Domingo, 30 de junio de 2013 | Hoy
MúSICA > LA EXQUISITA CANTAUTORA CHILENA CAMILA MORENO
Por Juan Ignacio Babino
En su Santiago de Chile natal, de niña, Camila Moreno disfrutaba mucho dos cosas: los largos ratos bailando y cantando con su mamá, y escuchar los cassettes que le regalaba su papá: Mazapán, Víctor Jara, Violeta Parra, Los Beatles, Sinéad O’Connor. Y así creció, tomando clases de danzas, construyendo su vínculo con la música de esa manera: poner el cuerpo, bailar de acuerdo con lo que escucha. A los quince años empezó a tocar la guitarra, a cantar. A veces componía, cuando le salía algo, cuando se animaba. A aquellos ca-ssettes le sumó –por iniciativa propia– los discos de Radiohead, Pj Harvey, Nirvana, Bjork. Y ya no bailaba tanto, o directamente no bailaba, pero a partir de allí jamás dejará la guitarra.
Camila Moreno –veintisiete años, esa cara aniñada, esos ojos un tanto achinados, algunas pecas encima, el cuerpo como un haiku– construyó su recorrido musical cargándose encima lo tradicional de la música chilena y también, y con mucha convicción, todo el rock que escuchó en su adolescencia. Y de esa amalgama salió ese latido intenso que es Panal, su último disco. Pero antes, algún tiempo antes, grabó otros discos.
Sujetándome las palabras de 2008 es un disco casero –que ni siquiera editó ella misma– que recoge canciones sueltas, tomas en vivo. Es, en definitiva, un disco pirata que puede entenderse como un primer asomo a eso que llaman “La nueva canción chilena”, que incluye una larga lista de cantautores y cancionistas, entre ellos: Pascuala Ilabaca, Nano Stern, Manuel García, Gepe, Fernando Milagros, Kaskivano, Angelo Escobar, Chinoy. Parte de esa escena está hermosamente registrada en la película Temporary Valparaíso de Vincent Moon. No bien comienza el documental, mientras se pierden por las calles de esa ciudad, Camila dice: “La vida puede florecer cuando estás en el pantano”.
Al mismo tiempo (2009) y Opmeitomsimla (2010) contienen varios temas reversionados de aquel disco pirata y pueden entenderse como las dos partes de un todo. Ella misma dijo que ve a este último como el lado B del anterior. Ambos tienen una impronta folclórica –aires de cuecas, de periconas, lamentos, ritmos tradicionales–, pero Opmeitomsimla tiene un pulso más rockero, eléctrico. Así y todo, y para que no queden dudas, basta con mirar el arte de tapa para entenderlos como complementarios: en Al mismo tiempo se la ve a Camila recostada sobre un colchón de piedras, lleva un largo vestido bordado con muchos colores y algunas lanas alrededor, desperdigadas sobre el pedrerío. En Opmeitomsimla sobre un fondo negro se ve, apenas, una raya horizontal colorida: una hebra de lana que cruza de lado a lado.
“Ya pó, dí algo, pues, que no nos van a pifiar”, le dijeron una vez Nano Stern y Manuel García a Camila, minutos antes de salir a tocar en el Festival del Huaso Olmué, histórico encuentro folklórico de Chile. “Vamos a dedicar la siguiente canción a todas aquellas personas que creen que pueden comprarlo todo con el dinero, incluso un país”, dijo Camila sobre el escenario. Entre abucheos y aplausos del público, Chile Visión cortó la transmisión. “Millones” –nominada a los Grammy Latinos– es considerada a partir de aquel enero de 2010 como el primer himno antipiñerista. “Ellos gobernaron el pasado, la rutina, la energía: no gobernarán el futuro. Quieren millones, millones, millones de almas en su cuenta”, dice una parte de la canción.
Pero Camila Moreno no se quedó sólo con eso, con apenas eso. Y si bien tuvo otros proyectos paralelos –Caramelitus, junto a Tomas Preuss o Las Polleritas, conjunto de música folklórica con el que recorrió hace unos años Uruguay y Argentina hasta llegar a Tilcara, tocando en las calles y juntando lo justo para comer y andar– llegó un momento en que no podía siquiera volver a componer. Nada. Unos amigos la invitaron a pasar unos días en una cabaña en lago Deseado, Tierra del Fuego. Y allá fue y allá caminó largo –harto, diría ella–. Y allá sí empezaron a salir las canciones.
“Incendié mi voz, florecí en el barro.” El estribillo de la primera canción de Panal puede entenderse como la descripción perfecta del espíritu del disco –en el que participaron Andrea Etcheverri (Aterciopelados) y Trey Spruance (Mr. Bungle, Faith no More)–: un disco híper producido pero que de ninguna manera deja de sonar natural. Como si en estas canciones hubiera exorcizado aquel bajón compositivo. Un llamado de lo salvaje. Su voz adelanta un canto frágil pero irrompible. Y si en los primeros discos Camila abrazó la herencia musical de su tierra, en este disco hace lo mismo pero con el rock que curtió en su adolescencia; es un disco donde se siente ese aliento anglo y experimental de Radiohead, de Bjork. Hay en Panal guitarras criollas y eléctricas, baterías, piano, teclado, percusiones de todo tipo, cuerdas, cuatro, charango, vientos, coros, máquinas, loops, ruidos de auto, ecos de ríos, rechinar de caballos. Es este disco un latido intenso, pero que encuentra sus momentos de quietud; es un disco oscuro, pero que respira una vitalidad esencial: “Pude escuchar mi muerte, los ojos se fueron atrás, yo tengo un lunar de signos contentos, eso no se va a borrar”, canta en “Mandarina”.
Camila Moreno sigue siendo aquella niña, pero la diferencia está en que ésta hizo del canto su nido.
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