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Viernes, 26 de febrero de 2010

A LA VISTA

Y sin embargo se mueve

Por segunda vez, una jueza del ámbito de la ciudad de Buenos Aires falla a favor de que una pareja de varones pueda contraer matrimonio por considerar “fuera de época” a las restricciones que lo impiden. El caso puntual, auspicioso, no anula el debate que espera turno en el Congreso de la Nación. Como aporte, el último estudio sobre hijos e hijas de familias diversas.

 Por Andrea Majul

“Epur si muove” habría susurrado Galileo frente a la Santa Inquisición. Segundos antes para evitar la hoguera, había tenido que retractarse públicamente afirmando que la tierra no giraba alrededor del sol sino que era al revés.

Desde aquel momento, transcurrieron apenas 376 años para que el 31 de octubre de 1992 el papa Juan Pablo II reconociera el error cometido por la Iglesia Católica y pida perdón por las injusticias cometidas con Galileo Galilei.

El debate sobre la modificación del Código Civil para habilitar el matrimonio entre personas del mismo sexo en ámbitos parlamentarios reavivó en nuestro país atmósferas similares a las del medioevo, recreadas por voces ligadas a la Iglesia que, igual que hace cinco siglos, sigue esgrimiendo pretextos fundamentalistas para oponerse a algo tan ajeno a su esfera –las leyes civiles– como la rotación de la Tierra.

A mitad de camino entre el prejuicio absoluto y el respeto del libre albedrío, se encuentra quizá el más resbaladizo y lábil de los andariveles, aquel que apela a un pseudo progresismo y que podría resumirse en la frase: “Como personas adultas tienen derecho a hacer lo que quieran, pero tener hijos, no me parece –en este punto casi siempre sobreviene una pausa reflexiva, a fin de reforzar el remate–, porque no se sabe qué consecuencias pueda tener en los chicos, ¿O no?”

Y sin embargo se sabe.

Por eso, si la o el interlocutor es del tipo ansioso y no quiere tener que esperar cerca de 400 años para ver a la Iglesia disputarse como alumnos a los hijos de familias gays a fin de prestigiar sus alicaídos colegios, puede difundir información completamente actualizada: el artículo central del “Journal of Marriage and Family”, la revista de investigación científica interdisciplinaria que desde hace 60 años edita el Consejo Nacional de Relaciones Familiares de los Estados Unidos está dedicado al desarrollo de los niños y niñas criados en familias homoparentales o diversas, siguiendo el estudio realizado por Timothy J. Biblarz de la Universidad del Sur de California y Judith Stacey de la Universidad de Nueva York. Y el resultado final de esta investigación publicada bajo el título de “¿Qué tanto importa el género de los padres?” llega a la conclusión de que “con excepción de la lactancia, no se han encontrado evidencias de una correlación exclusiva entre género y habilidades de crianza, muy poco sobre el género de los padres tiene un significado real para el ajuste psicológico de los niños y el éxito social”.

En este trabajo, Biblarz y Stacey ampliaron un estudio propio anterior sobre género y familia al que sumaron el análisis de investigaciones primarias y secundarias sobre paternidad, madres solteras y hogares con un solo padre, padres homosexuales masculinos y madres lesbianas. Al igual que otros informes previos, los resultados determinan que entre familias heterosexuales y homoparentales hay más semejanzas que contrastes. Y varias de esas diferencias se presentan como favorables, ya que según el estudio, en comparación las familias diversas tienden a pasar más tiempo de juego con sus hijos proveyéndoles un ambiente estimulante, a ser menos propensas tanto a utilizar castigos físicos como a propiciar conductas machistas o estereotipadas de género. Los niños y niñas criados en estos hogares suelen mostrar una mayor madurez emocional y flexibilidad ante la diferencia.

Todo ello a pesar de que el informe destaca también que en los núcleos familiares estudiados de gays y lesbianas se evidenciaría en general un aumento del estrés, correspondido por la falta de reconocimiento legal del compromiso entre sus integrantes.

En conclusión, sostiene Stacey: “El tipo de familia que es mejor para los niños es aquel que puede asegurarles una crianza responsable, comprometida y estable. Dos padres son en promedio mejor que uno, pero si un solo padre es realmente bueno es mejor que dos que no lo son tanto. El género de los padres no es realmente lo que importa”.

Eso es todo. Ahora, si el amable lector no experimenta sorpresa alguna ni siente que el velo de la ignorancia se ha caído frente a sus ojos, a no alarmarse. Puede que sea porque al igual que esta cronista pertenece a la tribu de los que creemos que en una familia aplica más el principio beatle de “todo lo que necesitas es amor”.

En mi caso no es sólo candidez, se suma también cierta extrañeza al ver cómo de años de invisibilización, las familias diversas pasan a ser la “frutilla de la torta” de la investigación académica, terminando por ocupar el cuadro de honor del “Journal of Marriage and Family”.

El dogmatismo no viste de la misma manera en todos lados, puede encontrárselo en ámbitos religiosos, escolásticos, jurídicos o políticos, pero cuando menos se lo distingue es al estar apoltronado en lo que llamamos “sentido común” ese cómodo sofá que nos invita a librarnos de pensar por nosotros mismos.

Ese es el mayor problema con los dogmas, que lo que está vivo se transforma en algo inanimado, estático, casi inerte. Algo que poco tiene que ver con la travesía del deseo recreando en otros a un “nosotros”: una familia que se elige y se reúne como una manada en constante viaje. Marcha que puede parecer imperceptible, pero que al igual que la tierra, sin embargo se mueve.

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