Reportajes en la historia  |  para recordarlos con sus propias palabras
Emilio Mignone, presidente del CELS (1922-1998)
publicado el 24 de marzo de 1996

“Yo soñaba que la encontraba,
ahora no”

Por Ernesto Seman

Arnaldo Pampillon

“El 14 de mayo de 1976, en esta misma casa donde estamos hablando, a las cinco de la mañana, entró un grupo armado hasta los dientes y se llevó a mi hija Mónica, 24 años, psicopedagoga. Esa madrugada desapareció todo el grupo que trabajaba con ella en la villa, entre ellos Mónica Quinteiro, religiosa y cuñada del almirante (Enrique) Molino Pico. Todos están desaparecidos... es decir, muertos.”

Así habla Emilio Fermín Mignone, presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la ropa arrugada y desprolija, los ojos húmedos, sentado frente a una mesa cubierta con un mantel de hule oscuro, repleta de libros y revistas, junto a su mujer Chela, en un viejo departamento de la avenida Santa Fe, de paredes altas con la pintura verde descascarada y más libros arrumbados por todos lados.

“Unos días después se llevaron a dos sacerdotes jesuitas. Se los llevaron 50 hombres que dijeron ser de la Escuela de Mecánica de la Armada. Cuando los de la villa preguntaron de dónde eran, dijeron que eran de la ESMA, y en el cinturón del uniforme tenían un ancla. Yo vinculé todo, porque los sacerdotes trabajaban con mi hija en la villa, y me puse en campaña. Durante cinco meses no aparecían, hasta que un día me llamó el coronel Flouret, que era el secretario técnico de Videla, y me dijo ‘¿Usted ha escrito...? Parece que usted tiene información sobre dónde están los sacerdotes’. Sí, sí –le dije–. Además, los otros días me recibió el almirante Montes, y cuando yo le insistía con que a mi hija la tenía la Marina, él se molestó bastante y me preguntó en qué me basaba. Entonces yo le conté lo de los sacerdotes y él me dijo: ‘Ah, a ésos sí, porque son sacerdotes del Tercer Mundo, en cambio a su hija no’. Evidentemente fue un lapsus de él, que era un hombre bastante bruto. También le conté esto al coronel (Emilio) Rualdés (uno de los hombres de Carlos Suárez Mason), él se enfureció, y me dijo: ‘¿Usted me autoriza a que yo le mande un memo a este chango Massera contándole esto? Porque mientras nosotros hacemos patria, éste dice esas cosas por ahí’. ‘Sí, mándele, ¿qué me importa a mí?’, le dije yo.

“Tuve tres conversaciones con Rualdés, en una de ellas me hablaba de cuando él estaba en la batalla de Ayacucho, y dale con la batalla de Ayacucho, y dale... y le pregunto: ‘¿Pero cómo la batalla de Ayacucho, si la hizo Sucre...?’ No, él se refería a los nombres de las calles de los departamentos que allanaba. A eso le llamaba batallas.

“Bueno, todo lo que usted me dice es muy grave. Yo le voy a llevar este manuscrito al general Videla’, me dijo entonces Flouret, lo que demuestra que Videla no tenía idea de que Massera tenía a los sacerdotes. Sospecharía, porque en ese momento había llegado una comunicación del Papa preguntando por ellos, pero no sabía. Era una cosa surrealista. Flouret escribía todo lo que yo le decía. Todo en la misma Casa Rosada, a pocos metros de la oficina de Videla.

“Lo cierto es que a la semana metieron a los sacerdotes en un helicóptero y los hicieron aparecer vivos en un bañado de Cañuelas.

“Pero cuando se llevaron a Mónica, lo primero que hice fue mandar un memorándum al resto del consorcio, diciendo todo lo que pasó, sin admitir todas las explicaciones de los militares de que estaban en el exilio, que se habían ido. Y después decidimos hacerlo público, hacer actividad pública. Así como otros se deprimieron, o se escondieron, o se quedaban en la cama...”

–Como mi hermana –agregó Chela.

