Domingo, 9 de diciembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
En el sudoeste sanjuanino, el paisaje lunar del Barreal es famoso por las competencias de carrovelismo. Un desierto blanco, enmarcado por los gigantes de los Andes y famoso por la claridad del cielo. Y en el Complejo Astronómico El Leoncito, un viaje a las estrellas.
Por Graciela Cutuli
En el sudoeste de San Juan, donde la provincia se pega a las alturas de los Andes, los mapas muestran un surco jalonado de pequeños puntos, y algunos triángulos diminutos con cifras al pie. Es el código cartográfico que pone en plano uno de los más hermosos relieves del país, el del fértil Valle de Calingasta, cuyos ríos y acequias forman un vergel de manzanas en el desierto. No es casualidad que aquí el cielo parezca más cerca: este lugar increíble es uno de los mejores del país para levantar los ojos y estudiar los dibujos que forman las estrellas contra la bóveda celeste. Y alrededor una naturaleza imponente y silenciosa se despliega en colores que parecen salidos de la paleta de un pintor. Un cerro en tierra de siena, un macizo de rocas en ocre, una extensa planicie en blanco tiza, manchas de verde a lo lejos y todo bajo un cielo azul como pintado en tenues veladuras. Desde Barreal, el punto de partida de este viaje, se abre un abanico sobre la calma belleza de la provincia cordillerana.
Lo primero que se despierta son los sentidos: aquí, a lo largo de la Ruta 149 que lleva de Barreal a Calingasta, todo parece recuperar sus perfumes naturales. Las manzanas deliciosas son un regalo de aroma y color, y las hierbas aromáticas que se usan para elaborar aperitivos van tiñendo los distintos tramos de estos caminos agrestes que se encuentran situados unos 200 kilómetros al oeste de la capital sanjuanina. El pueblo es pequeño, pero tiene todos los servicios necesarios para los turistas, y es de donde parten las excursiones –con numerosas propuestas de turismo alternativo– por toda la región. Entre sus sauces, álamos y eucaliptus, asoma el inefable toque romántico de su Calle de los Enamorados, un túnel verde que sin duda invita al paseo amoroso, bajo las estrellas y a la sombra de los picos nevados. El más imponente es el Mercedario, de 6770 metros de altura, y uno de los más vistosos el cerro El Alcázar, cuya silueta –modelada en formas redondeadas por el viento– hace pensar en el Alcázar de Sevilla. Se lo ve circulando por la Ruta 149, entre Barreal y la Villa de Calingasta: vale hacer un alto para las fotos de esta suerte de castillo natural, donde –según una vieja leyenda– se enfrentaron en combate un cacique huarpe y un capitán español, que finalmente resultó victorioso.
Tiene dos nombres, pero se trata de lo mismo: la Pampa de El Leoncito, o Barreal Blanco, es prácticamente única en el mundo. Se encuentra a unos 30 kilómetros de Barreal, y tiene doce kilómetros de largo por cinco de ancho, suficientes para convertir a esta antigua laguna, hoy con su cuenca seca, en la planicie terrosa más grande de América del Sur.
Para el recién llegado, las sensaciones oscilan entre el desconcierto y la admiración: ¿qué hace este trozo de luna entre las alturas sanjuaninas? El Barreal Blanco parece salido de otro lugar, de quién sabe qué dimensión, con su fina línea de barro seco y resquebrajado regularmente sobre la que se superpone, en el horizonte, una franja blanca de cumbres nevadas y luego una ancha faja de cielo azul.
No sólo el paisaje marca la particularidad de la Pampa de El Leoncito: aquí, por la tarde, el rey es el viento. No cualquier viento, sino “el Conchabao”, que puede soplar en ráfagas que rozan los 100 kilómetros por hora. Sobre un suelo totalmente plano y sin obstáculos a la vista, a lo largo de kilómetros, sopla entonces un viento fuerte: es la conjunción ideal para el carrovelismo, el original deporte que consiste en dejarse lanzar a toda velocidad en vehículos a vela impulsados por el viento. Estos “carrovelas”, que así se llaman, son raros híbridos con rueda delantera de moto, y dos ruedas de auto en la parte trasera. Completan el conjunto dos bastidores de acero que sostienen el mínimo cuerpo del vehículo, y un mástil al que va sujeta la vela: en los días favorables a los espejismos, no costaría nada creer que se trata de una regata en una laguna todavía llena de agua... Para subirse por primera vez, lo ideal es contratar las excursiones en carrovela doble que proponen las agencias de Barreal: con un poco de práctica, se podrá aprender luego cómo hacer que el vehículo responda a los deseos de su conductor, y no lo lleve sólo hacia donde quiere el viento.
El Parque Nacional El Leoncito tiene muchos otros rincones interesantes, no sólo por naturaleza sino también por historia. En las estribaciones occidentales de la cadena El Tontal se puede ver lo que fue antiguamente, en el siglo XIX, territorio de una estancia privada: nada menos que 150.000 hectáreas, surcadas de senderos, cascadas y naturalmente la fauna y flora regional. En esta zona del parque, que hoy tiene aproximadamente la mitad de la superficie de aquella estancia, se encuentran sitios históricos, áreas arqueológicas y yacimientos paleontológicos. San Juan es de hecho conocido mundialmente por los hallazgos de restos de dinosaurios, algunos asombrosamente intactos y completos, gracias al clima seco de la región.
Es ese mismo clima, con baja concentración de vapor de agua y el cielo siempre despejado, lo que hizo de esta parte del Valle de Calingasta el lugar ideal para las observaciones astronómicas. Es característica y emblemática la imagen de la cúpula blanca que alberga el telescopio, en medio del perfil ocre de los cerros coronados de nieve: se trata de la cúpula del Complejo Astronómico El Leoncito (Casleo), cuyo telescopio tiene 2,5 metros y funciona las 24 horas, para observación diurna y nocturna. La ventaja es que el cielo de El Leoncito está despejado 300 noches al año, además de estar alejado de cualquier contaminación luminosa que pueda provocar una ciudad. Para los turistas hay visitas durante el día, que permiten recorrer el complejo junto a un guía encargado de explicar cómo se realizan las observaciones; también es posible alojarse en las habitaciones del complejo, lo que resulta ideal para las observaciones nocturnas.
Para completar esta parte científico-astronómica, hay que visitar la Estación Astronómica de Altura Dr. Carlos U. Cesco –está cerca del observatorio– que depende de la Universidad Nacional de San Juan. Su base de datos contiene información sobre decenas de miles de estrellas y unas 9000 galaxias del Polo Sur Galáctico..., suficiente para hacer soñar a los amantes de los remotos mundos desconocidos. Al final, no queda más remedio que volver a poner los pies sobre la tierra, pero quedará como hermoso recuerdo la experiencia de este auténtico “viaje a las estrellas”.
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