Domingo, 29 de diciembre de 2013 | Hoy
SWAZILANDIA. SAFARI EN EL REINO AFRICANO
Vecino de Sudáfrica, el pequeño reino de Swazilandia deslumbra con la fauna del Parque Nacional Hlane, donde hay elefantes, rinocerontes, monos, antílopes, búfalos, guepardos y aves, además de los leones. Una alternativa de safari menos conocida en la tierra de los swazis.
Por Andrés Ruggeri y Karina Luchetti
El Real Parque Nacional Hlane es el mayor del diminuto reino africano de Swazilandia, el Estado soberano de menor superficie de todo el Hemisferio Sur. Al llegar por la ruta que lo atraviesa, los carteles advierten sobre el peligro de leones y elefantes, mientras fauna menos agresiva –como impalas y babuinos– se deja ver por el paisaje algo seco del llamado lowveld de esta zona, en el este del país. A su inusual concentración de leones, y no a su tamaño, se debe su fama, pues pese a sus dimensiones (220 km², más o menos la superficie de la Ciudad de Buenos Aires) no puede compararse con los más conocidos parques naturales de la vecina Sudáfrica. Es así que el parque Hlane (se pronuncia Klane) es uno de los más importantes refugios leoninos de la zona, pues son 23 ejemplares los que viven en su interior, resguardados tras un perímetro electrificado.
Ese perímetro está lejos de ser una jaula: con varios kilómetros por lado, consiste en un refugio lo suficientemente grande como para que los leones puedan hacer su vida en estado salvaje, sin depender de alimentación externa, como si fuera un zoológico, ni agotar en poco tiempo las existencias de las especies que puedan convertirse en sus presas. La función del cerco es, en realidad, contener la expansión de los felinos a zonas donde viven seres humanos, pues el Parque es cruzado por una ruta transitada que lleva a Namaacha y a los montes Lubombo, que marcan la frontera con Mozambique. Al norte está además el poblado de Simunye, cabecera de un distrito que alberga una extensa plantación de caña de azúcar, el principal activo económico (junto con el turismo) del reino de los swazis, y decenas de casas que la población rural aún usa y cuyos habitantes estarían en peligro si se dejara a los leones campear a sus anchas por las cercanías.
Por fuera del perímetro de los leones, la naturaleza –como en la mayoría de los parques naturales de Africa– desborda. Elefantes y rinocerontes, además de monos y antílopes de distintos tipos, incluido el difícil antílope enano, avestruces, búfalos, cheetas o guepardos, pájaros de todos colores entre los que se destaca el raro buitre de espalda blanca y serpientes de diversos tamaños pueblan el Hlane y lo hacen un festival de vida salvaje. Incluso sin entrar a los recorridos establecidos por la profundidad del área protegida, desde la propia carretera que viene de la frontera sudafricana de Golela y va hacia la mozambiqueña, la fauna que vaga por los alrededores puede dar un susto a más de uno, especialmente a ciclistas y peatones. Aunque algunos carteles advierten sobre los leones, es muy difícil que uno de estos carnívoros logre saltar los casi tres metros de altura que tiene la cerca electrificada que rodea el área en que están confinados. Pero, como dicen los guardaparques, “nunca lo lograron, pero siempre lo intentan”.
UN REINO LLAMADO SWAZILANDIA El país de los swazi, o Swazilandia, es un pequeño reino africano enclavado entre Sudáfrica y Mozambique. Aunque como destino turístico suena un poco extraño a primera vista, su vecindad con el país sede del último Mundial de Fútbol lo convierte en la prolongación natural de un viaje a Sudáfrica, especialmente porque no está muy lejos de grandes atracciones como el Parque Nacional Kruger y es uno de los pasos posibles para llegar a la capital y las playas de Mozambique.
El visitante que llega a este minúsculo estado se encuentra con que la mayor parte de la infraestructura turística sigue los patrones y hasta es manejada por las empresas turísticas sudafricanas, que el rand es la unidad monetaria corriente (la moneda swazi es el lilangeli, pero sólo circula en monedas de baja denominación) y que las facilidades para moverse son como del otro lado de la frontera. De todos modos, hay una gran diferencia: la ausencia de una elite blanca, lo que quita del medio uno de los principales problemas del vecino, las consecuencias de la historia de racismo y violencia segregacionista del régimen del apartheid. Quizá por eso el extranjero deja de sentir esa sensación de incomodidad que puede estar presente en un recorrido por Sudáfrica, donde la hostilidad racial se sigue percibiendo a flor de piel. Los swazis, en cambio, fueron “beneficiados” por la política del Imperio Británico de generar enclaves raciales con etnias que fueron aliadas en algunos de los conflictos y guerras de conquista y por su condición de “Estado tapón” entre ingleses, boers y portugueses a finales del siglo XIX. En otras palabras, los swazis optaron por la colaboración con el invasor y, en recompensa, se les respetó su territorio y se les permitió conservar sus autoridades tribales. Es por eso que, aún hoy, Swazilandia continúa las tradiciones de la etnia y sigue gobernada por una dinastía cuyo rey Mswati III aparece en las monedas de emalangeli (el plural de lilangeli en swazi) y en los retratos que obligatoriamente cuelgan en las paredes de edificios públicos y comercios.
