Viernes, 2 de abril de 2010 | Hoy
HOMILíA PASCUAL
La decisión papal de hundir el dedo, aunque no hasta el fondo, en su propia llaga, colabora con el flamante estigma de la infancia como grupo de riesgo. La Pascua es tiempo de reflexión. Oremos.
Por Daniel Link
Sabíamos que Ratzinger-Palpatine, representante del lado oscuro de la fuerza, había sucedido a Wojtila (el papa beat, guitarrista y campamentero) para venir a destruir toda posibilidad de multiplicación de Rickys Martin. Nunca creímos que llegaría a tanto, a la traición de sus curitas y a la entrega de su propio hermano en pos de ese objetivo.
Doscientos sordos dicen, ahora, que cuando eran niños les soplaron la oreja (olvidando a la Divina Concepción, cuando el Espíritu, como se sabe, convertido en paloma, derramó su amorosa savia por la vía auricular de la Madonna).
Mañana aparecerán quinientos mudos que se quejarán de que, allá lejos y hace tiempo, les taparon la boca.
Lo mismo pasó acá, con ese profesor de Artes Plásticas al que señores ya mayores y muy acomodados de San Isidro le recriminaron, no sé ya bien qué, goces muy prescriptos de su primera juventud. “A vos no te fue tan mal, gordito”, tendríamos que haberles dicho a esos ex rugbiers de la Zona Norte.
En Londres, cualquiera que trabaje con “niños o grupos de riesgo” (sic) debe registrarse ante las autoridades policiales. Incluso los padres que hacen pool para llevar a sus hijos y compañeritos al colegio deben pasar por esa humillación canalla. Al mismo tiempo, dicen que las maestras de las escuelas primarias están capacitadas para impartir lecciones de sexualidad humana. En Estados Unidos, lxs profesores son conminados a mantener las manos sobre el escritorio, como si fuera la obligada presunción de que cualquier docente va a la escuela sólo a tocarse. ¿Qué pretenden proteger, qué idea de la infancia (a la que entregan, sin embargo, a las manipulaciones del peor capitalismo, el nuestro y el de ahora) tienen esas gentes?
En el momento exacto en que el deseo homosexual es familiarizado por la vía matrimonial (es tan difícil que dos homosexuales generen otrx, por esa vía, como que los chanchos, incluso los presidenciales, vuelen), el Papa de los zapatitos rojos promueve la tolerancia cero. Sea. Habría que agregar: tolerancia cero, sí, para con los que odian, violentan y sueñan políticas de exterminio. Tolerancia cero para los que aniquilan la infancia, sea por la vía del abuso sexual o de la programación laboral de los niños, esos que están destinados, desde la más corta infancia, a juntar cartones, mendigar o servir “humildemente”; o esos que, más acomodados, son programados por sus madres a cumplir con una agenda completa de actividades paraescolares (donde, es seguro, volverán a encontrarse de cara con la “tentación” que la sobreactividad pretende sofocar).
El Estado no tolera sueños disidentes. La familia no entiende que haya personas (profesorxs de música, de artes, de gimnasia) que prefieran trabajar con niños y no con adultos, y por eso criminaliza a priori sus conductas.
Los monseñores y curas de parroquia, porque siempre creyeron que la Iglesia Católica Romana era un más allá del Estado, son culpables de mucho más que “molestar” con sus caricias timoratas a los niños que tenían a su cargo. Son culpables de haber permitido que se fortaleciera la paranoia sobre la infancia, ahora considerado un grupo de alto riesgo.
En épocas menos alarmantes me gustaba jugar con niños que no fueran mis hijos. Hoy no me atrevo siquiera a dirigirles la palabra. Felices Pascuas.
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