Domingo, 7 de agosto de 2011 | Hoy
Por Eduardo Fabregat
Es lo que sucede con las bandas que dejan marca verdadera: más allá de la construcción colectiva de los Redondos, ese mostro grande que pisó demasiado fuerte, hay miles y miles de experiencias y versiones del grupo. Cada cual arma su propio Patricio Rey, con el relato del que dispone, de acuerdo con el nicho temporal en que se encontró con él. Me enorgullece NO proferir ese lugar común de “Ja, yo los vi cuando éramos veinte”: cada vez que esa frase se repite, en algún lugar del universo, Patricio Rey se mete un chute de ginebra rancia. No vi a los Redondos en La Esquina del Sol sino en un Fénix de Flores repleto en 1987, cuando iniciaban la curva hacia Obras y todo lo demás, en el pullman y con dos amigos, uno de los cuales se quedó dormido promediando el show. Esa noche, en lo que hoy es El Teatro de Flores, conecta con un cuarto de siglo después, cuando Skay Beilinson apareció en el escenario de El Teatro de Colegiales y quedó claro cómo había quedado el reparto de inventario tras el fin de los Redonditos de Ricota.
Una década después de aquel último pogo, el Indio se ha quedado con el big trailer de la mística ricotera, tan cargado que cada presentación conlleva las mismas preocupaciones, cuidados y complejidades logísticas de antaño. O mayores, si se tiene en cuenta la asistencia a las presentaciones de El perfume de la tempestad. Eso no quiere decir que el Indio lo sufra: Solari asumió ese rol con determinación y mueve lo que haya que mover para un evento en el que hay disfrute de los dos lados. Desde sus primeras actuaciones en el Roxy de Mar del Plata y ese Teatro, Skay sigue manteniendo la pequeña escala: puede tocar en lugares de 3 o 4 mil personas, ahora prepara un show en el nuevo Obras, que es todo un símbolo. Y es curioso, hasta enigmático, lo que sucede con la dupla compositiva de PR. Parece claro que no es un tema de “popularidad”, ya que el dúo es venerado por igual entre el público ricotero. Pero se ha dado una especie de pacto tácito que permite reunir en un mismo momento histórico a dos expresiones igualmente redondistas. Por un lado, la misa de decenas de miles y el pogo más grande del mundo; por otro, el calenturiento salvajismo de una sesión de rock bajo techo. Dos Patricios.
A medida que los días y meses se acumulan, ese cantito de “Sólo te pido que se vuelvan a juntar” se deshilacha más y más. No sólo porque las recriminaciones públicas sobre las filmaciones de la banda dificultan la esperanza de que eso suceda. Sobre todo, porque hoy ese deseo es reduccionista. Lo dijo Spinetta en el fin de Almendra: “No nos separamos, nos multiplicamos”. Diez años después, los Redondos rinden el doble.
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