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Domingo, 20 de octubre de 2013

CINE > ENTREVISTA CON WONG KAR-WAI SOBRE EL ARTE DE LA GUERRA, SU PELíCULA SOBRE EL MAESTRO DE BRUCE LEE

La estirpe del dragón

Después de una carrera de perfección estética y gran intensidad emocional, desde el bolero fílmico sobre amor no correspondido Con ánimo de amar hasta la influencia de Manuel Puig en su realista aventura porteña Felices juntos o la violencia estilizada de Chunking Express, Wong Kar-Wai presenta una película muy diferente al menos en la superficie: El arte de la guerra es la historia real del Ip Man, el legendario maestro de artes marciales que, entre otras cosas, entrenó a Bruce Lee. Pero, en charla con Radar, el realizador hongkonés asegura que se trata de un film absolutamente coherente con su obra, donde lo fundamental siempre es la épica, sea la de una ruptura amorosa o la de una pelea entre señores feudales.

 Por Juan Manuel Domínguez

“Yo podría haber sido Bruce Lee”, dice Wong Kar-Wai desde el otro lado del mundo, en su Hong Kong natal. Lo dice respecto de por qué su nuevo film, El arte de la guerra, toma como epicentro de su zigzagueante narrativa, de su “red de imágenes que nos permiten pescar pequeñas dosis de información como si fueran relucientes peces” (tal como define la crítica estadounidense Stephanie Zacharek certeramente el estilo de Kar-Wai) la historia real del Ip Man, leyenda concreta y no folklórica, de las artes marciales chinas y, entre otros, maestro del mismísimo Bruce Lee. Sus anteriores películas, Con ánimo de amar, Felices juntos (que filmó en Buenos Aires), la favorita de Tarantino Chunking Express y hasta su paseo americano de My Blueberry Nights, son verdaderos boleros sobre amores no correspondidos y tragedias cotidianas, que exhiben y mutan la influencia de su admirado Manuel Puig a un cine que da forma y texturas a sentimientos abstractos visualmente y que pocas veces la pantalla transmite con el peso específico que WKW sabe darles. Por eso, hay algo quirúrgicamente anarquista en la declaración de WKW respecto de que él podría haber sido Bruce Lee: la sensibilidad que ha creado en sus films-celosías, que rompieron hace rato las fronteras de los festivales, parece ubicarlo en el otro extremo de Bruce Lee, el icono pop tirapatadas más famoso que haya salido de Hong Kong. Sin embargo, Kar-Wai explica: “La crítica, la gente, o hasta otros directores se suelen centrar en una idea fuertemente estética de mi cine, algo que comprendo por cómo pienso y ejecuto mi trabajo con la imagen, con los colores saturados, con una idea del plano bastante pictórica. Pero esa idea es sólo el reflejo de lo que considero que es lo fundamental. No quiero hacer películas lindas, quiero hacerlas bien. No creo que Douglas Sirk pensara tanto su sentido de la belleza, por ejemplo. Lo fundamental está en la épica, sea un corazón roto o una pelea entre maestros feudales de las artes marciales: lo fundamental es el fragmento, aquella pequeña cosa que define y estructura los sentimientos más universales para hacerlos particulares. Si patean a alguien a través de una ventana, lo importante es ver un clavo bien doblado. Si hago un plano detalle de un botón que significa algo para alguien, tengo que darle una entidad emocional desde la imagen. Mi cine trata acerca de mi curiosidad por saber a dónde van los amores no consumados, donde está la energía concreta del legado, dónde la cotidianidad. Inclusive la cotidianidad de un maestro marcial está marcada por sus ausencias, por aquello que no define a su talento sino que lo erosiona, en la medida que uno sepa ver dónde está esa erosión”.

