Domingo, 27 de febrero de 2011 | Hoy
CARNAVALES. DE FIESTA POR EL CONTINENTE AMERICANO
Desde el Mardi Gras de Nueva Orleans hasta las llamadas de tambores en Montevideo, pasando por los “blocos” del nordeste brasileño y las comparsas de la Quebrada de Humahuaca, los carnavales americanos reviven la vieja tradición de festejar sin freno y sin jerarquías. Un viaje al compás del tamboril y de las culturas del continente.
Por Julián Varsavsky
“La belleza está allí; la fealdad
también. Impera la democracia más
despótica. El pueblo se divierte.”
Rubén Darío
Los estudiosos de la cultura popular europea ubican los probables orígenes del Carnaval en las Saturnales romanas, fiestas callejeras en homenaje a Baco que eran derroche de lujuria y libertinaje. Luego, en la Europa medieval, esa innata necesidad del hombre por celebrar cobró nuevo auge, indiferente a los embates de la Iglesia. No era una fiesta oficial de los poderes instituidos, sino un fenómeno quizá no deseado con el pueblo llano en la calle dando un espectáculo bastante anárquico, sin distinción entre público y espectador. Toda la calle era el escenario del Carnaval y quedaban abolidas transitoriamente las separaciones jerárquicas y los códigos de respeto entre las clases.
Hacia 1687 unas 30.000 personas participaban de las mascaradas venecianas. Mientras tanto, en la misma época del año se celebraba la Fiesta de la Abundancia en el sur del continente americano, con bailes y comida, coincidiendo con las cosechas de verano en el calendario agrícola. Varios siglos después esas celebraciones confluirían en la Quebrada de Humahuaca, creando una nueva fiesta con elementos de las anteriores. Entretanto, en el nordeste brasileño y en Nueva Orleáns ciertas festividades del Africa profunda también se sincretizaron con el Carnaval. Y como suele ser el poderoso quien determina las formas del lenguaje, en todos los casos a la nueva fiesta se la llamó Carnaval, imponiéndose la fecha del calendario europeo.
EL CARNAVAL DE TILCARA Para los puristas el “antiguo Carnaval” de la Quebrada de Humahuaca se está perdiendo. Otros, como el antropólogo Axel Nielsen, opinan que no es posible pensar a una cultura viva como algo estático, como una esencia que se desnaturaliza cuando se mezcla con otra cosa: “Toda cultura es una trama de relaciones que permite a sus integrantes inventar y tomar los elementos que están más a mano para combinarlos de diferentes formas”. Y el Carnaval no es inmune a los intercambios culturales que se dan hoy en Jujuy.
Tal como ocurrió con otros procesos culturales sincréticos en la zona, estudiosos como el boliviano Radek Sánchez plantean que hay una superposición de fiestas que se han mezclado a lo largo de los siglos: “El Carnaval andino tiene que ver con ritos vinculados a la fertilidad agropecuaria y esto se ve en las señaladas de los rebaños que hasta hoy se practican en los valles. En el caso de los festejos de tipo urbano, el pueblo hace una toma simbólica de la ciudad, adueñándose de ella por ocho días en los que una serie de licencias lúdicas son otorgadas socialmente”. El antiguo Carnaval de la Quebrada se celebraba con rondas de coplas acompañadas con el latir de la caja, algo que todavía existe en los pueblitos de la montaña, con un carácter más intimista y poético. De todas formas la copla sobrevive en pequeñas ciudades como Humahuaca, Tilcara y Purmamarca, casi siempre entre los más ancianos. Pero el Carnaval de la cultura kolla actual –el que se ha hecho famoso y masivo, abierto a todo el mundo– es urbano, ruidoso y callejero, con desarrollo de la comparsa de influencia boliviana.
Al principio las comparsas tocaban carnavalitos, pero cada vez más las preferencias se inclinan hacia géneros de origen boliviano como la saya, el tinku y la cumbia andina. Entre los carnavalitos hay composiciones propias equivalentes a himnos de cada comparsa, que también interpretan temas locales como “Soltame carnaval” de Los Tekis, una exitosa banda que hace shows durante varias noches de carnaval en Tilcara, con una escenografía de marionetas gigantes.
La primera recomendación a los viajeros que quieran participar del carnaval en Tilcara es abandonar toda idea de pureza cultural. Aquí todo se mezcla con naturalidad, sin reglas aparentes. Las cumbias andinas, por ejemplo, suenan a carnavalito con algo de murga y ska. Y la influencia boliviana en esta música viene con su propia carga de intercambio cultural, ya que los sets de bronces son influencia de las bandas militares del siglo XIX que marcaron la formación de muchos músicos andinos.