La capital, Mbabane, no tiene gran interés, al igual que la otra ciudad importante, Manzini, pero son acceso a los parques y reservas que se esparcen por el territorio swazi. Desde Manzini, tomando la ruta que va hacia Maputo –capital de Mozambique– se accede al parque de los famosos leones, el Hlane.
SAFARIS EN EL VELD La zona que ocupa el Hlane es, al contrario que el resto del país, bastante llana. Responde a lo que en la mayor parte de Sudáfrica se conoce como veld y en esta zona es el llamado bajo veld, un sistema ecológico de llanura con vegetación baja, que permite el poblamiento por grandes manadas de animales y un clima que va de templado a subtropical. Fue el escenario de las grandes luchas entre los grupos étnicos que poblaban estas regiones y los conquistadores europeos, tanto los de origen holandés (los boers) como los ingleses, que llegaron a ocupar la zona a fines del siglo XIX. El veld de Swazilandia es templado en invierno y muy caluroso en verano, y es zona de malaria, por lo que el viajero debe tomar precauciones (medicación preventiva y la máxima protección posible contra las picaduras de los mosquitos). Esto último no es diferente de los cuidados que hay que tomar en los grandes parques sudafricanos, por lo que no debería disuadir al visitante (por lo menos no más que en el cercano Kruger).
Una gran diferencia entre los parques naturales del país vecino, mucho más frecuentados por el turismo masivo, es que los del reino de Swazilandia no han sido reconstituidos después de que el “progreso” arrasara con las condiciones para la vida salvaje. La mayoría de los parques y reservas de Sudáfrica (y los famosos “game parks”, que son privados) son en realidad grandes territorios en los que se volvió a introducir la mayoría de las especies de fauna, especialmente los “cinco grandes” –el león, el leopardo, el elefante, el rinoceronte y el búfalo–, una clasificación resabio de la época de la caza indiscriminada. En parques como el Kruger, que es mayor que toda Swazilandia, el territorio fue vuelto a poblar con animales procedentes de otras partes de Africa, buscando además, mediante la ubicación estratégica de las fuentes de agua, la mayor visibilidad posible de las distintas especies. El Hlane, en cambio, se origina en un terreno que fue cercado como territorio de caza para la dinastía real, y en tiempos más recientes convertido en parque nacional sin verse sometido a ninguna maniobra de reconstrucción, salvo la concentración de los leones en una de las áreas del parque.
Al llegar al parque por la entrada principal en Ndlovu, el visitante se encuentra con un centro de atención al turista donde se ofrecen las distintas opciones de safaris. Las más recomendables son el tour en jeeps 4x4 conducidos por los propios guardaparques, que conocen a la perfección la ubicación habitual de las especies. La opción más completa recorre casi toda la extensión por estrechos caminos de tierra que dan una visión de primera mano de la variedad y el ambiente de los animales, antes de internarse en el perímetro electrificado de los leones. Ahí el auto –cuyos costados están protegidos por redes de cuerdas que dejan ver sin obstáculos– entra en la zona reservada a los grandes carnívoros, mientras el guía empieza a buscar a los leones en sus lugares habituales. Es mejor hacer el circuito por la mañana, tanto por el calor como por la probabilidad mayor de que los leones estén en los senderos, mientras a la tarde pueden estar refugiados del sol y, por lo tanto, son más difíciles de ver.
Otra opción es el recorrido a pie, que exige una dosis de valentía importante. Si bien este safari peatonal no se introduce en el territorio de los leones, la exposición a otros animales peligrosos es real y los guardias van armados. Por último, una visita al bajo veld de Swazilandia puede completarse con el pequeño pueblo de Simunye, a 20 kilómetros, donde hay un club de campo al estilo británico con buenas opciones para descansar y desde donde se puede ir cómodamente al Hlane (que también tiene sitios de camping protegidos). Más lejos, en la ruta hacia el paso fronterizo de Golela, se encuentra el sitio privado de Nsoko, desde el cual se puede acceder al parque privado Nisela. Hay menos leones (sólo dos) pero se hacen notar rugiendo desaforadamente por las noches. El sitio tiene cabañas y habitaciones, además de lugar para acampar, y un restaurant con un menú típico de la región, que incluye carne de distintas especies de antílopes, una especie de charqui de avestruz y un estanque adornado con numerosas plantas en el que no conviene meter la mano, pues aloja un enorme cocodrilo.
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