Viernes, 27 de diciembre de 2013 | Hoy
CARTA DE UNA FAN
Por Cecilia Palmeiro
Decidí escribirte esta anticuada carta porque tu libro me gustó tanto que quiero hablar con vos y que me leas, no como una crítica sino como una fan. No me importa la muerte del autor, ni todo ese folklore. Vos proponés otra cosa: ponés el cuerpo en el papel, lista para una lucha que no es de otros, y que no es violenta: tu revolución es del amor, de compartir fluidos, de aliarse con los mil sexos, los mil otrxs.
Tu libro me devolvió la fe en el feminismo, que creía agotado y sin salida. Junto con Teoría King Kong, que tuviste a bien traducir al español, son los mejores libros que leí en mucho tiempo. Vos y tu novia son lo máximo.
Me cautivó este viaje teórico-político, no puedo estar más de acuerdo. Como en un viaje de ayahuasca, mis lecturas previas sobre el tema se pusieron a girar para revelar conexiones y enlaces no explorados. En la tradición de las vanguardias, el primer desplazamiento va del ensayo al manifiesto: es un programa de acción reflexivo y elaborado, del arte a la vida, de la teoría a la praxis. El primer manifiesto, Terror Anal, es un viaje al origen de las políticas del deseo. Proponés leyendo a Hocquenghem, una revolución del culo: el ano como antifalo. Organo-bomba que mina la organización genital/identitaria del cuerpo y de lo social. Ya el castellano rioplatense lo capta en su uso de metáforas anales: del orto, para el culo, como el ojete: un negativo respecto de lo normal y deseable, al revés.
Me bajé de Scribd el original del libro de donde sale ese manifiesto: una reedición de 2009 del clásico ensayo El deseo homosexual, de Guy Hocquenghem. No puedo negar que la lectura me dio un cierto resentimiento (que es una posible relación con la tradición): yo había seguido una trayectoria política y teórica similar del otro lado del Atlántico, una genealogía de lo queer latinoamericano como vos hacés del francés. Vos historizás lo que llamás irrupciones anales dentro de una historia del pensamiento falocéntrico, que constituyen aberturas, pero también bombas teóricas de terrorismo anal o aperturas del ano colectivo: el anti-Edipo (el postestructuralismo en general), su relación con Mayo del ’68, la publicación de El deseo homosexual y la fundación del FHAR y su agitación política, El Emile perverti de Schérer, la publicación del número de Recherches dedicado al FHAR, y los conectás con los movimientos del presente, como los okupas o los indignados.
Yo laburé con el FLH y sus documentos, la vida y la obra de Perlongher, la fundación del Movimiento Homosexual Brasileño, la visita de Guattari al Brasil de la transición democrática, la cristalización de la identidad gay, la crisis del sida y lo queer post-2001. Sobre todo lo que yo analizaba era una relación entre teoría y práctica política, un nuevo modelo de politización del intelectual. Vos lo situás claramente: “Entre Sartre-el-universal que enuncia todas las causas políticas como si fueran suyas y Foucault-el-impersonal que reniega de la posibilidad de articular su posición dentro de las luchas que anima, aparecerá un nuevo tipo de revolucionarios locales y anales precursores de lo que luego será la política queer, entre los que Hocquenghem será primero y paradigmático”.
Se me pasó la bronca cuando pensé que no se trataba de que las periferias copiaran los modelos franceses de pensamiento y activismo, sino de que era una trayectoria complementaria de la historia de las rebeliones anales. La lectura de Terror Anal junto con El deseo homosexual obligan a una relectura de las tradiciones locales. Hocquenghem era un referente fundamental para nuestra vanguardia queer. En Prosa plebeya, aparece citado siete veces (es uno de los argumentos centrales para entender el fantasma del sida, para entender la prostitución masculina y la homofobia, pero también el barroco). En América latina, esas vanguardias políticas son también literarias: la búsqueda de un lenguaje político no logofalocéntrico se da desde entonces a través de la literatura. Ese mundo aparece desculado en La guerra de las mariconas de Copi (el FHAR bien pensante es arrasado por un terrorismo anal de travestis brasileñas extraterrestres, puro cuerpo, pulsión y transformación). Pero también en el neobarroso de Perlongher y su descentramiento corporal (un cuerpo sin órganos, culo para arriba). Ya otro revolucionario anal, el escritor brasileño Glauco Mattoso, lo formulaba en su nueva vanguardia queer trash del orto, la coprofagia. “Bichas: nosso buraco e instrumento da abertura política.”
Fueron las primeras, y vos, Beto, un genio por reabrir el debate sobre pedofilia y castración infantil. Nada me exaspera tanto como las campañas tipo “con los chicos no” (que en realidad quiere decir todo lo contrario: a los chicos los hacemos mierda). En el culo del niño varón se juega el futuro de la humanidad heteronormativa (a las niñas se las cogieron toda la vida). Este terror anal sobre el cuerpo del menor tiene que ver con la necesidad o el imperativo social de cerrarles el ano a las generaciones por venir para asegurarse la reproducción de la heteronorma y el tipo de sociedad que genera, organizada en torno de parejas y familias. Coincido totalmente: según el concepto reaccionario de infancia en boga, “el niño es un artefacto biopolítico que permite normalizar al adulto”. Me permito agregar: “Todo niño es un preso político”.
Decís que “una revolución anal por venir tendría que elaborar un modelo educativo en el que fuera posible explicitar colectivamente los dispositivos de construcción de minorías desviadas (de clase, de raza, de religión, de género, de sexualidad, de edad...), así como la historia oposicional, las narrativas disidentes y las plataformas de resistencia que hacen posible la supervivencia de estos sujetos abyectos de la historia”.
Me encanta. Estamos en eso. Abramos, socialicemos el ano. Un puto una vez me dijo que el culo, al igual que un cigarro, no se le niega a nadie. ¿Eso será también comunismo anal? Un último detalle configurador que me mató de felicidad: en tu utopía, los animales y los humanos gozan del mismo estatuto; en la mía, en mi vida, también. En el país de los mataderos, la gente se me ríe en la cara.
Quedo a la espera deseosa de tu próximo libro, y hasta la victoria siempre.
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