La bebida de la fiesta –que siglos atrás fueron exclusivamente la chicha en América y el vino en Europa-– es también una singular mezcla de lo antiguo con lo nuevo, de lo global con lo local. Y el resultado es el saratoga, que se prepara en grandes ollas con vino blanco, rodajas de naranja y limón y un variado etcétera de gaseosas y jugos.
Uno de los momentos cumbre es el “desentierro” del diablo que realizan las comparsas el primer sábado de Carnaval. La cita es a media tarde en el “fortín” de cada comparsa, un espacio abierto con un tinglado donde miembros y público en general confluyen todas las noches a beber y bailar como en una gran discoteca andina al aire libre. Desde el fortín parten hasta dos centenares de personas a pleno sol, respirando un polvo reseco que se levanta por las calles de tierra mezclado con una nube de talco. Todos se concentran frente a una gran apacheta, una acumulación de piedras que se usa como centro ceremonial para darle de comer a la Pachamama. Allí está enterrado el diablito o “pujllay”, que al ser liberado otorga a todos licencia para hacer muchas de las cosas reprimidas el resto del año.
El domingo de Carnaval, después de ocho días de tomar y bailar, la fiesta concluye con el entierro del diablo. Cada comparsa se dirige a su mojón en la falda de los cerros al compás del carnavalito, con el pujllay colgando de un palo. Cuando oscurece la música cesa y los diablos comienzan a llorar a lágrima suelta porque se les está acabando el tiempo de vida. Este ritual es exclusivo de los diablos y la gente observa a unos metros. Y en medio de la oscuridad se enciende una gran fogata y el pujllay es enterrado hasta el próximo año.
JAZZ Y CARNAVAL Uno de los rincones del Nuevo Mundo por donde se desparramó esta fiesta fue la ciudad de Nueva Orleans, en el sureño estado norteamericano de Louisiana, sede de uno de los carnavales más multitudinarios de todo el planeta, que llega a reunir un millón de personas. El Carnaval –o Mardi Gras– fue introducido por los franceses en el siglo XIX, cuando el sur de Estados Unidos era una de sus colonias. Las mayores comparsas, algunas con más de un siglo de historia, comienzan a desfilar varias semanas antes del Carnaval, y el clímax llega precisamente el día del Mardi Gras, denominación francesa del martes de Carnaval.
La fiesta comenzó alrededor de 1857, cuando desfiló por primera vez una comparsa formada por nueve jóvenes llamada Mystic of Comus. Ellos encendieron la mecha de una fiesta que ha ido creciendo con el correr de las décadas en paralelo con el blues y el jazz. Todo comienza varias semanas antes de Carnaval, con un grupo de 50 personas disfrazadas que recorren la avenida St. Charles en un tranvía, al son de las trompetas de una banda Dixieland. A partir de ese día, durante los fines de semana se van sucediendo numerosos desfiles de comparsas, algunas con más de 3000 integrantes que incluyen bandas musicales, grupos de baile, escuadras de motos, arlequines y disfrazados en general.
Actualmente existe una docena de comparsas cuyo origen se remonta al siglo XIX. En 1909 apareció Zulú, la primera comparsa negra, que aún hoy es de las más importantes y se distingue por arrojar cocos a la gente. Rex es otra muy famosa, que aparece recién el último día, cuando llega en barco por el Mississippi en medio de un estruendo de fuegos artificiales y bandas de jazz.
Desde las carrozas se arrojan souvenirs a la gente alineada en las veredas y los balcones techados de las antiguas casas coloniales de la Bourbon Street, en Barrio Francés. Niños y adultos gritan con los brazos en alto una frase que parece ser el slogan del carnaval: “Throw Me Something, Mister!” (tíreme algo, señor). La respuesta viene por los aires en forma de caramelos, chicles, pelotas de fútbol en miniatura y bikinis. Los objetos varían cada año, pero los que nunca faltan son unas tazas de plástico que identifican a cada comparsa y unas monedas llamadas doblones. Una sola comparsa puede arrojar 1,5 millón de tazas y el doble de monedas.
