Domingo, 13 de agosto de 2006 | Hoy
MENDOZA > LA REGIóN DE LA PAYUNIA
Cerca de Malargüe, en el sur de Mendoza, la Payunia es una inmensa región salpicada de volcanes. Poco a poco, y rigurosamente protegida, se está abriendo al turismo, permitiendo conocer uno de los paisajes más extraños del país.
Por Graciela Cutuli
El departamento de Malargüe cubre el cuarto sur de la provincia de Mendoza. Entre montañas y llanuras, valles fértiles y mesetas desérticas, es una tierra propicia para la aventura. Las opciones son variadas y numerosas, como para estar varios días y siempre encontrar una nueva alternativa. Desde Malargüe se pueden avistar aves en la laguna de Llancaneló, hacer espeleología en la Caverna de las Brujas, visitar lugares históricos como el fortín Malal Hue y los Castillos de Pincheira, practicar deportes de invierno –en invierno y en verano– en Las Leñas, conocer curiosidades geológicas como la dolina del Pozo de las Animas, ir en busca de leyendas en la Laguna de la Niña Encantada. Además de hacer trekkings, cabalgatas, escaladas y sumergirse en baños termales en plena montaña. Pero entre todas estas opciones, no puede faltar una visita a la Payunia. En verdad, su incipiente renombre como atracción turística tendría que ser un motivo suficiente para elegir Malargüe y el sur de Mendoza como destino de visita y de vacaciones.
La Payunia se extiende a los pies de los Andes sobre decenas y decenas de kilómetros. No tiene límites geográficos precisos, pero sí la característica de tener una altísima concentración de volcanes. Los lugareños dicen incluso que se trata de la mayor del mundo. Otra curiosidad, a pesar de tener tantos cráteres y conos: toda la actividad volcánica en la Payunia terminó hace tiempo, y este paisaje actual es el fruto de las turbulencias de una lejana época geológica.
Que sea o no la mayor concentración de volcanes del mundo no importa tanto, al fin y al cabo, porque el impacto visual y las sorpresas que ofrece van más allá de esta cuestión. Una parte de la región está protegida por un parque provincial, cuya intención es preservar este paisaje único. El principal punto de ingreso al parque, donde están los dos volcanes emblemáticos de la Payunia, el Payún Liso y el Payún Matrú, es al sur de Bardas Blancas, un caserío al borde de la mítica Ruta 40, unos 65 kilómetros al sur de Malargüe.
El verdadero punto de entrada a la Payunia es la Pasarela, un puente sobre un desfiladero de lava en cuyo fondo corre el agitado río Grande. Este curso de agua es el más importante de toda la provincia, y su gran caudal cruza con violencia y rapidez una grieta formada en medio de una enorme lengua de lava y rocas basálticas, que cubre esta porción de la meseta. Al ver el tamaño de este campo oscuro, que contrasta con los ocres habituales del paisaje, uno se imagina la tremenda fuerza de la erupción volcánica que arrojó estas lavas y rocas a tan enorme distancia. Y al ver el desfiladero, uno se imagina a su vez el choque de elementos que tuvo que producirse para que el río pudiera hacerse un camino. La Pasarela, que dio su nombre al acceso, es un puentecito de madera, de tímido aspecto, que cruza el río en uno de sus puntos más angostos. Se divisa desde allí un paisaje de conjunto de la grieta, mientras se escucha el zumbido del agua que corre bajo los pies, varios metros más abajo (en épocas de deshielo, el río sube y puede llegar a alcanzar el nivel del puente).
El desfiladero tiene apenas ocho metros de ancho en promedio. Pero tiene varias decenas de metros de profundidad, y el río tiene que correr verticalmente. Este primer encuentro de elementos es apenas el anuncio de lo que sigue al entrar en la Reserva Provincial El Payén, la Payunia.
En la Payunia hay que dejar atrás la Ruta 40 para transitar por un camino de ripio y viajar en el tiempo remontándose cientos de miles de años. En aquella época el paisaje era muy distinto, sin lugar a dudas. Conos volcánicos escupían lavas, gases y algunas veces explotaban liberando rocas sobre varios kilómetros cuadrados a la redonda. Sólo la aridez y la escasez de lluvias pudieron preservar los paisajes durante decenas de miles de años. Como en un libro, las rocas cuentan la historia geológica de la Payunia. La cuentan en colores donde predominan el negro de las lavas, el rojo de los óxidos de hierro de las rocas, y el ocre dela estepa. En algunos lugares, las rocas cuentan también que el desierto de hoy estuvo cubierto en otros tiempos, cuando los volcanes ya se habían dormido, por selvas de grandes araucarias. Cerca de Bardas Blancas hay un bosque petrificado con troncos que debían erguirse a más de 100 metros, hace 120 millones de años, durante el cretácico, en una época en la cual los dinosaurios seguían reinando sobre la Tierra.
Hoy los volcanes de la Payunia están barridos por los vientos y el paisaje es exclusivamente mineral. La región es rica en fósiles cuando las capas más antiguas del terreno no fueron sepultadas por campos de lava y basaltos. Estos fósiles cuentan también historias, de cuando había agua en la Payunia, lagunas y bañados, donde vivían monstruosos dinosaurios acuáticos. Una reconstitución de esqueleto de esa especie prehistórica está instalada hoy en la plazoleta de Bardas Blancas.
