Viernes, 6 de septiembre de 2013 | Hoy
ENTREVISTA
Sara Hebe es la rapera local que más público mueve en sus presentaciones, incluidas las chicas con las chicas que la siguen desde la primera fila. A pedido de SOY rasca sus rimas y encuentra: crítica social, duda metafísica, feminidad hecha trizas, trabas propias y ajenas y un mix de todo lo que la saca de las casillas.
Por Matías Máximo
En las primeras filas donde se presenta Sara Hebe siempre hay muchas chicas. Chicas con chicas que se besan, se saben de memoria las canciones y la siguen, más allá de que sus letras están más cerca de las barricadas populares que de la lucha de géneros. A ella le gusta, pero no sabe bien por qué el arrastre: “No me defino como una cosa u otra, y si tuviera que hacerlo diría ‘no soy’. Porque siempre que se encasilla se arman normatividades, incluso homonormativas”.
Sara canta rap, aunque cuando tenía 16 años era religiosa de Charly García: cada vez que venía del Trelew natal a la Capital se plantaba en la puerta del departamento en Santa Fe y Coronel Díaz y tocaba timbre, aunque casi nunca respondían. Pero un día Charly hizo sonar el portero y Sara subió, le abrió una chica y le dijo que pasara a la pieza. Esa vez García estaba en su cama y miraba 2001 Odisea del espacio, mientras hablaba con sus visitantes y jugaba en los teclados a la par. Sara volvió otras veces y le abrieron. Una tarde Charly le dibujó un símbolo en cartulina que ella, en el fervor adolescente, se tatuó.
Say no more. Eso dice en la muñeca derecha de Sara Hebe, la rapera argentina que más público arenga en sus presentaciones y apura: “¿Quién va a detenerte, el tiempo, la edad o la idea? Sara publicó en 2009 La hija del loco y en 2012, Puentera, bases de cumbia y beats de bajos metálicos que le dan ritmo a una voz nítida, que se queja y protesta desde lo social hacia el peso que significa sostener una existencia. Cuando se presenta la acompaña en sonido Ramiro Jota y la corean Nieve Negra y Liya, con looks que parecen portada de Street Fighter.
A la hora en que el cielo toma el color de una esmeralda, Sara camina por las calles de Almagro y sus canciones preguntan:
Hay un exceso que hace mal pero a la vez nos hace bien. Porque hoy con Internet las discográficas no son necesarias, no tienen sentido y se desmanteló su farsa: ya se sabe que te cagan, que son una empresa más y te quieren joder. Más allá de que Internet satura el cerebro con tanta información, a las producciones independientes como la mía les sirve para difundir.
Hablo desde mi lugar y se me complica decir lo mío, como también se me complica escribir. No sé cómo hice para hacer mis discos, pero suelo andar con una libreta y anoto lo que se me ocurre. Escucho lo que dice la gente y anoto. A la hora de compaginar es difícil porque tengo un montón de anotaciones y no sé qué hacer. También cuando me pongo las pilas me siento a escribir, pero me cuesta mucho porque soy vaga, me cuesta enfrentarme con la dificultad.
Con los géneros siento que hay una lectura metafísica del deber ser: cuando uno dice mujer implica “ser mujer”, que arrastra tales características y prototipos. Si no me equivoco, el deber ser, desde la metafísica, plantea la división entre idea, esencia y lo que es la cosa. Entonces, hay que ser así o asá, si no, no se es. Para mí, es preferible no ser y no responder a ninguna norma.
Es cierto que hay muchas familias en situación de desalojo en la ciudad y en todo Buenos Aires en general. Pero no creo que el “arte” o haber hecho el tema para Gascón 123 hablando del desalojo (“Asado de FA”), haga que algo cambie. Aunque, quizá, sume mínimamente en la visibilización de lo que pasó y está pasando. Soy bastante pesimista. O realista. No creo que el arte salve, pero sí que es una herramienta de acción discursiva. En mi caso, para denunciar, opinar y mostrar.
Apenas terminó el secundario, Sara viajó de Trelew a la Capital para estudiar abogacía. Quería ser una abogada piola para cambiar las desigualdades, aunque después de algunas materias en el CBC llegó Economía y se aburrió. Se mudó a Córdoba, volvió a anotarse en abogacía y cursó dos años, pero un taller de teatro le cambió el eje: ser actriz fue el nuevo objetivo. Para estudiar actuación, Sara se trasladó a La Plata y vivió un tiempo en la casa de unos primos. Ahora que había encontrado un deseo quería hacerlo bien, “con el mejor”, por eso eligió a Norman Brisky, aunque tuviera que viajar tres horas todos los días para hacerlo. (“¿Es cierto que en la primera clase te hace desnudar, te unta con miel y les pide a los compañeros que te limpien, para conocerse?”, “¡Ja, explota el lugar común!”) El paso por el teatro le sirvió para acercarse al rap:
–Estábamos haciendo una obra con Brisky que cerraba con una canción. A mí me parecía que no pegaba, entonces bajé una base de Internet y como la letra tenía rima la rapeé. Mi versión no quedó, pero me ayudó a darme cuenta de algo nuevo que me gustaba.
La primera letra le salió a los 24 años, y a partir de ahí, con un método que le resulta misterioso, escribe, se escribe.
Me motiva poder hacer una denuncia poética y para eso el rap es una buena herramienta. Me gusta para acompañar luchas sociales y poner mi punto de vista político de una forma diferente, porque no tengo mucha instrucción y creo que tiene que ver con el vacío de los noventa. Pongo lo que tengo, siento que lo que me pasa a mí le puede pasar a cualquiera. Leí en algún lado algo así como “el arte no salva pero consuela”. Creo que nos hace vivir todo con más alegría, pero para que sirva como herramienta transformadora tiene que estar articulada con otra serie de cosas.
Mi compañero Ramiro Jota me dice: “Sobre esta pista tirate un freestyle”, y en esa base me va llevando la rima, aunque a veces hacemos al revés. También con Nieve Negra y la Liya me siento acompañada, estar en equipo hace que la gestión sea más llevadera. Hay muy buena onda con las Kumbia Queers, y un público que compartimos. Entonces, todo el descreimiento, el miedo y la tristeza que me hacen escribir se van por un rato cuando vamos a tocar y veo a la gente bailando cebada. En ese momento me siento convencida de algo.
A Sara le gustaría leer mucho más de lo que lee y jamás se definiría como “una gran lectora”, pero cuando se mete con una obra es apasionada. Después de algunas cervezas, se acuerda de Amalfitano y sufre: está encariñada con ese profesor creado por Bolaño que expulsan de una universidad española por salir con un alumno, que vuelve a empezar en México y le pasa lo mismo, se enamora de un joven otra vez. A Hebe también le gusta el reviente de Bukowski y la crudeza de Carver. Algunas poesías de Pessoa la emocionan.
Para ser viernes no es tarde, pero hay que definir la noche y a Sara empezaron a llegarle los sms. Después de hablar de literatura le dieron ganas de leer más. Quiere sumar páginas, aunque la ciudad le aúlla al oído.
–Tengo ganas de quedarme en casa alguna vez. Pero la noche tira.
Sara Hebe toca hoy a las 22 en Robert Nesta, San Martín 1129 (San Miguel de Tucumán)
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