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Domingo, 8 de junio de 2008

Jorge Di Paola: el cenáculo de Tandil

Rita Gombrowicz: ¿Cómo conoció a Gombrowicz?

Jorge Di Paola: Leí Ferdydurke antes de conocer a Gombrowicz. A principios de 1957, mi amigo Juan Carlos Ferreyra había descubierto en la biblioteca de Tandil un libro de páginas amarillentas que le había impresionado mucho. Era Ferdydurke. Yo fui el segundo lector. Algunos otros de los miembros de nuestro grupo lo leyeron también y en nuestras conversaciones utilizábamos palabras del libro: “cuculeíto”, “juventona”, “forrado de niño”. Uno de nosotros llevaba siempre una ramita verde entre los dientes y cuando algo no nos gustaba, nos llevábamos la mano a la oreja izquierda. Ferdydurke había entrado en nuestras vidas.

Unos meses más tarde, mi amigo español Magariños vino a buscarme a casa diciendo: “Un escritor polaco un poco excéntrico quiere conocer a jóvenes poetas. Está en el Rex. Vamos a verlo”. Fuimos en grupo. Me fijé al entrar en un hombre rubio, menudo, de pelo corto, que fumaba en pipa con aire concentrado. Después de la tensión de los primeros momentos –ya que Gombrowicz era muy tímido–, Magariños le preguntó: “¿Con quién tengo el gusto de hablar?”. Gombrowicz respondió: “Mi nombre es demasiado difícil para unos criollos tan jóvenes”. Tomó una servilleta de papel y garabateó algo. Reconocí de inmediato el nombre del autor del libro encontrado en la biblioteca y exclamé: “¡Ferdydurke!”. Gombrowicz quedó muy sorprendido. Estaba claramente emocionado, pero dijo en broma: “¡Oh, un lector en la pampa salvaje!”.

¿Cuáles fueron las relaciones de Gombrowicz con su grupo?

–Gombrowicz se interesaba por nuestros problemas, por el problema que cada uno tenía en aquel momento. Hablaba con nosotros para ayudarnos. Pero también podíamos discutir con entusiasmo sobre La montaña mágica durante horas. Gombrowicz hacía preguntas, dejaba que surgieran ideas. Nosotros nos interesábamos por todo y discutíamos de todo con él: de nuestras actividades, de nuestros estudios, de nuestras lecturas, de nuestras relaciones con las personas, de los acontecimientos que se producían. Gombrowicz nos decía con una sonrisa: “¡Viejos, Tandil cada vez se parece más a Atenas! Todo el mundo es artista, nadie tiene ganas de trabajar”. Sin que nos diéramos cuenta, tomó el poder que entre nosotros era colectivo. Hacía nacer intrigas entre nosotros. Puede que hayan sido un medio más o menos voluntario de ejercitar su estilo. Una de sus principales intrigas consistía en incitarnos a encontrar nuevos lectores de Ferdydurke. Si a su llegada a Tandil sólo podía contar con tres lectores de Ferdydurke, habíamos conseguido multiplicar esa cifra por docenas. Abogados, propietarios de tiendas compraban el libro, con mucha reserva, es cierto. Había que darles explicaciones. Las “lolitas” lo leían con entusiasmo, sobre todo para poder discutir con nosotros en el club. Aunque nosotros acabáramos por abandonar su historia para vivir su mito.

¿Qué recuerdo le viene a la cabeza para caracterizar su relación con Gombrowicz?

–Durante aquel verano traté de no pensar demasiado en la cosa, pero vivía cerca de Mariano y claro... no había ni un solo día en que no pensáramos en Gombrowicz. Era como una complicidad. Nos preguntábamos, por ejemplo, cómo habría reaccionado Gombrowicz ante tal o cual circunstancia. Nos escribía desde Berlín. La mayoría de las veces sus cartas venían dirigidas a Mariano, pero estaban escritas para todo el grupo. Sobre todo, fue a través de la constancia y devoción de Mariano por lo que Gombrowicz continuó vivo en mí durante años. Todavía hoy sigue siendo mi mejor lector. Nadie lee lo que escribo sin que antes se lo lea yo como imagino que lo habría leído Gombrowicz. Es mi lector fantasma. Quería que encontrase mi propia forma, que fuera yo mismo, que no me pareciese a él. Y ahora me juzgo a través de sus ojos.

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En el Parque Independencia de Tandil, marzo 1958.
 
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