En el desierto actual, los únicos animales que pueden aparecer son los guanacos. Estos camélidos hacen largos caminos desde sus puntos de agua en el río Grande o la laguna de Llancaneló para venir en busca de comida y de protección, en el parque natural. No es raro ver una manada o algún joven macho solitario transitar por la Payunia. Los ñandúes no se aventuran tan lejos, y se quedan más cerca de los puntos de agua.
La zona más visitada del parque es la del Payún Matrú, el más alto de todos los volcanes, de unos 3680 metros de altura. Como los demás volcanes, estuvo activo durante el plioceno, al fin de la era terciaria, y hasta épocas más recientes del cuaternario. La actividad fue intensa y provocó la aparición de más de 800 volcanes y bocas de lava. Sin embargo, todavía hay muy pocos estudios sobre las razones de la formación de estos volcanes. Los guías de turismo de Malargüe esperan que el auge del turismo y el interés creciente por la región provoquen la curiosidad de los científicos, que podrían descifrar el mensaje de estos volcanes hoy extintos. También se alienta la esperanza de descubrir algunos géiseres y fumarolas, para incentivar aún más el interés por la región y aumentar las propuestas de visitas. Por ahora, sólo una pequeña parte de la Payunia es accesible, y el territorio conforma aún una inmensidad por explorar. Las esperanzas, por lo tanto, no son vanas.
Para llegar hasta el Payún Matrú el camino de ripio es largo. Sólo se puede acceder por medio de visitas organizadas por las agencias de turismo de Malargüe o con la compañía de un guía de turismo en el vehículo. Es una de las condiciones que exige el estatuto de aérea natural protegida, pero sobre todo es una de las condiciones necesarias para que se pueda preservar este paisaje único en el mundo.
Los vehículos tienen que seguir y pisar las huellas de otros rodados que transitaron con anterioridad, para marcar un solo camino, sin desviarse ni alterar nuevas zonas. Los suelos de lava son muy frágiles, y como no llueve, las marcas de un solo vehículo pueden perdurar y afear el paisaje durante varios meses, cuando no más. En algunos lugares, los guías prefieren incluso barrer las huellas con ramas secas, para que no queden marcadas.
En camionetas todo terreno, por esta red de huellas, se puede llegar hasta paisajes que tienen más aspecto lunar que terrestre. Las Pampas Negras son las más impactantes: se trata de grandes extensiones de gravilla de lava, que forman un mundo negro y gris oscuro. Estas pampas son muy distintas de las coladas de lava, que conforman suelos sólidos, ásperos y de difícil tránsito. Las gravillas de lava provienen más bien de una erupción explosiva, mientras que las otras se forman a partir del enfriamiento de ríos de lava que se escapan de los volcanes. De hecho, en la Payunia todas las formas están representadas, como una verdadera enciclopedia del vulcanismo. Algunos conos se ven perfectos, mientras otros se ven irregulares, notándose los lugares donde se deslizaron las rocas ardientes y fundidas. En algunos casos, se ven directamente los cráteres desde donde explotaron las rocas. Casi todos los tipos de erupción se pueden adivinaren los terrenos y los conos: erupciones volcánicas y magmáticas, con y sin agua (se supone que en algunos casos las erupciones se produjeron en lugares donde había lagunas, o en volcanes cuyo interior de conos estaba lleno de agua), explosiones o deslizamientos tranquilos del magma. Todas las formas de volcanes están presentes también, desde el imperioso Payún Matrú, hasta pequeños conos de perfectas formas.
En toda la región, la falta de agua no permite otra vegetación que un escaso pasto amarillento, sobre las faldas de los relieves. Es el alimento que vienen a buscar los guanacos. En los valles crecen además algunos arbustos espinosos, al pie de los cuales se esconden las lagartijas, otra de las poquísimas especies animales que pueden sobrevivir en este desierto.
El Payún Liso, con su cono de perfecta forma, es otro de los relieves más reconocibles de este sector de la Payunia, el que se visita con mayor facilidad. Una parte de la reserva fue clasificada como zona intangible, y ofrece un refugio total a los 10.000 guanacos que según se estima viven en el parque.
Hoy la reserva cubre una superficie de 450.000 hectáreas. El principal motor de su creación fue la intención de proteger la zona contra la explotación petrolera. De hecho, en las inmediaciones de la laguna de Llancaneló –otra reserva provincial celosamente protegida– se ven varios pozos de extracción de crudo.
Al pie de los dos Payunes, a más de 130 kilómetros de Malargüe, y en medio de este desierto que se forma entre el norte de la Patagonia y el sur del Cuyo, la Payunia es alejada en distancias. Pero lo es más todavía en sensaciones. Es un regreso hacia tiempos geológicos lejanos, un viaje a un mundo mineral que se parece a la luna, o un traslado inesperado a sitios de fuerte impacto visual. En invierno, es una opción para alejarse de las multitudes que se apresuran sobre las pistas del centro de Las Leñas. En poco más de dos horas, se puede pasar de las pistas de nieve y la música tecno a los campos de lava infinitos, donde apenas se escuchan los vientos que zigzaguean entre los volcanes.
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