Viernes, 2 de marzo de 2012 | Hoy
ENTREVISTA
El Che de los gays, Víctor Hugo Robles, se declara loca y de izquierda, chileno y activista. Presentó su libro Bandera hueca en Buenos Aires y habló de su revolución.
Por Juan Tauil
Víctor Hugo Robles emergió como una persona pública politizada y performativa en el documental El Che de los gays, encarnando ese lugar incómodo para todos en su país, entre homosexualidad y política, concretamente llamando la atención sobre los devastadores efectos del VIH/sida en Chile, y el inquietante miedo al contagio de la sociedad chilena. Según Pablo Sutherland, Robles construyó un personaje para politizar la homosexualidad en un momento en que las políticas de identidad en Chile coqueteaban con el neoliberalismo y la clase política instalada en la post-dictadura: “De alguna manera el gesto de El Che de los gays fue contaminar la lucha homosexual de otras causas; en ese sentido hubo una politicidad del cuerpo marica para elevarlo a una ética minoritaria con efectos discursivos radicales. Ha sido un personaje necesario y erráticamente efectivo en su anarquismo callejero. La pregunta actual será si su práctica política performativa puede seguir erosiando la institucionalidad política en tiempos donde la homosexualidad se acomoda a las hegemonías presentes”. El Che estuvo en la Argentina presentando su libro y podemos hacerle personalmente ésa y otras preguntas más.
—El cadáver del Che fue encontrado el 28 de junio de 1997 en Bolivia, justo el Día Internacional del Orgullo Gay; creo que eso me impulsó a apropiarme de su cuerpo y figura, y transformarla en una metáfora guerrillera y marica. Seguramente el Che era machista y conservador, propio de una época; sin embargo, Mariela Castro —sobrina de Fidel, directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba, quien conoció al Che— me dijo: “Si el Che viviera entre nosotros, yo le golpearía la puerta para pedirle su apoyo y él me diría que sí”.
—Podría ser, me encanta la figura de “Violenta” Parra, como le dice su hermano Nicanor. Sin embargo, creo que la figura del Che, icono del guerrillero macho latinoamericano, permite activar y desactivar ciertas tramas de la homosexualidad en la izquierda, desatar discusiones con respecto a las militancias sexuales y me permite señalar mi lugar de pertenencia política y de origen, de clase, afirmando y reafirmando que es posible ser homosexual y de izquierda. El corazón está en la izquierda y la sangre es roja, como dijera Violeta.
—Yo no soy artista, soy activista político y social que usa soportes estéticos para entregar mensajes de transformación. Mi lucha es política. Mis acciones no son para un catálogo, ni para un concurso de arte visual, sino que son parte de una trayectoria, son contextuales, no son anacrónicas, responden a una lectura, a nuevas lecturas y nuevas miradas del accionar político callejero. Eso me diferencia de las Yeguas del Apocalipsis, a las cuales valoro, respeto y sin dudas fui inspirado por ellas: pero yo vengo del contexto del activismo y no del arte.
—Que sí, que es lo que busco. El Che de los gays es llamativo, polémico, controversial, no busca llamar la atención por un gesto narciso y egocéntrico sino que busca entregar un mensaje de rebeldía social. Algunos también dicen que es pretencioso y vanidoso. Yo creo que es pretencioso y hay que serlo para querer ser el Che hoy en día. Llamar la atención no es fácil, es un trabajo, hay que usar el ingenio, alejarse del lugar común y ubicarse en un lugar insólito. La prensa muchas veces llamó “insólitas” a mis apariciones. Esa constante de lo insólito, ese desborde generó una trayectoria que es, además, persistente.
—Eso ocurrió en un congreso pleno del Partido Socialista de Chile, el 4 de mayo de 1996, con la presencia de las más altas autoridades del partido, el ex presidente de Chile, Ricardo Lagos; la viuda de Allende, Hortensia Bussi; y Danielle Mitterrand, viuda de François Mitterrand, presidenta de la ONG internacional Frances Liberté, que apoya causas sociales en América latina. Irrumpí en el escenario, le entregué a Danielle una carta del Movimiento de Liberación Homosexual (Movilh), solicitándole su apoyo a la campaña en contra del castigo a la sodomía. Desplegué una bandera chilena con un hoyo en el centro, acto considerado por ley como ilícito y terrorista; yo buscaba ejemplificar con ese agujero un espacio no resuelto en la cultura y la política chilenas. Nunca tuvimos su respuesta, ni sabemos dónde terminó la bandera; pero usé el término para titular mi libro sobre la historia del movimiento homosexual chileno. Luego de eso llevé a cabo algunas acciones en el marco del programa que buscaba el apoyo de personalidades internacionales para modificar una ley que penalizaba la sodomía, como Silvio Rodríguez, Juan Gabriel, Joan Manuel Serrat, Adolfo Pérez Esquivel, Hebe de Bonafini y Mercedes Sosa, entre muchos otros.