LA ESPADA QUE CORTA LA GOTA

La violencia esteta de El arte de la guerra (The Grandmaster es su título original), que toma forma en el recorrido de la vida del Ip Man, desde sus romances truncos afectados por la historia de China hasta sus peleas más importantes, queda demostrada en su lírica (pero también musculosa) primera escena: el Ip Man peleando bajo esa lluvia que WKW encuentra “uno de los regalos más espinosos, pero atesorables de la naturaleza al cine” contra dos docenas de hombres. Lejos de un ánimo pendenciero cool, WKW crea la escena con aquello que definirá su acercamiento al género: un cariño orfebre y microscópico. “Mostrar una gota de agua cortada por una espada, la forma en que las astillas van y vienen, la forma en que la ropa se sacude, es entender qué quiero mostrar y qué no de una pelea, o de un amor, o de una discusión –dice–. No me importa que sea exagerado, me importa que se pueda sentir el talento del Ip Man. El talento y la elegancia. Por eso tuve que filmar otra vez la secuencia entera: la primera vez en aquella escena inaugural el Ip Man estaba sin sombrero. Cuando me di cuenta de que el sombrero mostraba cómo en aquel entonces sólo los ricos hacían artes marciales, y al mismo tiempo su equilibrio, no pude sacarme la idea de la cabeza.”

La asociación más inmediata con otro film sería con la lírica de El Tigre y El Dragón (2000) de Ang Lee, versión de intenciones casi caligráficas comparadas con las generalmente más crudas disposiciones e intenciones estéticas del género: “Entiendo la cercanía, pero aun así, creo que aunque son films cercanos, que vibran en frecuencias similares, El arte de la guerra no era un héroe peleando a través de tipos malos para llegar al más malo. Para mí, siempre fue mucho más allá del aspecto físico del género: está peleando con su propia vida, está mejorando su espíritu inclusive con derrotas emocionales que lo frenan. Hoy, la violencia en el cine, algo a lo que estamos muy acostumbrados, busca la inmediatez, no la épica. La violencia de Hollywood hoy, de casi todo Hollywood, es apurada como nosotros lo somos: no es una violencia caligráfica, es una violencia tweet, texteada, breve por más que sea enorme de tamaño. Cada escena como un tweet antes que como un cuidado eslabón hacia la épica: ya no hay paciencia para la épica. La épica trata sobre el paso del tiempo, sobre el viajar y no solamente sobre el instante de violencia”.

Wong Kar-Wai habla, en su Yo acuso, de “casi todo Hollywood” y la sorpresa viene cuando menciona no tanto a Quentin Tarantino o Martin Scorsese (ambos han piropeado su obra descaradamente en público y se sabe que Kar-Wai es admirador del cine de ambos) sino ante un tercer nombre, menos sólido, más alterativo de los que uno puede esperar de WKW: “Me interesa Christopher Nolan”, asegura, nombrando al director que hizo de Batman una especie de ensayo que no pierde modos de Hollywood sobre un superhéroe moderno. “Nolan tiene un sentido personal de la estética y creo se hace la pregunta fundamental: ¿qué hace entretenido a Batman? ¿O irrealmente fascinante? Golpeó, quiérase o no, una concepción de la belleza pop a la hora de filmar a un superhéroe. A mí me pasa en mi película: quiero entender qué es lo que hace fascinante a las artes marciales chinas. Cuando decía que podría haber sido Bruce Lee tiene que ver con el plano final del film, que muestra al Ip Man saludando a niños en la calle, y uno de ellos es Bruce Lee, pero podría haber sido yo. Yo quise estudiar artes marciales, pero como las Tríadas estaban conectadas con ese mundo, en aquella época mis padres no quisieron que lo hiciera.”

