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Contratapa|Sábado, 6 de diciembre de 2008

De héroes y pelanduscos

Por Osvaldo Bayer

Descubrimos la placa con el intendente de la ciudad y una representante de los guaraníes y charrúas entrerrianos. Apareció bien nítida entre los aplausos y vivas de la población de la ciudad de Concordia. Se lee: “Pueblos originarios”. Es el nuevo nombre de la hermosa avenida costanera de esa ciudad que antes llevaba el nombre de “Julio Argentino Roca”. Otro triunfo más. Hubo emoción en los rostros y en los aplausos. La víctima reemplaza al victimario. Se puede mentir, se pueden hacer cientos de interpretaciones, pero finalmente todo queda en claro. Gracias a la lucha de las organizaciones de derechos humanos y de la Comisión por la Amistad con los Pueblos Latinoamericanos. Pueblos cuya mayoría tiene sangre de quienes fueron víctimas. Y para vivir en paz hay que aprender a respetar los derechos de todos. En los festejos, luego, a la noche, en esa hermosa ciudad a orillas del río Uruguay se dio la cantata “Patagonia de fuego”, de Sergio Castro, en el Teatro Odeón. Temas históricos de la violencia del Estado que muchas veces, en nuestro devenir, buscó barrer los derechos de los más humildes. Y eso, finalmente, en la historia, se paga. Justamente el 8 de diciembre estaremos en Santa Cruz, en el camino a El Calafate, frente a la estancia La Anita, donde todos los años se recuerda ese día trágico de 1921, cuando el Ejército fusiló a decenas de peones rurales por el solo “delito” de haber hecho uso del derecho de huelga. La Patagonia Rebelde. La historia vuelve a hacer justicia: se recuerda a las víctimas, no a los represores.

Y de 1921 saltamos a 1946, cuando llegó a Buenos Aires el “Malón de la Paz”, 147 coyas arribaron en larguísima marcha desde Abra Pampa, al Norte jujeño, para pedir sólo que se respetaran sus tierras comunitarias donde habían vivido durante siglos. Aquí, en Buenos Aires, se los recibió con aplausos en la Plaza de Mayo para después encerrarlos en el Hotel de los Inmigrantes (¡vaya ironía!) y luego meterlos en un tren de carga hacia Abra Pampa, castigados y sin repuesta. Hoy sólo viven muy pocos de ellos y la diputada Merchan ha logrado que se les dé a esos sobrevivientes, de más de noventa años de edad, y sin entrada alguna, una pequeña pensión por lo menos para que puedan alimentarse después de haber trabajado la tierra toda la vida. Hasta ahora se les ha adjudicado apenas trescientos pesos mensuales, pero la legisladora Merchan no se da por vencida y sigue luchando por más dignidad para que la Pachamama no llore de vergüenza argentina en esos cerros del Sol. El escritor Marcelo Valko ha roto el silencio sobre este tema con su libro Los indios invisibles del Malón de la Paz, que editó la editorial de Madres de Plaza de Mayo, y que este miércoles presentará ya la segunda edición. El pueblo quiere saber de lo qué no se trató y se escondió en tantos años de silencio.

Y esta semana también llegarán a Buenos Aires los representantes de los más humildes y explotados trabajadores de nuestro país: los ajeros, los recolectores de ajo de Mendoza. Vendrán a pedir dignidad. Porque las patronales no sólo reprimieron su justa protesta con las armas de siempre, sino que ni siquiera cumplen con el mandato de la Justicia, que ordenó la reposición de los despedidos. Vendrán desde lejos con mucho sacrificio. No se callan, exigen el derecho a la vida. El mejor espejo del sacrificio laboral son sus manos, sus ajadas herramientas de trabajo.

