Domingo, 11 de noviembre de 2007 | Hoy
FRANCIA > HISTORIA Y MEMORIA
En el este de Francia, fuera de las rutas turísticas tradicionales, un nuevo recorrido permite visitar lugares vinculados con la herencia de revolucionarios, filósofos y abolicionistas que marcaron la historia de los Derechos del Hombre.
Por Graciela Cutuli
La región de Franche Comté y las colinas lorenesas al pie de los Vosgos, en el este de Francia, están más bien alejadas de los grandes ejes del turismo francés, asociado sin duda con las luces de París y las azules costas del Mediterráneo. Pero no por ello carece de atractivos y sorpresas: todo lo contrario, ofrece un itinerario que permite aproximarse al valor histórico y humanístico de una región relativamente poco conocida. Pero paso a paso, nuevas iniciativas y conexiones del tren de alta velocidad, el TGV, la ponen en la mira de quienes quieren conocer otra cara de Francia. Una de las mejores maneras de recorrerla es seguir la recién formada “Ruta de las Aboliciones”, entre Pontarlier y Lunéville. De castillo en castillo, de pueblo en pueblo, de museo en museo y, sobre todo, de sorpresa en sorpresa, esta Ruta va desde el norte del Jura hasta la región de Lorena, atravesando el macizo de los Vosgos. En el camino se cruzan las huellas de hombres que marcaron la historia de Francia y difundieron ideas de tolerancia y humanidad en los tiempos turbulentos que precedieron a la Revolución Francesa. A escasos kilómetros de Suiza, en las bajas pero frías montañas del Jura, cubiertas de densos bosques y de nieve en invierno, un castillo erige sus gruesas torres para marcar el punto de partida del viaje. Es el castillo de Joux.
Este castillo es una síntesis de varios siglos de arquitectura militar. Como una lección de historia a cielo abierto, sus gruesas murallas –que forman siete sucesivas líneas de defensa, hasta llegar al corazón del conjunto– cuentan cómo evolucionaron las formas de defenderse y atacar entre el Medioevo y las guerras de trincheras, desde 1034 hasta 1879. El castillo de Joux es único en su género en Europa. Construido, reforzado, completado a lo largo de los siglos, domina una ruta que ya era estratégica en los tiempos romanos, en medio de un triple valle que corre hacia Alsacia y Alemania, hacia Suiza e Italia, y hacia el valle del Ródano al sur y a la provincia romana de Provenza.
Las visitas se realizan en los sectores correspondientes a cada época, y demuestran que entre el Medioevo y los tiempos modernos la defensa de una plaza fuerte pasó de las alturas (para escapar a las flechas de los enemigos) a galerías subterráneas (para esconderse de las bombas y los tiros de cañones). Al contrario de otros castillos, que fueron reformados, Joux fue creciendo pero la estructura de cada época quedó en pie, protegida por una nueva línea de fortificaciones. La historia local toma cuerpo en el sector más antiguo, donde una pequeña celda recuerda la triste leyenda de Berthe de Joux, esposa de un noble señor que se fue a las Cruzadas y tardó tanto en volver que la mujer tomó un amante. Al regreso de su marido, la desdichada fue encerrada en una celda tan pequeña que no podía ni acostarse ni quedarse parada. Cuenta la historia que vivió 15 años en estas condiciones, y fue liberada recién después de la muerte de su marido. Tanto horror no bastó, sin embargo, para hacer de ella la prisionera más famosa del Castillo de Joux, que sirvió un tiempo como cárcel de alta seguridad, durante el Primer Imperio, cuando Napoleón I reinaba sobre la mayor parte de Europa.
En la parte medieval, la más protegida, una habitación alojó durante casi un año a una de las figuras emblemáticas de la historia de las Américas: Toussaint Louverture, el esclavo negro de Santo Domingo que lideró la rebelión negra en la colonia francesa y logró vencer la resistencia de los colonos. En la celda, una placa y una estatua regaladas por la República de Haití son los catalizadores de la emoción de los visitantes afroamericanos y caribeños que suelen recorrer el castillo. Louverture es una figura de primera importancia para la diáspora negra en todo el mundo y una de las mayores figuras históricas de la lucha contra la esclavitud. Antes de su muerte, Haití había podido disfrutar de algunos años de libertad, en 1792, cuando la Primera República Francesa, nacida de la Revolución, dio la libertad a todos los esclavos de las colonias francesas (hasta que la esclavitud fue restablecida por Napoleón pocos años más tarde).
El paso de Toussaint Louverture explica por qué Joux es el punto de partida de esta Ruta de las Aboliciones: pero también queda para la historia que en el castillo estuvo (más hospedado que encerrado) en su juventud el conde de Mirabeau, enviado por sus propios padres en castigo a su vida disoluta. Mirabeau fue uno de los impulsores de la Revolución Francesa años más tarde, y fue sin duda uno de los iniciadores del proceso que llevó a la sublevación de Toussaint Louverture y la propagación de las ideas revolucionarias entre los esclavos de Haití. Hoy día, se puede visitar la habitación de Mirabeau en una torre... de donde se escapó junto con la esposa de uno de los patriarcas locales.