—Silvio nos dedicó una canción: “¿Te molesta mi amor?”, que se transformó en el himno no oficial del movimiento LGTB. Silvio la escribió para Cuba, pero nosotrxs la resignificamos y nos apropiamos de ella. Pérez Esquivel firmó un documento junto con Hebe. Mercedes Sosa declaró apoyar y respetar nuestra causa. A partir de ese momento me transformo en una suerte de personaje, un articulador político, callejero, que comenzaba a intervenir, a interactuar con personalidades de importancia internacional en lo político, cultural y científico, como Luc Montaigner. Montaigner se negó a firmar el manifiesto del Movimiento LGTB de Chile, para no intervenir en política interna; pero afirmó que los países debían avanzar en el respeto a las diversidades. A partir de ese momento comencé a realizar actos de provocación y performances mediáticas.
—Fueron recibidas primero con satisfacción por la visibilidad que le daba a la causa, pero generaba tensiones entre los grupos más conservadores en el interior del movimiento, lo cual decidió mi autoexilio del movimiento por medio de una toma de la sede del Movilh con una compañera travesti de Valparaíso, Michelle Clementi. Nos oponíamos a las posturas normalizantes y hegemónicas dentro del movimiento por parte de los masculinos gay que no incorporaban a lesbianas ni trans en las decisiones políticas. Fue compleja esa soledad, fue muy doloroso. Ese dolor lo transformé en acción y empecé a estar presente en todo de tipo de manifestaciones populares políticas callejeras. Mis apariciones fueron el Día del Trabajador, el aniversario del golpe de Estado en Chile; más tarde nacería El Che de los Gays.
—Hay compañeras travestis que usan la calle y la puesta en escena política callejera como un lugar de irrupción; Claudia Rodríguez, una actora travesti feminista, se destacó en las manifestaciones estudiantiles con un vestuario llamativo y un cartel gigante que decía “Travesti mal edukada”. Por otro lado existen otras instancias performativas desarrolladas por jóvenes de la coordinadora universitaria de la diversidad sexual: muchas interesantes, pero otras confusas, contradictorias y neo-fascistoides, como la vez que “mataron” a Pedro Lemebel. Eso pasa porque en vez de valorar a nuestros iconos de lucha histórica, se dejan fascinar por personajes de derecha a los que usan para sus performances como lo hicieron con Evelyn Mattei, la blonda ministra de Trabajo, hija del general Mattei, miembro de la junta de gobierno de la dictadura pinochetista.
—De algún modo, las locas estamos en extinción, como los dinosaurios. En Chile nadie quiere ser loca. La loca es menospreciada, mal mirada, muy pocos saben qué es ser una “loca”. Es una metáfora que desafía a la masculinidad homosexual. En ese contexto, en Chile se está instalando una hegemonía gay que busca normalizar, higienizar e integrar a los gays como un sujeto más, pero no como un diferente. Hace poco surgió una fundación de homosexuales de clase alta y gays de derecha que se llama Iguales, con quienes he tenido diferencias políticas porque, de algún modo, retroceden en la instalación de discursos que venía desarrollando el movimiento homosexual desde la recuperación de la democracia; luchamos por el derecho a la diferencia, adquirido de las compañeras feministas. Decir que somos “iguales” es una obviedad, es como volver a la Revolución Francesa borrando todo lo transitado.
—Es mi performance más compleja: el solo hecho de juntar al Che con lo gay ya presupone una contradicción, un atrevimiento. No es un disfraz. Siempre me río cuando recuerdo una frase de Fidel que les dice a los estudiantes: “Tenemos que ser como el Che”. Creo que se me fue un poco la mano...
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