Viernes, 2 de julio de 2010 | Hoy
¡UFA!
El debate dentro de la Comisión de Legislación General –que preside Liliana Negre de Alonso– en torno al matrimonio no sólo amplifica argumentos medievales, sino que también se silencian testimonios que estaban pautados. Crónica de una tarde con lágrimas y sin cordura.
Por Silvina Maddaleno
El jueves 24 de junio fue la anteúltima audiencia por el debate de la ley de matrimonio civil para parejas del mismo sexo. Bueno, no sé si decirlo así ya que una de las invitadas a dar testimonio, la doctora Catalina Arias de Ronquieto, docente universitaria de la Ciudad de Córdoba, se esmeró en afirmar que “se debieran prohibir a los medios referirse así a la ley en cuestión. Porque no es natural...” y porque “... resulta hasta peligroso acostumbrar al ‘oído social’ a escuchar estas frases”.
Lo dijo sin ponerse colorada y mirándonos a los ojos. Esta señora estaba invitada a dar testimonio y no disertación, aunque se explayó dando cátedra de por qué no merecíamos la ley con argumentos como ése.
Me pregunté a cada rato si ponernos el mismo traje que usamos para nuestra romántica unión civil serviría de algo.
En cuanto llego me para el de seguridad en la entrada de Hipólito Yrigoyen, y no me deja entrar. “Está lleno”, suelta. Yo estaba en la lista pero no podía pasar. Eran las 12.20. “Volvé a las cinco y por ahí pasás.”
Finalmente conseguí entrar ayudada por gente que ya estaba adentro y vino a buscarme. Entré al recinto hecha una furia porque me perdí la primera parte, justo en la que habló mi mujer. Apenas consigo sentarme doy oídos al joven de bigotitos finos que hablaba en representación de la Agencia Informativa Católica diciendo “como todo el mundo sabe, las parejas gays no duran mucho, así que no pueden presentar estabilidad a los niños”. Un segundo después se despachó con “los homosexuales tienen muchos amigos artistas y por eso los medios están a favor”. Bizarro, sí. No sabía que más adelante iba a tener que escuchar frases como éstas: “Grupo de gente que no califica siquiera para llamarse minoría”, “Minúscula parte de gente que pide derechos”, “Cortina de humo política que está siendo utilizada por intereses poderosos y superiores...”, “Capricho de minorías”, “Dictadura de minoría”.
Yo estuve sentada al lado de mi mujer, en la tercera fila. Ella lucía espléndida, como brillando a pesar de que estuvo a punto de no hablar porque una mano negra la borró de la lista de oradores. Por suerte una mano blanca de otra oradora le cedió la mitad de su tiempo y pudo hablar.
Cuando Gustavo Breide Obeid, el hombre de pasado carapintada, se sienta al micrófono en calidad de fundador del Partido Popular de la Reconstrucción, y dice a viva voz que “la homosexualidad puede compararse con la zoofilia entre otras enfermedades”, suspiro profundo. Mi mujer me toma la mano, pensamos al unísono que este señor debiera estar declarando en una comisaría y no en el Senado de la Nación.
Los próceres de los 20 cuadros estaban como desencajados, con la mirada perdida. La homofobia sí es una enfermedad, por ahí lo que precisa es tratamiento este buen hombre.
Tragué saliva y mastiqué un antiácido. Mi mujer me dijo al oído que me tranquilizara. El cuaderno de apuntes temblaba con los renglones en blanco.
Los periodistas, escribían, twitteaban, feisibukeaban.
La sala estaba completa. Las cámaras nos hacían planos cortos cuando nos decíamos algo al oído. La presidenta de la comisión, Liliana Teresita Negre de Alonso, expresaba a cada rato que “no estaba permitido aplaudir, que no es el estilo de la casa”. Una de las veces pidió disculpas por interrumpir el aplauso. Y hasta ella misma pidió pañuelos descartables para ¿secarse las lágrimas? que le provocó el testimonio del arquitecto Luis Lezama leyendo la carta que su hijo adoptivo Daniel hizo para todos los senadores a favor de la ley en cuestión. Momento húmedo si los hubo. Había que ser de acero para no flaquear. Y sí, había algunos de acero. Una de cal y una de arena. Las cámaras registraban. Las familias presentes suspirábamos.
La idea más clara que sobrevolaba la sala era la molestia permanente que le provoca a este grupo el solo hecho de que los homosexuales existan. Mal que les pese, amigos, existimos.
Como sístole y diástole nos encontramos, nos complementamos, nos enamoramos, nos amamos, formamos nuestras familias, tenemos hijos y hasta somos felices. Las leyes del amor siempre nos fueron propias. Tarde o temprano como fruta madura que cae por su propio peso, también las otras leyes estarán allí para acompañarnos.
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