¿Cuál es el futuro de Internet? ¿Es posible controlarlo? La magistral conferencia que dio la semana pasada Lawrence Lessig sobre el conflicto de intereses entre gobiernos y grandes empresas a la hora de pensar el futuro de Internet en el foro E-G8, paralelamente a la cumbre de los presidentes de los países más ricos del planeta, en apenas diez minutos, demostró cómo chocan los valores de Internet (apertura, libertad y neutralidad de los datos) con estos intereses que pretenden controlar algo que ha adquirido un tamaño demasiado grande y que tiene detrás una idea imposible de detener. La presentación de Lessig, el creador de las licencias Creative Commons, que permiten “legalmente” a los artistas compartir sus obras a través de Internet, tenía como depositarios a los hombres más poderosos del planeta, que no están muy dispuestos a perder su control. Como es sabido, la semana pasada se reunieron en París los líderes del G-8 para debatir sobre el futuro de la web. En las reuniones participaron los pesos más pesados de la red, mil personas bajo estrictas medidas de seguridad, entre los que estaban emprendedores franceses, empresarios de todo el mundo, las grandes operadoras telefónicas, altos representantes de los países centrales y big players del Silicon Valley como Google y Facebook.
En la apertura, el presidente Nicolas Sarkozy elogió a Internet como el espacio de la tercera gran revolución (luego de Colón y Galileo) mientras que poco después dijo que no había que olvidar que los gobiernos eran “los únicos depositarios legítimos de la voluntad popular”. La arquitectura de Internet ha cambiado las reglas del juego. La producción de riqueza, la distribución del conocimiento, la idea de transparencia gubernamental son ya demasiado fuertes como para ser “desarmadas”. Así, el encuentro estuvo dividido entre dos grandes corrientes mundiales que ven la sociedad de formas muy diferentes. Para simplificar espantosamente: se trata de abiertos contra cerrados. Frente a los discursos del histórico establishment mundial como Stéphane Richard (CEO de France Telecom), Rupert Murdoch (CEO de News Corporation), Frédéric Mitterrand (Ministerio de Cultura de Francia) o Pascal Nègre (CEO de Universal Music), que apuestan a un cierto control sobre todo en materia de temas de Propiedad Intelectual, se opusieron las voces más poderosas de Internet, como Erich Schmidt de Google, quien dijo que “la tecnología avanza muy rápido, los gobiernos deben evitar regular antes de comprender los efectos de la misma”.
Además de Lessig –quien trabajó como asesor de Barack Obama en los primeros meses de su gobierno–, también se pronunciaron a favor de los “valores” de apertura que propone Internet el periodista y blogger Jeff Jarvis, Jérémie Zimmermann (de los creadores del sitio La Quadrature du Net) y John Perry Barlow, el fundador de la Electronic Frontier Foundation, una organización norteamericana dedicada al resguardo de la privacidad y los derechos digitales de los ciudadanos. La inesperada presencia de Barlow en una mesa sobre propiedad intelectual, en la que estaban los representantes de las grandes corporaciones del espectáculo, puso –como bien él tweeteó– al activista dentro de “la boca del lobo”. Barlow –que tiempo atrás había hecho letras para la banda Grateful Dead– se la pasó tweeteando contra los dichos de Sarkozy (“Habrán pensado que la charla de Sarkozy era para invitar a Anonymous y al Partido Pirata. Claro que no”).
El activista fue invitado al panel a último momento y de hecho su nombre no había sido incluido en la programación, aunque muchos de sus colegas –como Cory Doctorow– desestimaron la invitación ya que el ambiente no era propicio. En la mesa escuchó los discursos de empresas como Fox, el ministro de Cultura francés o de la empresa Bertelsmann. Comenzó la charla diciendo que no sentía que debía estar en esa misma mesa (y ni siquiera en el mismo planeta). Entre otras cosas, Barlow dijo que la libertad de expresión no funciona de la misma manera que la propiedad intelectual. “La noción de que la expresión debe ser algo relacionado con la propiedad intelectual es consecuencia de tomar un sistema de expresión y transportarlo por ahí, lo cual era necesario hacer antes de la aparición de Internet, que tiene la capacidad de hacerlo casi sin costo.”
Según la visión de Barlow, el E-G8 trató de “imponer los estándares de algunas prácticas de negocios y centros de poder institucional que vienen de otra era hacia el futuro, sean éstas productivas de nuevas ideas o no”. Barlow declaró estar más interesado en “incentivar la creatividad de las personas que inventaron cosas, y no en lo que grandes instituciones han tenido durante años”. La audiencia lo aplaudió, incluso para su propia sorpresa.
La respuesta de la industria no se hizo esperar: Jim Gianopulos, de la 20th Century Fox, dijo que “la libertad de expresión podía ser libre, pero hacer películas costaba muy caro” y que no encuentra un nuevo modelo de negocio para ello; el ministro de Cultura francés Mitterrand dijo que no pensaba en los controles como un acto de censura, “sino en controles razonables”, mientras que la cabeza de Universal Music dijo que ellos gastaban cinco mil millones de dólares en nuevas bandas y que no estaban viendo resultados. Resultados... Justamente a eso se refería Barlow. Cuando criticaba la idea de aumentar los controles sobre la propiedad intelectual, tenía más que ver con un problema de aumentar la “escasez” (el bien más preciado del capitalismo) antes que incentivar la creatividad de las comunidades. Más allá del esfuerzo de la industria clásica y los gobiernos por controlar un “monstruo” grande que pisa fuerte, la inesperada tensión en los paneles del E-G8 es que la “idea” de Internet tal vez ya sea más poderosa que Internet misma, y la generación digital tiene otra forma de concebir las relaciones sociales, económicas y políticas.
[email protected]
twitter: @cult_digital / @blejman
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.