A propósito de la reunión en Buenos Aires de la Sociedad de Mont Pelerin, me puse a releer algunos párrafos de su fundador, el Premio Nobel de Economía 1974, Friedrich Hayek. Descubrí a la Sociedad de Mont Pelerin cuando estaba escribiendo Jallalla, mi libro sobre Milagro Sala. Paradojas. Buscando contexto para hablar de una organización social de excluidos que surgió en los ’90 en la provincia más pobre de un país salvajemente neoliberal, me topé con Hayek. Fue a través del libro Jujuy bajo el fuego neoliberal, editado en 2010 por la Universidad de Jujuy y compilado por el historiador Marcelo Lagos, que accedí al pensamiento de la Sociedad de Mont Pelerin. Era un acierto de ese libro incluir un capítulo introductorio sobre los postulados de ese economista austríaco, era necesario pasar por Hayek para entender la pobreza jujeña.
Se ha señalado en estos días que cuando Mario Vargas Llosa habla de la libertad, se refiere a la libertad de mercado, aunque hable de las libertades individuales, que son mucho más defendibles ante audiencias masivas. Después de todo, también la palabra “liberal” tiene sus yeites: en algún sentido, liberales somos todos los que no somos conservadores. El liberalismo inspiró a Whitman en su Canto a mí mismo. Pero la Sociedad de Mont Pelerin no habla exactamente de poesía.
Para Hayek, el mercado era una “fuerza natural”. Habla de él hasta con cierta lírica, y no importa qué es lo que haya que sacrificarle: el mercado es un dios pagano que exige víctimas propiciatorias. Lo extremo del pensamiento de Hayek fue creer a rajatabla en la sabiduría de los movimientos intestinales del mercado, casi se diría que los confundió con una coreografía celestial. Sin insistir demasiado en la fe democrática, Hayek sí insistió en la idea de mercado como una matemática con leyes propias a cuyo ritmo las sociedades deben abandonarse: éstas son, más específicamente, “las leyes de la desigualdad”.
Hayek defiende la desigualdad. Y cree que el Estado no tiene que hacer nada para remediarla. Ese es el paradigma neoliberal por excelencia, el que nunca se explicita, pero es la consecuencia, la experiencia, la memoria las que nos lo indican como certeza. Veámoslo a Macri.
Pero Hayek era un intelectual y en consecuencia defendió su teoría sin los eufemismos que sus seguidores usan como máscaras, ya que ahora, después de la verdadera experiencia neoliberal –después de todo, Hayek trabajó sólo teoría–, si hicieran campaña diciendo la verdad, nadie los votaría. Ese es el verdadero problema de esa ideología ante las democracias populares latinoamericanas. No los “populismos”. El pensamiento que nació al fragor histórico de los Estados nazi, comunista o fascista, necesita siempre tener enfrente un eje autoritario para erigirse en defensor de la libertad. Y, en rigor, cualquier Estado que defienda a los débiles es para ellos autoritario. El deber del buen Estado neoliberal es privatizar, no estatizar. Y su fortaleza es la impiedad.
“El rápido progreso económico parece ser en gran medida el resultado de la desigualdad, y resultaría imposible sin ella. El progreso a tan rápido índice no puede proseguir a base de un frente unificado sino que ha de tener lugar en forma de escalón, con algunos más adelantados que otros”, escribió Hayek.
Si el Estado interviene para remediar la desigualdad, a eso lo llama “usar la fuerza”, y eso “destruye la libertad”. Y no hay peor enemigo del mercado que la organización social de cualquier tipo. La gente no tiene por qué andar organizándose, y los políticos no sirven para mucho: Hayek decidió que sus seguidores serían intelectuales, economistas, escritores.
Una breve digresión: la prueba y efecto del Pensamiento Unico, y el dispositivo de transmisión de poder que puso en marcha Hayek, es el caso de Aznar y Rodríguez Zapatero, o los partidos a los que representan, el PP y el PSOE. Aznar forma parte de la Sociedad de Mont Pelerin. Zapatero no, pero aplica las recetas neoliberales y España parece tener un gobierno socialista, pero qué importa. Vargas Llosa ahora votará por Humala, que parece de izquierda, pero qué importa: la apuesta siempre será neutralizar a la política, infiltrarse en la realidad como “una fuerza natural” contra la que no se puede hacer nada. Hayek concibió un orden económico defendido por economistas e intelectuales para prescindir de la política. Ese es el espíritu de la Sociedad de Mont Pelerin, el nombre de la estación suiza en la que mantuvieron la primera reunión, en 1944. Entre los presentes estaba el joven Milton Fridman, a su vez Premio Nobel 1976, y quien se cargaría luego todos los dudosos laureles de la aplicación del neoliberalismo.
Aunque en su época existían realmente los enigmas de los regímenes totalitarios, Hayek demostró desde un principio que el suyo era un pensamiento tan radical que no podía virar el eje: pronto se convirtió en el principal detractor de las ideas de otro economista que buscaba respuesta para la Gran Depresión y cuyas ideas fueron las elegidas para dar vuelta la página histórica con el New Deal y luego con el Plan Marshall. El gran duelo económico y político de los años ’30 lo mantuvieron Friedrich Hayek y John Maynard Keynes.
Se me ocurrió googlear Hayek vs. Keynes, y lo que saltó fue un rap. Increíble. Lo produjo John Papola, un creativo ex MTV y Nickelodeon que ahora trabaja en Spike TV. Es un rap educativo, y con una letra que hace constar sus fuentes bibliográficas.
El estribillo es:
(Juntos) Hemos discutido al revés y al derecho por más de un siglo.
(Keynes) Yo quiero dirigir los mercados.
(Hayek) Yo quiero liberarlos.
(Juntos) Hay un ciclo de auge y contracción y buenas razones para temerlo.
(Hayek) Culpa a los bajos intereses.
(Keynes) No... Es el espíritu animal.
En 1974, Hayek compartió el Nobel de Economía con el sueco Gunar Myldar, un inspirador de Keynes. En los ’70, cuando el neoliberalismo ya era aplicado en varios países en democracia y en dictaduras, Myldar renunció a él, y pidió que se anulase el Nobel de Economía. En la ocasión, acusó a Hayek de “carecer por completo de conocimientos epistemológicos”.
En el fondo de esa objeción está el reproche por el fanatismo acrítico a las leyes del mercado, la sobreestimación de la economía y el desprecio por la política, especialmente por aquella que se piense como herramienta igualadora. Hayek no negó el “espíritu animal” del mercado, su salvajismo, la inercia en la que el grande se come al chico. Pero lo avaló, argumentando por ejemplo que muchas veces los países crecen gracias al desempleo, y que en consecuencia el Estado no debe hacer nada para evitarlo. Lo enmascaró con su idea de la libertad, de un modo que hoy suena brutal y pueril: “Cada hombre es libre de morirse de hambre”, aseguró.
El debate Keynes Vs. Hayek no está saldado. Lo demuestra la Sociedad de Mont Pelerin en Buenos Aires, y Vargas Llosa hablando de la libertad. Es bueno saber de qué habla Vargas Llosa cuando habla de libertad.
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