Viernes, 11 de octubre de 2013 | Hoy
LUX VA A BRASIL, BUSCANDO EL CARNAVAL
Invitadx a la Marcha del Orgullo Gay de Río de Janeiro, Lux no se da cuenta de los signos de alerta que el destino le envía y termina eléctrica, a los tumbos, a los tiros y manoteando paquetes.
Escribo ya para las jóvenes generaciones, para que aprendan de mis errores. Rosita me reenvía, porque ella no va a poder asistir, un billete electrónico endosado donde leo “Galeão”. Pienso en Río, en el Pão de Açúcar (que yo pronucio “pau”, porque me parece más insinuante), en los garotos de la praia y me mojo.
Armé un bolsito así nomás, porque el asunto era asistir a la Marcha del Orgullo Gay carioca y me tomé el 55 (estaba en San Justo, por asuntos que no puedo contar ahora) y después el 8. Por supuesto, chicas: me había equivocado de aeropuerto y me tuve que gastar los únicos pesos que tenía en un taxi que me dejara en Aeroparque, a punto para el embarque.
Entre el miedo de perder el vuelo y la excitación, apenas me senté, me entregué a los brazos de Morfeo (otros brazos más atractivos no había a la vista, lo confieso). Antes de aterrizar me fui al baño y me hice una foto sin ropa, que es la ultimísima moda de Internet. Cuando el avión empezó a bajar y vi la bahía de Guanabara, suspiré profundamente, me arreglé el pelo y me pasé el dedo por el sobaco para ver si necesitaba desodorante. No, estaba todo en orden.
Bajé casi corriendo con el voucher del hotelito, que ni había leído, y le pregunté a un negrazo vestido de uniforme qué colectivo me deyaba lá. Imposible fue que nos entendiéramos porque el negrazo no era local sino una loca que había venido de vacaciones, pero se ofreció a llevarme en su taxi hasta la Praça 15 (de Novembro), y que ahí me arreglaba. No me habló en todo el viaje.
En la Praça 15 me enteré de que mi hotelito quedaba en Niterói, del lado de enfrente de la bahía, y me puse en la cola de la barca que la cruza por 4 reais. La tarde estaba preciosa, pero fresca, así que cuando me acodé en la borda, se me puso la carne de gallina, pero nada me importaba porque iba a desfilar en Copacabana... ¡en pocas horas!
En el hotel me esperaba un balde de agua fría: la Parada Gay para la que me habían convocado (bah, a la que Rosita, la malvada, me había mandado) era la de Niterói, que sucede una semana antes que la de Copacabana. Intenté protestar pero, ¿qué iba a hacer? La culpa era mía por no haber leído la letra chica de la convocatoria. Me subieron a un camión que ya estaba doblando por la Beiramar de la prainha de Icaraí, con mi querido Pão de Açúcar, el Corcovado y la copita-museo de Niemayer allá en el fondo... Casi se me cae una lágrima de decepción, pero me calcé las calzas y empecé a sacudir mis cadeiras rioplatenses al ritmo de una electrónica berreta, pero con tantos bajos que te abrían de par en par los orificios todos. Temí, confieso, que estando tan calentito el fallo justiciero de la Justicia brasileña a favor del matrimonio igualitario, y engolosinados y nadas como están los hermanos cariocas con el asunto, alguien me propusiera matrimonio. Nada más lejos: los carteles, como antaño o más, proponen cama, cuca, amor, todo libre. Así que haciendo caso y, en éxtasis, devoraba con los ojos a la multitud bajada de los morros, los negrazos ebrios, las tetotas de gym, los culazos sin género (es decir, degenerados) que me llamaban y me invitaban a una larga noche de lujuria (la Paseata empieza a las 15, pero no termina hasta el otro día, o mejor: termina la caminata, pero la joda no se interrumpe más). Como no escuchaba nada, interpreté mal los gestos que me hacían desde el camión, pensando que me vivaban y seguí bailando, dando vueltas sin ton ni son en mis tacones. Pero no: querían advertirme que el camión (gigantesco) se acercaba fatalmente a los cables de alumbrado y, como no los vi, me arrastraron al techo del camión primero y luego me lanzaron a la vereda tropical de Icaraí, con tanta mala suerte que, además del shock eléctrico y el golpe, fui a caer justo delante de un pastor que había montado su contramarcha y que me usó como ejemplo de lo que les espera a quienes tuercen los destinos del Señor. Por supuesto, nadie le hacía caso y ya los cuerpos se frotaban los unos contra los otros en una danza colectiva y obscena de la que me excluían por mi accidente. Desde una silla de ruedas, medité: podrían morirse todas las locas del mundo, de golpe y sopetón, pero siempre estará Río para proveer. Sonaron unos disparos no quiero saber yo si de una pistola amiga o del brazo del binarismo armado. Sobre ruedas atravesé la multitud que asustada seguía bailando. Y empecé a manotear los paquetes que me ponían a tiro.
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