La segunda etapa de la ruta de las Aboliciones es un pueblo muy pequeño, de apenas 1500 habitantes, escondido al pie de las Vosgos, la cadena montañosa que enmarca del lado francés el curso del Rhin, como un espejo de la Selva Negra en la orilla alemana. Champagney es uno de esos lugares que no figurarían en las guías de turismo si no fuera por haber sido escenario de quienes ahora son llamados los Justos. Su historia se desarrolló en 1789, mientras Francia estaba en plena ebullición por la redacción de los “cuadernos de dolencias”, donde los habitantes de cada lugar del reino expresaban sus quejas y sus aspiraciones, mientras elegían diputados para representarlos en los Estados Generales convocados por el rey. Champagney fue el único lugar de toda Francia que en sus reclamos incluyó el pedido de emancipación de los esclavos de las colonias francesas. Este caso único tiene una historia, conocida gracias a los trabajos de investigación que se llevaron a cabo para la Ruta. Un oficial instalado en París pero oriundo del pueblo, abierto a las ideas de los filósofos y de los intelectuales de las Luces, fue el impulsor del pedido. Se pudo saber que para convencer a los campesinos, que vivían en estas tierras alejadas, frías y pobres, en condiciones de vida tan duras que podían compararse con la esclavitud por la sumisión debida a los señores locales, el oficial se sirvió de un cuadro de los Reyes Magos en la iglesia del pueblo, apelando al buen corazón de los presentes. Al tener referencias cercanas, estos campesinos –cuyo mundo se reducía a las colinas que labraban y donde pastoreaban sus vacas, sin conocer ni las colonias ni los esclavos– pidieron sin embargo su liberación y se sintieron solidarios al exigir condiciones de vida mejores. Su pedido llegó hasta París y hasta los Estados Generales, donde fueron presentados ante el rey.
Hoy día, gracias esta recuperación de su memoria y del humanismo de sus anónimos justos, el pueblo se dotó de un museo y empieza a ver la llegada de numerosos visitantes atraídos por esta porción de la historia, que echa algo de luz sobre una época que tuvo sus grandes partes de oscuridad. El Museo de la Negritud y de los Derechos del Hombre fue patrocinado por el académico y ex presidente de Senegal Léopold Sédar Senghor, antes de fallecer, en los años ‘70. En el museo se recopilaron documentos sobre la esclavitud, sobre la lucha para la emancipación y sobre la esclavitud en la actualidad. En el piso del museo, bajo un vidrio, se recrearon las condiciones en las cuales los africanos eran llevados a las Américas a bordo de los buques negreros. Pero el documento más importante es sin duda la reproducción de la famosa declaración de los habitantes de Champagney, que en 1789 “no podían pensar en los males sufridos por los negros en las colonias sin tener el corazón penetrado del dolor más vivo, al representarse a sus semejantes unidos con ellos por el doble vínculo de la religión, tratados duramente como lo son los animales”. Por eso, su religión les dicta suplicar humildemente a Su Majestad que se concerten los medios para hacer de estos esclavos súbditos útiles al rey y a la patria.
La tercera etapa de esta ruta que recorre más de 200 kilómetros en el este de Francia llega hasta el sur de Alsacia, muy cerca de la triple frontera de Francia, Alemania y Suiza. A poca distancia de Colmar, un centro turístico visitado cada año por tres millones de personas –y que es la estrella de este recorrido–, se levanta el pequeño pueblo de Fessenheim. Sobre la Ruta de las Aboliciones, Fessenheim rinde homenaje a la persona que suprimió definitivamente la esclavitud en Francia y sus colonias, en 1848. Victor Schoelcher fue un intelectual amigo de Victor Hugo, Alejandro Dumas, George Sand, Chopin y Liszt, habitué de los salones parisienses. Su padre era nativo de Fessenheim y había creado una fábrica de porcelana en París, que era una de las más importantes de Europa a mediados del siglo XIX. Para vender las porcelanas entre las ricas familias de Estados Unidos y Cuba, Victor Schoelcher había viajado y conocido de primera mano las realidades de la esclavitud en esos países en torno a 1830. En el pueblo de Fessenheim, que no conoció la esclavitud pero sí guerras, ocupaciones y el paso de ejércitos, se decidió rendirle homenaje a este “nieto”, considerado como una de las mayores figuras históricas en las Antillas, donde una ciudad lleva su nombre. La ciudad antillana está hermanada con Fessenheim, poniendo un poco de tropicalismo en la muy tradicional Alsacia. En el museo municipal se rinde homenaje a la memoria de los Schoelcher, en el marco de una típica granja alsaciana: allí se reunieron objetos y testimonios sobre la vida del intelectual, sobre la esclavitud y la emancipación en las Antillas y la Guyana francesas.