“Yo era un ardiente partidario de que no se derrocara al gobierno de Isabel Perón. Un poco antes, estaba en Bogotá en una conferencia del CELA invitado por (Antonio) Quarracino, y cuando llegó ese rumor me volví para Buenos Aires y lo fui a ver a (Italo) Luder, que lo conocía porque yo fui director general de enseñanza del coronel Mercante y él era director de Institutos Penales. ‘Mire, Luder, usted tiene que asumir el poder, porque si no esta señora nos va a hundir a todos y esto va a terminar en un golpe militar.’ ‘No, Mignone, mire, el peronismo lo va a solucionar.’ Yo en ese momento le dije una frase estúpida, para convencerlo: ‘Mire, Luder, el poder golpea una sola vez la puerta a las personas’. ‘Es más –le agregué–, yo, si estuviera en su lugar, asumiría la presidencia. Usted es un hombre formado, que se ha preparado toda la vida para ser presidente.’ Tiempo después me confesó que no había hecho nada porque creía que el golpe era inevitable. Si era inevitable, en realidad, se demostraría con los hechos. Luder es un hombre que carece de coraje cívico.

“Yo discutí mucho también con mis amigos comunistas, sobre todo con (Fernando) Nadra. Yo decía que estábamos ante una dictadura militar y él me decía que era mejor hablar de un ‘gobierno’ militar, porque no había que ofenderlos. Tiempo después me explicó que Lenin decía que todo gobierno burgués era una dictadura, por lo tanto no había que aclararlo. Lo malo es que la gente no había leído a Lenin. Era una cosa hipócrita, evidentemente. No sólo los obispos sino también los comunistas defendían al gobierno militar, por eso a mí me enojan los dos.”

“Cuando largaron a mis sobrinas –dice Chela–, él estaba en Venezuela, y cuando llamó y le conté, él dijo: ‘Entonces Mónica va a aparecer’.”

“Sí, ésa fue la única vez que fui profeta, no en eso, porque lo fui a ver a Hidalgo Solá, que era embajador allá. Le fui a decir que él, como dirigente radical, un hombre democrático, no podía seguir en esa embajada, con ese gobierno de asesinos. ‘Sí, me doy cuenta de todo, pero estoy trabajando para que cambie. Tengo contactos con Videla, para ver si llamamos a elecciones. Yo en poco tiempo voy a la Argentina porque se casa una hija mía, y ahí voy a hablar con Videla’, me dijo. ‘Mire, no sé, pero me parece que no le conviene ir allá, porque si usted está en eso corre peligro, muy posiblemente lo maten. Me parece que es un riesgo.’ Y vino y lo mataron.

“Hasta entonces, en la Argentina había funcionado el sistema de adscripción, de la amistad, pero la dictadura cambió todo eso. Yo me acuerdo de que en una de las conversaciones con Rualdés golpearon la puerta y aparece un sargento que dice: ‘Mi coronel, el coronel no sé cuánto lo quiere ver’. Y Rualdés le dice: ‘Dígale que se vaya a la mierda’, y después me dice a mí: ‘A usted lo recibo porque es civil y porque no está empiojado. Pero ese coronel no tiene derecho a preguntar por su hijo porque es un militar, y está obligado a no preguntar por su hijo’. Y después de haber dicho que ahí no había presos, se paró, era un tipo petiso, y empezó a dar saltitos sobre los talones y a decir: ‘Aquí, aquí mismo, abajo, en la mazmorra, tengo treinta y tres hijos de militares, y ninguno los va a ver más’.

“Cuando vino la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en noviembre de 1979), yo era muy amigo de (Edmundo) Vargas Carreño, que era el secretario ejecutivo, me acerqué a él con Augusto Conte y le dije: ‘Mirá, decinos qué impresión te llevás de acá’. ‘Yo me llevo la impresión de que están todos muertos.’

“No sé si hubo un momento, una fecha en que yo empecé a pensar eso. Vivía en el microclima de los familiares de desaparecidos, que creían que estaban vivos por una cuestión psicológica y por una cuestión lógica, porque nadie se imaginaba esa brutalidad. Los militares lanzaban siempre rumores, como que había campos de concentración en la Patagonia. Cuando me di cuenta, por el trabajo en la Asamblea, que teníamos una lista de 6 mil desaparecidos registrados, me dije: si tenemos 6 mil, quiere decir que hay 10 mil, o 15 mil. Y si en la Argentina hay 15 mil personas en campos de concentración, esto no se puede ocultar, porque éste es un país donde la gente habla. Porque con 15 mil detenidos tiene que haber 30 mil o 35 mil personas de guardia, gente que habla en sus casas, con sus familias. Ahí pensé que los habían matado.

“Aun así, uno siempre tiene la esperanza de encontrarla, yo soñaba que la encontraba. Sí, lo soñé varias veces, ahora ya no.”

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