Viernes, 5 de junio de 2009 | Hoy
ENTREVISTA > ELENA TABBITA
“Elena pinta un mundo en el que quizá viva mejor, y yo entro por un rato en esos azules turcos que bailan en sus recuerdos, como olas de sal y de sol...”, escribe la entrevistadora después de su encuentro con Tabbita, una travesti harta de la violencia de la prostitución —en esa situación estuvo durante 9 años en Francia—, de sus mitos y hasta de ese dinero que genera y se gasta tan fácil. Mientras sueña con vivir de su arte, la pintura, Elena piensa explotar el atajo del masaje erótico, “como para usar este cuerpo que me salió carísimo”. Es que el costo de la feminización no sólo se paga en billetes, también en salud.
—No, no, no... No creo que sea aceite...
—Silicona, y pienso que mi cuerpo la rechazó.
—Bueno, no sé, pero aceite de avión seguro que no, porque me lo puse en varias partes y mi cuerpo nunca reaccionó mal. Me lo hice con una mujer en Brasil, una escultora de cuerpos que anda en un superauto y tiene una superclínica donde todas quieren ir a hacerse los mejores cuerpos. Lo primero que me hice con ella fue el culo y nunca lo rechacé. Lo tengo hace como 8 años. Y la mina tiene la mejor reputación.
—Es que yo nunca fui a pedirle nada.
—Porque ella no es médica...
—Es una esteta que se fue dedicando a ganarse la vida modelando cuerpos, nada que ver con la medicina.
—Seguro que podría, pero, ¿por qué que tengo que pensar que es culpa de ella? Tengo dos opciones: hacer una catarsis o denunciarla. Yo siempre preferí pensar que era algo que tenía que pasar, una experiencia demasiado fuerte como para decir que fue culpa de la boluda que me la puso mal o culpa del aceite... Aparentemente en ese momento fui muy drogada, en un estado catastrófico tanto corporal como espiritual...
—Carísimo. No es que me fui a una favela y entre amigas dijimos: “Che, vení que te pincho a vos y vos me pinchás a mí”, como se hace tantas veces. Lo de ponerse cosas baratas es porque no hay plata para comprar algo mejor. Ella cobraba caro, andaba en un superauto. Yo tenía un culo chiquito y me hice un superculo con ella.
—Yo me puse las tetas y nunca tuve sensibilidad, ni la tengo. Tomé dos años hormonas y las dejé, a mí la hormona no me provocó ningún cambio en el cuerpo, ni en la mente. Si no fuera por la depilación láser y las extensiones... Me serví un poco de la tecnología, vamos a decir, para hacer arreglitos. Son cosas que ayudan a feminizarte.
—Se dan cosas buenas y malas, como acá, pero las malas se dan bien fuerte. Una gran marginalidad. Si hablamos de Francia, hay que hablar de la cultura árabe y toda esa onda que realmente es trash, muy trash. Hay muerte, hay violencia, hay drogas, todo lo que rodea lo marginal.
—Creo que se ponen un poco más las pilas. De hecho hay 3 o 4 asociaciones diferentes que pasan por la noche cada día y nos traen en un camioncito café caliente cuando hace frío, nos regalan preservativos, reparten toallitas, charlan con nosotras, nos preguntan qué necesitamos. A veces nos traen chocolate caliente. Pero es gente que no puede impedir que haya violencia, que te rapten, que te violen, que te maten... Hacen lo que está a su alcance. Y van de barrio en barrio.
—Sí, hay muchas zonas y muchas chicas. Sobre todo muchas negras, muchas africanas. Igual te digo que de lo que yo conocí, en Montpellier y París, las asiáticas y las latinas son todas muy lindas.
—Sí, mujeres y travestis están mezcladas, cosa que me parece una boludez porque eso confunde a los clientes. Y es que las de Tailandia y Vietnam son alucinantes, son mujeres, tienen una estética andrógina de nacimiento, muy lampiños, mucha cabellera negra, menuditos, delgados, de manos y pies chicos, bajitos. Tienen todo a favor, los hijos de puta...
—Bueno, a veces eso tiene que ver más con una actitud... A veces no parecés tan mina, pero algo que te sale desde adentro te da eso femenino y es lo que el otro compra.
—Yo hacía 300 euros diarios, con diez o doce clientes. Imaginate que allá un alquiler son 600 euros, en dos días me pagaba el alquiler. Pero todo lo que gané lo despilfarré.
—En mi mente.
—Sí... Me lo gasté en viajar, en drogas y otras cosillas. Mirá, por suerte, gracias a Dios y gracias a la vida, aunque una vive experiencias malísimas, nunca podés cerrar la puerta y decir: “En este ambiente no se puede confiar en nadie”. Porque es cierto que acá es todo muy turbio, pero en medio siempre hay gente que vale la pena.
—Ahora ya no hay nada de goce, hasta que pueda vivir de la pintura voy a ejercer la cosa alternativa de los masajes como para utilizar un cuerpo que me salió muy caro en cuanto a riesgo y en cuanto a dinero. Voy a ofrecer un masaje erótico. No quisiera prostituirme más. Ya estoy cansada. No quiero obligarme de nuevo a que se me pare la pija si el tipo no me gusta. Tengo 33 años y con todo lo que viví, te digo la verdad, si puedo, la idea es hacer masajes de verdad, pero bien hechos, bien vestida y linda, que no es lo mismo que te los haga una enfermera gorda, torta y fea.
—Bueno, la verdad, no sé... Si de repente se les para, una tal vez termine con un bucal, si el cliente quiere...
–Bueno, a veces algunos me han gustado, hay mucho pendejo árabe... son muy lindos.
—Culpabilizan mucho después de haber acabado. Son violentos en grupo, pero no cuando están solos. Encima, entre ellos está lleno de travestis árabes, pero no operadas: putitos árabes disfrazados de mujer. El 70 por ciento de nuestros clientes es árabe.
—Me duró más o menos dos años, pero no era un novio para ir al cine o cenar, eso prefiero hacerlo con mis amigos... Pero nos enamoramos realmente, a pesar de que para los árabes ser puto está prohibido... Fue una historia de amor, no fue un polvo, ni una amistad. Lo que pasa es que no podíamos llegar a mucho más: con los putos o los travestis en la cultura árabe no se jode... Y no dio para más.
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