En los pueblos vecinos siguen las sorpresas. En Kaysersberg se encuentra el museo dedicado a Albert Schweitzer, en su casa natal. El “doctor blanco” fue Premio Nobel de la Paz por la obra de su vida, un leprosario fundado en Lambarené, en el corazón de la selva ecuatorial africana. También cerca de Fessenheim se puede visitar Neuf-Brisach, una ciudad fortificada por Vauban, el arquitecto militar de Luis XIV, que revolucionó las técnicas de fortificaciones y defensas en el siglo XVII. Pero no se puede dejar la región y seguir por la Ruta de las Aboliciones sin haber pasado por Colmar, una de las tres principales ciudades de Alsacia junto con Estrasburgo y Mulhouse. Colmar es una de las pocas ciudades alsacianas que no sufrió daños en las sucesivas guerras que se libraron en la región. Conservó su centro medieval, con casonas que remontan a los siglos XIV y XV. Como en el resto de Alsacia, la impecable prolijidad de las casas, calles y plazas se subraya con una increíble profusión de geranios que cuelgan de las ventanas, de los pasamanos de los puentes y de canteros en los espacios públicos. En invierno, las flores dejan lugar a la nieve y las luces de Navidad, que hacen del viejo Colmar un pueblo de cuentos de hadas. En una de sus calles, una de las casas revela otra curiosidad: se trata del museo dedicado a Federico Bartholdi, nativo de la ciudad, y que tiene sin duda su lugar en este recorrido que transita ideas de libertad y de fraternidad. Su estatua, la Libertad iluminando al Mundo, se convirtió en uno de los grandes emblemas de Estados Unidos y de Nueva York en particular.
La Ruta de las Aboliciones deja el valle de Alsacia pasando por Münster, una pequeña ciudad famosa por su queso, y luego cruza la cadena de las Vosgos en medio de bosques de pinos y centros de esquí. Del otro lado de la montaña se llega a la región de Lorena. Obedeciendo a la canción que invita a transitarla (“En passant par la Lorraine”), la ruta cruza una parte de Lorena para llegar hasta Lunéville. En sus alrededores, es otra vez un pueblo el encargado de cumplir su papel como cuarta etapa de esta Ruta de las Aboliciones.
Emberménil no figura siquiera en muchos de los mapas, ya que reúne sólo unos 200 habitantes. Son apenas algunas casas al borde de una ruta provincial, algunas granjas con una iglesia y una escuela. A pesar de su diminuto tamaño, Emberménil se enorgullece de contar entre sus hijos a una de las mayores figuras de la Revolución Francesa. El abate Grégoire, que fue el cura de la parroquia local en 1789, encabezó las “dolencias” de los campesinos y fue a París como diputado de la región. Aunque su figura es menos conocida que la de otros revolucionarios, como Danton o Robespierre, su obra es de primerísima importancia en todo el proceso revolucionario, a lo largo de varios años, hasta la constitución del Primer Imperio de Napoleón. Grégoire, que fue uno de los pocos revolucionarios no guillotinados durante el período del Terror, había conseguido la adhesión del bajo clérigo de campaña al cuerpo del Tercer Estado en los Estados Generales convocados por el rey Luis XVI. Durante julio de 1789, fue el presidente de la Asamblea durante las horas de la toma de la Bastilla, redactó la Constitución Civil del Clérigo, creó el Conservatorio Nacional de las Artes y Profesiones, y la Oficina de las Longitudes. Universalizó la lengua francesa en todo el país, reorganizó el Instituto de Francia y presidió la Asamblea Nacional en 15 ocasiones. Trabajó para mejorar la instrucción pública y para consolidar las realizaciones de la Revolución, incluso durante los tiempos del Terror, del Imperio y de la Restauración. Fue el defensor de los derechos de los judíos y de los negros de las colonias, obteniendo para ellos la primera abolición de la esclavitud, en 1792 (restablecida pocos años más tarde por Napoleón, a pedido de su esposa, proveniente de una familia de colonos en las Antillas). También tuvo un papel clave en la redacción de los Derechos del Hombres y del Ciudadano, y se le puede atribuir la paternidad del primer artículo: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”, uno de los legados más universales de la Revolución Francesa, que luego fue retomado por las Naciones Unidas para redactar los Derechos Universales del Hombre en 1948.
En el pequeño museo de Emberménil se recuerda la figura del Abate y su voluminosa obra escrita (con algunas ediciones originales que llevan fechas de los años de la Revolución) y por supuesto la emancipación de los esclavos. Saliendo del museo, al final de esta Ruta de las Aboliciones, resulta cuanto menos curioso constatar que la misma Francia que defendió y difundió los derechos del hombre hoy debate para imponer leyes más duras contra los extranjeros. Tal vez un buen momento para rescatar y hacer circular las ideas de Louverture, de los Justos de Champagney, del Abate Grégoire y de Schoelcher, para quienes este mundo puede ser mejor y con lugar para todos.
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