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Viernes, 29 de noviembre de 2013

A LA VISTA

La puerta giratoria

Asesinas, malhumoradas y viriles, así son las lesbianas según el manual del tortillerismo popular. Contra esta y otras prepotencias se levantaba hace diez años el grupo Las Safinas, grupo activista pionero en Rosario. Eugenia Sarrias, una de sus fundadoras, cuenta cómo se entra y se sale del molde.

 Por Dolores Curia

Antes de la aparición de Las Safinas en Rosario no había registro de grupos conformados solamente por lesbianas. Tanto en el Movimiento de Liberación Homosexual, como –ya con la vuelta de la democracia– en el Colectivo Arco Iris y Vox se fueron haciendo un nombre en la sociedad rosarina e incorporando lesbianas en sus filas. Pero en esa ciudad no existió hasta 2003 un espacio que fuera exclusivamente de ellas. Por esos días, Las Safinas acaban de cumplir 10 años de vida activando contra la invisibilidad, las lesbofobia exterior e interior, y por la salud de las lesbianas. Después de mucho tiempo de boyar sin casa propia, a fines del año pasado lograron hacerse un lugar en el Centro Cultural La Toma, un supermercado recuperado que funciona en plan autogestivo desde la crisis de 2001. “Ya era hora –festeja Eugenia Sarrias, una de las popes–. Primero nos habían dado un rinconcito al fondo donde pasábamos desapercibidas. Las lesbianas tenemos fama de peleonas y a veces es necesario: hinchamos tanto que nos terminaron dando un lugar delante de todo, en la vidriera.”

Eugenia todavía se acuerda del día que marcó más o menos formalmente el comienzo del grupo. Fue en el Taller de Lesbianismo del Encuentro Nacional de Mujeres de 2003, en Rosario. Se acuerda de que su carta de presentación fue revolver el avispero: “Como en todos los talleres ‘en ronda’, cada una tenía que presentarse. Cuando me tocó a mí decir quién era y por qué estaba ahí, dije que estaba casada con un hombre, pero que me era imposible acabar. Al toque me saltaron todas a la yugular: ‘¡Andá a un sexólogo, te confundiste de taller!’. A las lesbianas feministas más preparadas no les cayeron bien mis dudas. Ahora entiendo por qué. Pero en aquel momento no tenía idea de todas las asociaciones que se debían haber hecho con mi anécdota de los orgasmos. Como si yo hubiera querido decir que ser frígida y lesbiana iban unidos, pero sólo quería expresar un malestar con mi marido de aquel entonces. A veces la militancia tiene eso, se dirige a otros con fundamentalismo y termina ahuyentando a las personas que quiere ayudar porque así es difícil escuchar. La cosa es que al día siguiente me animé a volver al taller y todas me dijeron: ‘Pensamos que no te veíamos más’”.

¿Resolviste después el tema de los orgasmos?

–Me di cuenta de que tenía que ver con la compañía, obviamente. Me empecé a hacer cargo de mis deseos, pero me llevó mucho tiempo. Yo fui primero una lesbiana militante, una lesbiana política, pero no una lesbiana en la vida privada. Empecé por la teoría. Necesité nutrirme en Las Safinas, entender, pensar, prepararme para escuchar mi propio deseo. Desde los 20 a los 30 cumplí con lo que los demás esperaban de mí: me casé, tuve hijos, terminé la carrera de Trabajo Social, todo como “tiene que ser”. Entrar en Las Safinas abrió una grieta en mi cabeza. Después de los treinta, mi vida empezó a darse vuelta. Tiempo después pude dejar a mi marido y empezar a ser una lesbiana en la práctica. Después volví a casarme.

¿Quiénes conforman Las Safinas?

–Roberta Saccoccio, mi esposa, dice que Las Safinas es como una habitación que toma un estilo según quienes la habitan, por eso tenemos épocas minimalistas y barrocas. Las tortas más mayores aquí (Gabriela De Chico, Natalia Bolcatto, Gabriela Lorenzo, Ana Romero –quien falleció hace poco y fue la primera en casarse con su novia acá en Rosario–, Irene Ocampo) somos las que nos conocimos en aquel Encuentro Nacional de Mujeres de 2003. A partir de ahí decidimos empezar a juntarnos con cierta frecuencia. Luego se fueron sumando otras que siguen hasta el día de hoy, como Andrea Fernández, Gabriela Flores. Hoy en el grupo estable somos 16. La puerta es giratoria, todas pueden ir y volver.

¿Y cuáles han sido los mayores logros de estos años?