BAHIA DE TODOS LOS SANTOS El Carnaval de Salvador de Bahía fue incluido en el excéntrico libro Guinness de los Records como el mayor evento popular callejero del mundo. En comparación con el carnaval carioca, esta fiesta mantiene mejor el original carácter callejero. Aunque las cosas no son del todo así, porque para que el público común desfile con las comparsas debe pagar (y mucho), adquiriendo así el derecho a estar del lado de adentro de una soga que marca un límite muy estricto. Hay quienes sólo van a mirar y deciden apartarse en los llamados “camarotes”. Pero la mayoría opta por sumergirse en la masa donde –hay que saberlo de antemano– todos están apretujados, muertos de calor y sujetos a esa extraña tensión que existe en los lugares sin control donde el alcohol y la euforia borran a veces el frágil paso de la alegría a la violencia.
Desde el primer día de carnaval Brasil entero se detiene y sale a la calle para dar rienda suelta a licencias de toda índole otorgadas por el Rey Momo. Es como si en una fecha predeterminada se decretara un estado de felicidad general que se enciende de golpe y finaliza tan abruptamente como empezó. A tal punto se trastrueca todo en el centro de Salvador que todas las casas y edificios son literalmente amurallados con una gruesa pared de madera desmontable para contener a la marea de gente.
Uno de los ejes centrales es el “trío elétrico”, una singular formación musical bahiana surgida en los carnavales de 1948, cuando dos músicos que también eran técnicos de radio se las ingeniaron para amplificar el sonido de los instrumentos de cuerda sobre unos camiones que recorrían el centro de la ciudad con los intérpretes en el techo. Los creadores del “trío elétrico” –Osmar y Dodó– son reconocidos como los precursores de la guitarra eléctrica, que teóricamente fue creada en Norteamérica recién una década después.
Hoy en día los tríos eléctricos se han sofisticado mucho y se presentan sobre unos coloridos camiones muy altos que recorren los circuitos de carnaval arrastrando grandes multitudes. El instrumento básico de los tríos es el cavaquinho, una especie de guitarra muy pequeña con un sonido agudo. Además puede haber una guitarra de madera, un bajo, batería, percusión, violín y hasta un piano de cola. Queda claro que el nombre “trío” es una mera cuestión de tradición.
Además de los tríos están los afoxés, grupos carnavalescos nacidos en los candomblés de las religiones africanas. De alguna manera son los orixás bailando el Carnaval. Sus integrantes son básicamente negros y su música, baile y cantos están inspirados en la religión. El primer afoxé de Bahía apareció en el Carnaval de 1895 y el más famoso en la actualidad es Filhos de Gandhi, una singular comparsa negra cuyos miembros visten de riguroso blanco.
El tercer tipo de agrupación de carnaval en Bahía son los “blocos”, o comparsas barriales. El más famoso a nivel mundial es Olodum, creado en el corazón colonial del Pelourinho hace 30 años. La salida de este bloco es uno de los momentos más esperados del Carnaval, con sus mil integrantes de pura raza negra arrancando al unísono con un trueno de tambores.
CARNAVAL DE OLINDA El casco histórico de la ciudad de Olinda, en el nordeste de Brasil, está lleno de monumentales conventos e iglesias de toda clase de órdenes religiosas, que desarrollaron el refinado estilo barroco colonial brasileño. En ese curioso ambiente, mezclado con la exuberancia tropical de las palmeras y el mar, se desarrolla el tercer carnaval más famoso de Brasil, que muchos consideran el mejor y también el más democrático. Al mismo tiempo, el de Olinda tiene la reputación de conservar las más puras tradiciones nordestinas y pernambucanas.
Según el calendario apostólico romano el Carnaval se inicia cuarenta días antes de la Pascua, pero en Olinda comienza mucho antes y se extiende más de una semana después. Cada año hay más de 500 agremiaciones registradas para desfilar por las calles, entre clubes de frevo, maracatus, caboclinhos, afoxés y sambas. Claro que el carnaval de Olinda no sería el que es sin sus famosos muñecos gigantes. Con sus rostros alegres y largos brazos, esos muñecos de hasta tres metros animan la fiesta a la cabeza de las comparsas. Son más de un centenar creados por Silvio Botelho, un artista plástico que empezó a crear sus propios juguetes durante su infancia, llena de carencias. Algunos de ellos fueron unas celebradas réplicas plásticas de sus vecinos. Ya de adulto, Botelho recibió el encargo de un famoso bloco para fabricar el muñeco Menino da Tarde: desde entonces el artista no paró de producir estos singulares muñecos de telgopor, fibra de vidrio, cartón y tela, que parecen gigantes tropicales entre las cúpulas de iglesias y conventos
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