CONFIAR EN LO INDEFINIBLE

“Me acuerdo mucho de Palermo, donde viví cuando filmé en Argentina. Fueron instantes muy felices, que me alegra haber podido vivir”, dice Wong Kar-Wai, que en agosto de 1996 tuvo que alterar sus intenciones de filmar The Buenos Aires Affair, de Puig, por problemas de derechos (proceso registrado en el documental Buenos Aires Zero Degree) y terminó filmando una versión lacónica, modificada, del cuento, llamada Felices juntos: “Sigo sosteniéndolo. Siempre dije, y diré, que la forma en que Puig les da su propia vida a energías instantáneas, a veces mezquinamente sacrificadas, otras pasionales, muchas veces las dos cosas juntas, es una de las poéticas que más modificaron mi forma de contar. O la inspiraron. No es tanto el contenido, no, nunca lo es: es la forma, es entender que la forma es la parte más misteriosa del cine, la que genera una cuestión indefinible que siento que aparece mucho en la obra de Puig. A mí me gusta tener muy en claro qué voy a filmar, no qué van a decir los actores. Suelo llegar con apenas algo que puede decirse guión. Insisto, es eso mismo: confiar en lo indefinible”. Y sigue: “Muchos dirán que mis films son acerca de la belleza de ciertas tragedias internas, que solo nosotros y los personajes entendemos que pasaron por ese lugar y los alteró para siempre. Cierto. Pero, ya lo dije, no creo que sea sobre el recuerdo, sino acerca de la curiosidad. Por ejemplo, en Con ánimo de amar me fascinaba la idea de filmar el Hong Kong de los ’60, la inmigración, la Segunda Generación, o en Felices juntos respirar a Puig, sentirlo en la ciudad, moverme en sus coordenadas, mi curiosidad. En El arte de la guerra esa curiosidad pasa por ver los primeros días de la República, descubrir en una idea muy noble de legado una identidad que hoy, al menos en China, se disuelve bajo la confusión de que modernizarse es parecerse cada vez más a la cultura occidental”. E insiste: “Las películas, el cine, han adquirido un sentido casi unificador, homogeneizador, de la grandilocuencia, al menos las que quieren llegar a nivel mercado tanto a Hong Kong como a Buenos Aires, y ahí es donde sin ser nacionalista o peligrosamente chauvinista, me parece que narrar la vida de un tipo que sólo se salvó de morir pobre gracias a que Bruce Lee le compró un departamento intenta crear una conciencia de herencia. Lo más importante como artista, marcial o cinematográfico, es el legado, es la sabiduría transmitida, es poder capturar un espíritu concreto, que puede ser complicado, de lo humano. En el caso de las artes marciales y mi film, creí que había una chance muy poderosa de constatar las raíces de la mentalidad china”.

El arte de la guerra, quizá por esta especificidad china, tuvo que ser modificada y acortada para su edición norteamericana, la misma que se estrenará en la Argentina; en febrero pasado, sin embargo, pudo verse la versión original y completa en su estreno del Festival de Berlín. A WKW, sin embargo, esta modificación no parece importarle mucho: “Teníamos una obligación de que el film durara menos de dos horas, sí o sí, en su estreno en Estados Unidos. Pero ahí es donde aparece tu capacidad de implosionar o de crear: yo no quería que fuera un recorte de escenas. La estructura del original, intercalando con imágenes documentales, es bastante precisa (en términos de que apunta al público chino) y hay ciertas cosas que no es necesario explicar. Pero la versión norteamericana me dio la oportunidad de contar la historia de otra forma, diferente, con quince minutos de escenas nuevas. Es entendible el recorte en otros países, donde la distribución es un aspecto muy competitivo”.

A pesar de que se impone con su potencia visual, con su violencia caligráfica y su sentido histórico, El arte de la guerra no pierde aquello que siempre fue lo que más ardió en el cine de WKW: el retrato de la soledad y el aislamiento, la idea (invencible) de que lo que no contamos es lo que vale la pena contar en el cine, es lo que vence secreta (y naturalmente) hasta al más irreductible de los luchadores: “Mis personajes, todos, ahora incluido el Ip Man, buscan algo. Mejor dicho, lo buscan desesperadamente. Pero esa búsqueda es dañina, porque intentan capturar lo que no está, lo que no estará. Entonces, aparece una idea básica: ¿quién quiere ver películas de gente que sólo es feliz? Yo sé que el dolor y la nostalgia es aquello que convierte a un personaje en algo fértil de visitar, de crear, de embellecer. Cuando alguien tiene tatuada una tristeza, es esa belleza, esa tristeza, ese remordimiento lo que lo hace cine”.

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