Viernes, 25 de febrero de 2011 | Hoy
TEATRO
Hace rato que el teatro argentino se viene dedicando a la semblanza familiar: que si es funcional o disfuncional; si sus integrantes están frustrados o no; si las costumbres o los hábitos. A todo eso sumarle un hijo gay algo desagradable y ya tenemos El regalo de mamá.
Por Pacha Brandolino
Un grupo familiar de cuatro miembros: madre, una hija y dos hijos. El padre, ausente, estafador, cretino, adorado por su mujer y por uno de los hijos, justamente el que cuenta la historia, el menor, posiblemente gay o sin orientación, se dedica a trabajar y con su trabajo a mantener a la familia; por lo tanto, el único que se conecta con lo que sucede puertas afuera de la casa. El otro hermano, el primogénito, un gay reprimido y resentido, maltratador y déspota, que no hace más que mirarse el ombligo y exigir lo que no tiene derecho a exigir y basurear a los otros miembros del grupo familiar. La hermana, una descerebrada que no hace otra cosa que respetar pretenciosamente los buenos modales y que se dedica a una infructuosa y unipersonal empresa de catering. Y la madre..., un compendio de la boludez de la clase media, que no para de negar el abandono de su marido y de afirmar que la adora y que va a aparecer de un momento a otro.
Lo cierto es que el susodicho no sólo ha desaparecido sino que los ha dejado en absoluta bancarrota y cargados de deudas pesadas, impagables, Y de yapa, se enteran por la policía de que la joyita los dejó por una modelo. Así las cosas, todo se desarrolla a partir del momento en que hay que “comprarle un regalo a mamá para su cumpleaños” y no se ponen de acuerdo. Con esa trivialidad, se desbarranca la mezquindad y el egoísmo de todos ellos, para concluir en la situación en la que están.
El recurso de los raccontos está hábil y prudentemente usado. La velocidad, la agilidad y el ritmo de las escenas vuelve súper llevadera la tragedia y la densidad del texto. La sucesión de los episodios está sabiamente resuelta y permite un decurso estupendo en la construcción de la mirada del espectador. Los desarrollos de los intérpretes, si bien hiperrealistas, son muy frescos y convincentes, incluidos los llantos y las alegrías. No hay despliegues sobresalientes: todos ellos están muy bien y parejamente dirigidos.
El maravilloso ámbito de la sala Luisa Vehil, del Teatro Nacional Cervantes, sabiamente elegido para montar la pieza, termina de completar la eficacia de la puesta. Es muy difícil abstraerse de la arquitectura y la ornamentación gótica plateresca. No obstante, es interesante comprobar cómo el necesario desapego de ese entorno se pliega sobre la audiencia y los actores y vuelve casi íntimos los desa-rrollos. Es casi como si uno estuviera indiscretamente colado en el ropero de una casa particular, espiando por entre las rendijas de las puertas.
Indudablemente, esta es una puesta que se destaca en las multitudes de esta especie de nuevo costumbrismo que vemos levantarse a ojos vista en la escena porteña. Se recomienda ir con cierta anticipación, porque el acceso es por orden de llegada.
El regalo de mamá, los viernes a las 19
y los sábados y domingos a las 18.30,
en la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes, Av. Córdoba y Libertad.
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