Viernes, 22 de febrero de 2013 | Hoy
Por ad
Desde que la figura del homosexual surge con atributos esencialmente negativos en el siglo XIX, la literatura ha intentado brindar discursos alternativos.
Algunas de las formas más recurrentes han sido largamente analizadas por Eve Kosofsky Sedwick en sus obras ejemplares Between Men y Epistemología del armario. Una de ellas es la llamada homosociabilidad o la descripción de comunidades de hombres sin mujeres, en donde la homofobia y el miedo a la homosexualidad parecen ser las reglas que permiten la persistencia de las intensidades afectivas entre hombres. Otra forma para nombrar lo innominable es el llamado deseo triangular, es decir, aquel remanido argumento que narra la historia de dos hombres que desean a la misma mujer o que escogen siempre el mismo objeto sexual y se convierten en rivales para encubrir el deseo amoroso latente entre ellos.
En cierta forma y entre múltiples lecturas e interpretaciones, Ceremonia de hombres solos, del genial dramaturgo Humberto Riva, parece ser un compendio de esos recursos dramáticos destinados a nombrar lo innominable y de diferentes imaginarios que circularon sobre la homosexualidad masculina durante el siglo XX.
Ambientada en la infame década del treinta tras el golpe de Estado de Uriburu, que rompió con las ilusiones del radicalismo yrigoyenista —época compleja y proclive a los escándalos de hombres ricos en soledad. No olvidemos que en pocos años se sucedería el escándalo de los cadetes—, cuatro hombres solos, hastiados y aburridos (tres nuevos ricos y un aristócrata venido a menos) se reúnen en una estancia de la provincia de Buenos Aires y juegan una peligrosa ruleta rusa ceñidos a la vieja idea aristocrática de que la experimentación de situaciones extremas revela algo del sentido de la vida. Si no el sentido de la vida, al menos el juego permitirá la revelación de otras pasiones ocultas, de las hipocresías de clase y logrará que se asomen sentimientos que los personajes no osan siquiera confesarse a sí mismos. El servilismo al que a veces nos conduce el amor (en cualquiera de sus formas), las homosexualidades latentes, el amor heterosexual como espejo del amor homosexual, el sexo de a tres, el voyeurismo y las perversiones a los que conducen la represión de los deseos pueden ser algunos de los múltiples tópicos que pueden leerse en un texto complejo y brillantemente hilvanado.
Los personajes son impecablemente interpretados por Hernán Márquez, Marcos Horrisberger, Aníbal Brito y Darío Bonheur, con algunas caracterizaciones que parecen rememorar la cinematografía holly-woodense de la época en la que transcurre la acción. Es meritorio tanto el trabajo de los actores como el de la directora, en una difícil puesta que involucra a todos los personajes en escena durante casi todo el tiempo que dura la obra. Y es especialmente destacable, entre tantos otros, el momento en que los actores se someten a un duelo etílico para ver quién aguanta más de pie.
El texto, escrito en los sexuales sesenta, fue estrenado en los años noventa, y si bien perdió parte de la subversión que implicaba en ese momento presentar en escena a un personaje homosexual con características principalmente positivas (el homosexual declarado es el único que se juega a fondo y hasta la muerte por amor, y el único que dice la verdad sin ambages: soy vago y soy homosexual), conserva aún en el siglo XXI su potencia y su interés.
Ceremonia de hombres solos de Humberto Riva
Dirección: Eva Halac con Hernán Márquez, Marcos Horrisberger, Aníbal Brito y Darío Bonheur. Teatro Andamio 90. Sábados 20.30 hs.
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