–No hace mucho empezamos a participar del Consejo Asesor de Salud Sexual y Reproductiva, también de la mesa LGBT de la provincia. Nos preguntan y nosotras también nos preguntamos: ¿no es eso una cooptación por parte del Estado? Y lo que nos respondimos es que si nos quedamos trabajando sólo dentro del grupo, va a haber un gran sector de lesbianas de los sectores más vulnerables a las que no vamos a llegar jamás. Por algo elegimos como nombre el de Safina Newbery, la activista que murió en 2003, una feminista que estuvo en el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, que era lesbiana, pero su opción fue siempre por los más pobres y la educación popular. No tenemos ninguno de esos típicos emprendimientos productivos, como ponernos un bar, porque queremos que vengan las que no tienen recursos, no sólo intelectuales que no tienen problema en pagar varios cafés. Que una institución como el Consejo de Salud Sexual nos terminara abriendo la puerta nos costó mucha negociación, peleas y lágrimas. Fue un parto hacer que los empleados públicos empezaran a decir palabras como “lesbiana, bisexual, mujer trans”, pero era el primer paso para empujar para que difundieran información específica para nosotras.

¿De qué se trata el protocolo de atención ginecológica a lesbianas en el que trabajan?

–Está orientado a informar a los médicos, a cambiar las preguntas, a incorporar el campo de látex al vocabulario. Lo presentamos en el Consejo Municipal, fue aprobado y ahora esperamos a que la Secretaría de Salud Pública entre en acción. La consulta ginecológica es un momento tenso para nosotras. El profesional preguntará ¿tenés relaciones sexuales? y ¿cómo te cuidás? Lo hace sin recaudos. Otras feminidades no están en la lista mental del doctor. Entonces las preguntas o las cosas que se dan por sentadas ya te dejan afuera desde el vamos. Las que no cumplan con los cánones de la “normalidad” sexual (lesbianas, pero también otras) quedarán afuera. Para evitarlo, muchas lesbianas directamente dejan de ir. Y pasan años sin hacerse un sencillo pap.

¿Cómo era ser lesbiana hace 10 años y ahora?

–Las leyes fueron importantes. Cada vez más jóvenes se nos acercan o no tienen mambo con vivir su lesbianismo. Se empezó a tratar más el tema en los medios, las escuelas. Las chicas pueden salir del closet más jóvenes y sin tanto dolor. Pero si bien hay más apertura, para un padre o una madre no es lo mismo que su hija sea hétero o lesbiana. Algunos reaccionan con más violencia que otros. Todavía es muy difícil el tema de mostrarte en el trabajo. Obviamente las leyes van a un ritmo y las cabezas a otro. Nosotras mismas nos paramos diferente, literalmente: veo otras posturas corporales. Es muy lindo pasar por el Paseo de la Diversidad de Rosario y ver a las jóvenes con tantas corporalidades, sin taparse, sin meterse en guetos. Ahora todos los partidos políticos tienen su espacio de género y diversidad: por fin nos registraron como actores y actrices sociales.

A cuatro años de aprobada la Ley de Prevención y Asistencia de la Violencia contra las mujeres, Santa Fe adhirió recién hace 6 meses. Ustedes tienen críticas hacia esta ley.

–La ley es de avanzada porque no se queda en el ámbito de lo doméstico sino que alcanza lo público, lo mediático, lo institucional. Pero no todas las mujeres tenemos los mismos problemas, ni estamos en igualdad de condiciones. Las lesbianas no estamos mencionadas en la ley, entonces, ¿qué pasa cuando la violencia se ejerce dentro de una pareja de mujeres o la ejercen otros contra una lesbiana por discriminación de la orientación sexual? La visibilidad sigue siendo el eje de nuestro trabajo. Pasa en todos los planos. Si uno tiene un amigo gay, enseguida aparece asociado a lo divertido, lo amigable. Nosotras somos más sancionadas por nuestra homosexualidad. La lesbiana no aparece como divertida sino como mala onda, viril, enojada. Así nos hicimos la fama de asesinas en las películas. En materia se enseñanza, hay penes y dildos para explicar, pero en ningún lado te muestran una vulva. Ni en la escuela ni en ningún lado te hablan de la autosatisfacción y del erotismo con una misma.

¿Torta, lesbiana o tortillera?

–Todo. El cantito de “tortilleras carajo” me emociona. Porque la dimos vuelta, nos apropiamos de algo que era para insultarnos. Ser lesbiana es disruptivo, y decir tortillera es volverlo popular.

lassafinas.blogspot.com

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EUGENIA SARRIAS
ROBERTA SACCOCCIO
Imagen: Andrea Salerno Jácome
 
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