a la vez que la codicia del capital británico como fuerza demoníaca detrás del desastroso incidente que se cobró 1500 vidas.
Tal como se cuenta en esta suerte de making of que propone el especial de The History Channel, la película empezaba con el empresario británico Joseph Bruce Ismay. Personaje que en la vida real fue presidente y director de la línea de barcos de vapor White Star Line y factótum de ese transatlántico moderno, velocísimo y con espacio para pasajeros de diverso poder adquisitivo que debía ser el Titanic. Ismay encabezaba en las escenas iniciales del film una reunión de accionistas de la compañía, a los que les presentaba su plan para salvarla de la caída de sus acciones. El Titanic iba a estar preparado, les decía, para llegar a América en tiempo record, y pronto todos serían asquerosamente ricos. Como estímulo, le prometía cinco mil dólares al capitán por llegar a destino en el tiempo estipulado y mil dólares más por cada hora adicional que consiguiera adelantarse. Esta línea argumental partía de una pequeña licencia de la producción, ya que la White Star Line no cotizaba en Bolsa.
En la historia real no hubo ningún oficial alemán a bordo del fatídico barco, pero el guión escrito por Walter Zerlett-Olfenius se encargó de inventar uno, el oficial Petersen, reclutado a último momento cuando su colega inglés caía enfermo. Tipo sagaz y responsable, diseñado para convertirse nada menos que en el héroe del relato cuando todo se fuera al diablo, Petersen es el único que vislumbra la catástrofe hacia la que se dirige la nave y así se lo hace saber a Ismay, quien no le hace caso. A la hora del iceberg y los precipitados acontecimientos posteriores, Petersen y los pasajeros alemanes que viajaban en tercera clase se comportaban con auténtica valentía. Mientras que el sobreviviente Ismay, que ya había sido demonizado por la prensa de su época y por las anteriores versiones cinematográficas –por haber saltado a un bote salvavidas dejando atrás a muchas mujeres y niños– acá se convierte sin más en la encarnación definitiva del Mal: la codicia y la ambición corporativas de Occidente.
A pesar de los recursos dispuestos para la superproducción –mientras la población alemana sufría severas restricciones en el suministro de alimentos y energía–, la realización fue caótica y estuvo plagada de contratiempos. El director Selpin, nazi menos por convicción que por conveniencia, ya había hecho un par de películas amables con el régimen, pero esta vez iba por la gloria y sus exigencias destinadas a sostener las ambiciones épicas de su Titanic pronto se volvieron desmedidas. Primero le pareció que el modelo a escala de unos seis metros de largo que le habían dado para filmar los planos abiertos del transatlántico no le harían justicia al monstruo de la codicia británica que se había propuesto retratar. Se sabe que Goebbels le proveyó un barco de la armada nazi, el Cap. Arcona, para rodar los interiores, así como cientos de militares como asesores y como extras. Pero eventualmente parte de estos “materiales” que se le habían otorgado se le terminaron volviendo en contra a Selpin: rodeados de lujos extravagantes para tiempos de guerra, envueltos prácticamente en una burbuja, los oficiales navales dedicaban más tiempo a darle a la botella y tratar de levantarse a las actrices que a trabajar en el asesoramiento técnico del film, mientras que los actores, que tampoco se estaban tomando muy en serio su parte, se presentaban en el set sin saberse sus parlamentos. En crisis, Selpin convocó una reunión en el hotel en el que se alojaba el equipo, donde se quejó sin filtro de cómo iban las cosas, de la falta de disciplina de los hombres de la Marina, y hasta del rumbo que había tomado todo el “esfuerzo de guerra”. El guionista Zerlett, que era amigo de Selpin, pero era más amigo todavía de los capos nazis, lo denunció ante Goebbels. Como resultado, Selpin fue arrestado y sometido por semanas a múltiples interrogatorios por las autoridades de la Gestapo, mientras se le permitía volver al set para continuar con el rodaje. Finalmente, con la producción casi lista, a fines de julio de 1942, se lo condujo a un tête-à-tête con el mismísimo Goebbels, ante quien se mostró brutalmente honesto, desnudando su verdadero parecer sobre el régimen. Un día después, apareció colgado en su celda, en lo que el ministro de propaganda de Hitler decidió describir como un “suicidio”. La película fue terminada por otro director, no acreditado, Werner Klinger.
La première debió ocurrir a principios del ’43, pero la sala de cine que se le había destinado fue bombardeada la noche anterior al evento por la Fuerza Aérea británica. Finalmente, el estreno tuvo lugar en noviembre de ese año en París, seguido de otras ciudades ocupadas, en las que al parecer fue bien recibida por el público. Pero las cosas habían cambiado, los bombardeos aliados sobre Berlín eran cada vez más frecuentes y a Goebbels ya no le parecía buena idea mostrar escenas de pánico masivo ante el público alemán al que originalmente había estado destinada su carísima superproducción y decidió que no se estrenaría en su propio país.
En sus últimos días, el Cap. Arcona, el buque que había servido de escenografía para este film que pronto se hundiría en la oscuridad por décadas, terminó de sellar la historia con una nota brutal. Ante la inminente derrota y temiendo dejar sueltos a potenciales testigos de sus crímenes de guerra que pudieran testificar en su contra en los juicios que sobrevendrían inexorablemente, los SS subieron a bordo del Arcona a más de cinco mil prisioneros de los campos de concentración y los enviaron sin rumbo mar adentro, donde pronto los alcanzaron las bombas de la Royal Air Force.
El Titanic Nazi se da en History Channel y también se puede ver en YouTube.
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