Viernes, 16 de abril de 2010 | Hoy
Desde su encarnación de Santili, el gay rebelde de La tregua, hasta el maduro Marcos de Dos hermanos, pasando por Freddy de Almejas y señoritas, los gays en la piel de Gasalla dicen mucho sobre lo que el cine argentino a lo largo de estos últimos años ha decidido mostrar y esconder.
Parece haber un Gasalla gay para cada momento histórico. Los años ’70, contexto particularmente represivo para las diversidades sexuales, alimentaban asimismo las efervescentes luchas con la consigna de “Sexo y Revolución”, del cual el Frente de Liberación Homosexual es uno de los mayores exponentes. Ahí aparece Gasalla en la piel de Santili, en La tregua, constituyendo un quiebre en las representaciones tradicionales del gay en el cine argentino. La película relata la historia de un viudo cincuentón (Héctor Alterio) al que se le pasó la vida en la oficina, y que cuando gracias al amor toma conciencia del vacío de su vida, es tarde ya: la muchacha muere. Hay una escena, de las dos en que aparece Santili, que es muy corta, pero es fundamental. Santili es un flamante compañero de oficina de Alterio. Es tímido, callado, afeminado y sufre de claustrofobia. Sus compañeros se burlan de él. En la escena en cuestión, está contemplando ensoñado a un guapo y mujeriego compañero de trabajo. Cuando otro lo advierte, lo asusta y a Santili se le caen todos los papeles, pero éste, lejos de reaccionar pasivamente, contesta con energía:
“¿Por qué me cargan? ¿Por qué? ¿A ustedes les gusta esta vida? ¿Ustedes están contentos con esta rutina? ¿No se imaginan nunca que uno podría estar en otra parte viviendo otra vida, haciendo algo mejor que copiando números inútiles en papeles que nadie lee? ¡Idiotas! ¿A ustedes no les gustaría ser millonarios? ¿O artistas? ¿O hermosos? Ustedes están contentos con esta vida miserable?”
Tradicionalmente en el cine argentino, la única forma de retratar a los gays era a través de la figura de la marica, un recurso para la risa. No se representaban, pero se aludían sus preferencias sexuales y éstas eran particularmente blanco de burla. Fue el estereotipo recurrente de comedias populares protagonizadas por Niní Marshall, Luis Sandrini, Olmedo, Porcel, entre otros.
La subversión del personaje radica en que esta vez la marica no servía para hacer reír. Por el contrario, hacía callar la risa de sus compañeros. Santili no sólo se rebela contra la sociedad porque margina sus deseos eróticos sino también porque condena a las personas a los trabajos alienados y sin imaginación, intrínsecos a la égida capitalista. El discurso de Santili evidencia no sólo su infelicidad sino la de sus compañeros, que esperan también huir del trabajo como de la peste a través del amor o ganando el Prode.
En la última escena donde es nombrado Santili se nos revela que no trabaja más en la oficina. Se supone que renunció después del incidente. Ello lo erige en el verdadero héroe de la película: el único que se atrevió a pensar a tiempo otros mundos posibles, a soñar en voz alta. Es sólo a través y después de Santili que el personaje de Alterio se atreve a declarar su amor a la muchacha interpretada por Ana María Picchio y a reconocer la homosexualidad de su propio hijo.
El Gasalla gay de principios del siglo XXI es hijo de la época de la visibilidad de gays y lesbianas, y en cierta forma del neoliberalismo. En Almejas y mejillones, Gasalla representa a Freddy, un hombre maduro aparentemente sin complejos respecto de su sexualidad, la cual parece afirmar a los cuatro vientos. Tiene una amiga lesbiana (Leticia Bredice), le gustan los musculosos y está enamorado y tiene sexo con un joven rubio de pelo largo y musculoso, en lo que parece un exceso de estereotipo. Almejas y mejillones no parece aportar mucho a la representación positiva de gays sino que, por el contrario, refuerza algunos prejuicios. Frente a su aparente osadía, Freddy parece avergonzarse cuando se encuentra vestido de mujer y cae en el patetismo de querer suicidarse ante la primera infidelidad de su amante. Aunque en clave de comedia, su personaje bastante frívolo se inserta en una película bastante despareja y que, con una mirada pretendidamente queer que aspira a superar la rigidez de las identidades sexuales, puede suscitar en varias ocasiones miradas conservadoras.
En principio, Marcos, el personaje que interpreta Gasalla en Dos hermanos, parece situarse también en los antípodas del costado rebelde de Santili. La imagen que nos ofrece la película es representativa de la vida de muchos gays del siglo XX: la de aquellos que, quizá culpables de sus deseos sexuales, depositaron la libido en el útero materno y relegaron su vida erótica y amorosa en pos de cuidar a madres sufrientes y dominantes.
La película comienza cuando, perdido tras la muerte de su madre, la terrorífica Neneca, la existencia de Marcos parece girar en torno de las manipulaciones de su pérfida hermana Susana (Graciela Borges).
Marcos vuelve al costado pasivo, represivo, tímido y asustadizo de un estereotipo de gay. Su rebelión, cuando llegue, no va a ser a los gritos como la de Santili, pero no por ello menos efectiva. Simplemente cerrar la puerta en la cara de su hermana después de pedirle que retire sus dedos para no lastimárselos. Y es en este momento cuando vuelve a tomar la posta del Santili rebelde. Si aquél reclamaba su derecho a soñar con su compañero de trabajo y a trabajar de lo que quisiera, Marcos reivindica un derecho que parece negado o que rara vez aparece reclamado, aun en esta época de fuertes luchas reivindicativas de los derechos sexuales: el del amor y el erotismo en la vejez. Marcos niega, a partir de su historia de amor crepuscular, que el único destino que pueden tener los homosexuales en la tercera edad sean los que clásica, casi exclusivamente, les ha otorgado la ficción cinematográfica y literaria, y que tanto han alimentado el imaginario social: el de la vieja marica con peluca, afeites y cirugías destinada patéticamente a correr tras la belleza de los jóvenes y pagar el precio –y el desprecio– de tan sólo contemplar, o pagar, o sufrir y esperar por un gesto que se parezca al amor o al deseo. Es una pena que el film no haya profundizado en este tópico que sobresale en medio de tanto cliché y no se haya animado a mostrar escenas de amor y sexo entre dos hombres maduros para variar en medio de tanta proliferación de modelos desnudos. Junto a Mario (Osmar Núñez), Marcos encontrará el placer largamente relegado. Aunque en el camino, como en el Edipo que representa en la película, deba matar antes, de alguna manera, a su madre y a su hermana.
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