Suplemento especial

Gabriel Rabinovich

La felicidad de Rabinovich

por Nora Veiras

Gabriel Rabinovich

“Estoy chocho. Soy feliz.” Su voz suena tan cristalina como su confesión. La tonada cordobesa condimenta una declaración inhabitual. Gabriel Rabinovich tiene 37 años y una profesión que, mirada desde los prejuicios de la coyuntura, no parece acorde a ese ideal: es científico. Como investigador independiente del Conicet, acumula ya las más altas distinciones en el país y el reconocimiento internacional al trabajo de su equipo por los avances en el método para detectar cómo los tumores cancerígenos desarrollan una sustancia y logran derrotar al sistema inmunológico.

Estudió Bioquímica en la Universidad Nacional de Córdoba, hijo de “un típico matrimonio clase media de la colectividad: mamá farmacéutica y papá contador, mis ídolos” –dice–, descubrió su vocación por la investigación al cursar Inmunología. “Es apasionante develar los mecanismos a través de los cuales los linfocitos, las células encargadas de la defensa del organismo, pueden actuar para protegernos contra moléculas extrañas y evitar que se dañen los componentes propios”, explica dejando al descubierto el manejo de su otra vocación: la docencia.

A los 23 años, recién egresado, se integró al Laboratorio de Inmunología de la Facultad de Ciencias Químicas. Fue becario de la Fundación Antorchas y completó su doctorado en Londres con el apoyo del British Council. En el ‘99 regresó al país para rendir su tesis doctoral. “A fines de ese año conseguí un lugar en el Laboratorio de Inmunogenética del Hospital de Clínicas de la UBA, que dirige Leonardo Fainboin. Desde allí estoy trabajando, somos siete en el grupo, seis becarios bajo mi dirección.”

Supongo que habrás tenido ofertas para quedarte en el exterior, ¿por qué volviste?

–Sí, en Gran Bretaña, en Estados Unidos. No me quiero hacer ni el héroe ni el patriota, volví fundamentalmente por los afectos. Fue una época muy difícil de la Argentina, especialmente el 2001, cuando estaba cerrado el ingreso a la carrera en el Conicet. Pero la ecuación perfecta para mí era –y es– poder hacer una ciencia buena en la Argentina y compartirlo con la gente que amo. Estar bien por dentro ayuda mucho para hacer las cosas lo mejor posible.

Rabinovich repite una y otra vez que “los becarios son los pilares del grupo”. Marta Toscano, Juan Ilaregui, Germán Bianco, Leonardo Campagna, Diego Crocci y María Salatino integran el equipo en el que también colaboran investigadores de las universidades de Córdoba y Rosario. “El grupo de chicos –26 años promedio– que tengo es excelente, son ellos los que mantienen el sistema científico con sueldos muy bajos. Mis becarios son como mis hijos”, dice.

El grupo desarrolló un nuevo mecanismo para tratar de aplicar el rol inmunorregulatorio de la Galectina 1 al crecimiento de los tumores. Galectina 1 es producida por los tumores para poder suprimir la respuesta inmunológica. En el ‘99, empezó los experimentos y a fines de ese año Natalia Rubinstein, la primera tesista doctoral del grupo, tuvo la responsabilidad de llevar adelante la parte experimental del proyecto. “Los científicos del Instituto Leloir nos enseñaron toda la parte oncológica y por suerte en el 2004 pudimos mostrar con ensayos in vitro e in vivo que Galectina era producida por tumores para escapar del reconocimiento inmunológico.” Ese trabajo fue consagrado con la publicación en la prestigiosa revista Cancer Cell y el equipo logró una amplia repercusión internacional.

“Con este gobierno hay avances. Se nota que el ministro (Daniel Filmus) y el Presidente (Néstor Kirchner) tienen una tendencia para apoyar mucho más la ciencia, pero falta más. Se respiran mejores aires, con los aumentos salariales, la obra social para los becarios, el aumento de los subsidios”, señala Rabinovich, y remarca que “mi compromiso es hacer buena ciencia en la universidad pública, siempre defender los organismos públicos. En la intersección entre lo público y las empresas privadas seencuentra la fórmula para hacer la ciencia que se hace en el exterior”. La UBA, el Conicet, la Agencia de Promoción Científica y la Fundación Sales son los aportes centrales del grupo de Rabinovich.

“Tenemos que trabajar como algo lúdico, divertirnos sin dejar la rigurosidad, si queremos hacer una ciencia que sirva para responder preguntas relevantes. Las alegrías son las que se viven cotidianamente; si uno espera que el hallazgo sea la alegría, no sirve porque por ahí el camino que se tomó no es el adecuado para llegar al hallazgo. Lo importante es lo de todos los días, dar clases, hacer experimentos, sentarse con los becarios para discutir los problemas.”

Un hombre feliz porque hace lo que quiere y, como si fuera poco, lo que quiere puede contribuir a evitar la enfermedad para millones de personas.

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