Viernes, 19 de diciembre de 2008 | Hoy
Por Roberto Jacoby
A Federico lo conocí a principios de los ’70. Era un chico que había venido de La Plata, le gustaba el arte de vanguardia y frecuentaba el circuito que había sobrevivido al Instituto Di Tella. Nos hicimos amigos. Me acuerdo de que yo le compraba ropa porque él tenía un negocio con otro chico de La Plata que se llamaba Mario Lavalle, que también murió de sida. En los comienzos de Virus, Federico había hecho una serie de temas que no le gustaban del todo, y como estaba al tanto de que yo escribía, un día me llamó para que nos encontráramos. Entonces me dejó esas canciones que tenían letra, pero que no había grabado todavía, y que iban a formar parte de Wadu Wadu, para que yo les diera una mirada. Para ese momento, Federico ya tocaba en sótanos y lo hacía en plena dictadura, un año después de que uno de sus hermanos hubiera desaparecido. Yo armé algunas canciones nuevas en base al material que me había dejado y otras quedaron como estaban, y así se cocinó ese primer disco. Lo más interesante es que Federico generó un momento de música, de alegría, de baile, en medio de una de las situaciones más trágicas de la Argentina en la que bailar era casi una proeza. Wadu Wadu fue muy bien recibido, sobre todo entre la gente de la música, y fue muy inspirador para otros grupos. Pero eso no quitó que en un ambiente tan machista y cargado de testosterona como el rock lo miraran con recelo. De hecho, en un artículo que salió en la revista Humor, que era una revista que estaba supuestamente en contra de la dictadura, una periodista de rock señalaba, un tanto horrorizada, que el público iba a los shows de Virus con los labios pintados. A Federico le interesaba mucho la ambigüedad. No una definición claramente gay, sino la cosa más ambigua, aunque hay canciones como “Sin disfraz” en donde el chiste es muy directo (“en taxi voy Hotel Savoy” rima en un momento). También la tapa del disco Superficie de placer, en la que se ve un culo. Ese es el disco más ideológico de todos. Como también lo fue el show que hicimos en 1982, cuando arreciaba la guerra de Malvinas, y en el que Federico dio a conocer los temas del que iba a ser su segundo disco, Recrudece. Los violadores y Virus fueron los únicos grupos de rock que no se habían sumado a la euforia patriotera por Malvinas, de la que los demás grupos sí se habían contagiado sin darse del todo cuenta de que ésa era la euforia de los milicos. En algunas canciones de ese disco, Federico enfrentaba la situación de la guerra y la situación del rock ante la guerra, en un momento en que el rock era poco menos que la música oficial del país, ya que las radios tenían prohibido pasar música en otro idioma que no fuera el castellano. No por nada muchos temas de Virus estuvieron prohibidos. Y eso se debía, en gran medida, a la audacia de Federico, a su afán de hacer cosas que lo distinguieran del resto, a su espíritu vanguardista. Habitualmente se celebra de él su costado más cosmético, sus virtudes mariquitas, que haya sido el primero en maquillarse, el primer puto del rock argentino. Cuando en realidad él era un rockero en sentido estricto, un tipo que iba al frente y que era capaz de subirse al escenario y bancarse que los machos del público le tiraran latitas de cerveza. El verdadero rockero es el que rompe con todo. Y el rock sólo tiene sentido cuando es rebelde. Y él era un rebelde que no le daba tanta importancia al hecho de ser puto. Lo era y punto. Aunque serlo en la época en que afloró el sida no haya sido nada fácil.
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