Pero claro, la defensa de los derechos de los humildes a vivir no es gratuita. No hay día que pasa en que los defensores de los que se apoderaron de la tierra con el Remington no ataquen a quienes con las pruebas documentales han demostrado los crímenes de lesa humanidad cometidos por los denominados “héroes del progreso argentino”. Tal vez lo más desopilante de los últimos días ha sido lo publicado por el diario El Litoral, de Corrientes, bajo la firma de un señor Jorge Enrique Deniri. Se lo nota muy nervioso al autor y con insultos que superan toda injuria y calumnia se permite sugerir que en la “campaña contra Roca” hay algo deshonesto y antipatriótico. En el colmo de su ataque de nervios se pregunta: “¿Qué hay atrás de todo esto? ¿Tendrá que ver con ese proyecto perpetrado hace unos años por Osvaldo Bayer ante el Congreso nacional, reclamando separar la Patagonia del territorio patrio y dársela a los escasos mapuches puros existentes, para hacer un nuevo país? ¿Qué otro calificativo merecen propuestas como esa que el de traición a la Patria?”.

Sí, nada menos. En esa forma pelandusca se expresa el autor del artículo. Evidentemente está al borde del ataque de nervios. Algo más desopilante no he leído en mi vida. Tal vez, el autor de esta injuria y calumnia habrá tenido pesadillas la noche anterior o sufrirá problemas psicológicos muy grandes. Pero claro, injuria, injuria, que algo queda. Me llama la atención que el diario El Litoral haya publicado un denuesto tan hilarante y perverso. Sostiene que yo quiero entregar la Patagonia a los mapuches. Así de simple. Compórtese, señor Deniri, primero vaya a las fuentes, infórmese y no largue ese chascarrillo, por el cual va a llegar a la celebridad en la Sociedad Rural. Si sigue así la próxima vez va a escribir que Osvaldo Bayer quiere entregar a todas las mujeres argentinas a los chilenos para que así se chilenicen definitivamente estas pampas azules y blancas.

El disparate y la mentira como arma del debate. La verdad es muy otra. Sí, yo presenté un proyecto al Senado de la Nación, pero que decía algo muy diferente. Algo profundamente noble. Para lograr el sueño de Bolívar, el héroe que soñaba con “los Estados Unidos Latinoamericanos” –decía yo–, imitemos algo de lo poco bueno que ha hecho Europa que ha llegado a anular las fronteras aduaneras para crear el Mercado Común Europeo. ¿Cuáles fueron los pasos que dio Europa? Primero se levantaron las aduanas de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, que formaron el Benelux. Como en una década eso demostró ser un paso adelante en la integración y unión de países con límites egoístas e irracionales, se pasó a la experiencia del Mercado Común de toda Europa. Justo propuse algo similar: que como primer paso para la integración de nuestro subcontinente, se levantaran las fronteras aduaneras entre la Patagonia chilena y la Patagonia argentina y se estudiara posteriormente el resultado, luego de una década de experiencia. Si lo había logrado Europa, con países de distintos idiomas, distintas religiones, distintas culturas, que habían tenido crueles guerras entre sí, ¿por qué no lo podríamos lograr nosotros que tenemos en Latinoamérica un idioma común, una religión común, con muy pocas guerras fronterizas que pertenecen definitivamente al pasado?

Pero claro, a ese proyecto lo tomó nada menos que el senador Eduardo Menem, fíjese el lector, qué consagrado moralista, para denominarme “traidor a la patria” y sugerir un castigo ejemplar contra mi persona. Y la cámara en una actitud genuflexa, característica de ese período menemista, me calificó de “persona no grata para el Senado”. ¡Ay, qué dolor! En un primer momento pensé ponerme un cartelito en el ojal de la solapa del saco con mi nuevo título “Persona non grata al Senado de la Nación Argentina”. Pero nunca me gustaron los títulos de nobleza.

Espero que el Senado alguna vez me pida disculpas por ese desaguisado. Porque el camino del futuro de Latinoamérica está en su integración y en acabar con fronteras artificiales. Pero, claro, para eso hay que despojarse del forro burocrático.

Al periodista Deniri y al diario El Litoral, de Corrientes, los invitaría a cantar juntos esa estrofa del Himno Nacional que dice: “Ved en trono a la noble igualdad”. Y que al cantarla piensen en la reimplantación por Avellaneda y Roca de la esclavitud en la Argentina. Pero, claro, no los ayudará en nada. Es como acaba de ocurrir en un barrio bien del norte del Gran Buenos Aires, zona de “countries”, donde ya se ha recibido un proyecto para que una calle lleve el nombre de “Bernardo Neustadt”. A eso no nos vamos a oponer. Cada uno tiene la calle que se merece. Y sabemos que los concejales la votarán por unanimidad.

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