Viernes, 16 de enero de 2009 | Hoy
A LA VISTA
Una mirada crítica sobre las declaraciones diplomáticas formales en ámbitos multinacionales –como la que condenó a los países que penalizan a la homosexualidad en la ONU– y la falta de consecuencia en la vida cotidiana de las personas.
Por Mauro Cabral
El pasado 18 de diciembre 66 países presentaron ante la Asamblea General de Naciones Unidas una declaración sobre derechos humanos, orientación sexual e identidad de género. La Argentina –tal y como lo informara Pedro Paradiso en el número anterior del SOY– tuvo un rol preponderante en esa presentación, siendo la misión de nuestro país la encargada de hacer lectura de la declaración ante la Asamblea.
Hace ya varios años Brasil intentó introducir en la desaparecida Comisión de Derechos Humanos una resolución que abordaba, prácticamente, los mismos temas. Ese documento, jamás presentado, pasó a la historia como la "Resolución Brasileña". El documento presentado en diciembre quizás llegue a ser conocido como la "Declaración Francesa". Este desplazamiento geográfico –y geopolítico– no es casual. Y tiene sus consecuencias.
Quienes participamos de los movimientos internacionales por los derechos sexuales y los derechos reproductivos no podemos darnos el lujo de olvidarnos de la geopolítica. Y eso no significa solamente tenernos aprendido el mapa de las violaciones a los derechos humanos de las personas gltb, sino recordar que uno de los argumentos tradicionalmente usados para atacar la afirmación de esos derechos es que representan los intereses colonialistas y opresores del Norte Global, del Occidente Blanco. Es por eso que la declaración francesa fue resistida por muchxs activistas, tanto del norte como del sur –entre quienes me cuento. A pesar del número de países que acompañaron a Francia en su declaración, lo cierto es que no sólo su carácter geopolítico, sino también su contenido, introducen más problemas que soluciones. Veamos algunos.
La declaración presentada ante la Asamblea General condena un número determinado de violaciones a los derechos humanos, basadas en la orientación sexual y la identidad de género, que tienen lugar en un número específico de países. Y si esos países se lo merecen es porque consienten, cuando no promueven, el asesinato, la detención arbitraria y la tortura (Jamaica, Honduras o Zimbabwe son algunos de ellos). Pero la declaración también tiene otro efecto performativo: convierte a los países signatarios en campeones de los derechos humanos, cuando la realidad lo desmiente. El gobierno de derecha de Sarkozy: ¿campeón de qué? ¿de los derechos de quiénes?
Una de las violaciones a los derechos humanos que la declaración omite es el requisito de ser estéril como condición para el reconocimiento de la identidad de género (un requisito vigente tanto en Francia como en la Argentina). Al "representar" los intereses de las personas gltb de los países condenados, las misiones diplomáticas firmantes ignoran las demandas de las personas gltb en sus propios países. Y como lo han demostrado las torturas y asesinatos cometidos contra personas trans migrantes en Europa, la geopolítica es engañosa. ¿Cuántos de los países signatarios brindan asilo político a quienes deben huir de los países acusados?
Pero hay más. A lo largo de las discusiones que antecedieron a la presentación del documento, uno de los temas recurrentes fue la posibilidad de un contragolpe –el cual se hizo sentir con 57 países apoyando una declaración opuesta. Sin embargo, ese contragolpe es meramente diplomático. El golpe en serio lo sienten –y han de sentirlo– aquellas comunidades que sostienen estos juegos de la diplomacia con su sufrimiento. Es cierto: la tarea de las víctimas es sufrir, y ojalá su sufrimiento les valga, alguna vez, un viajecito a París (o a Buenos Aires).
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