El acto de ayer en Plaza de Mayo fue uno de los episodios más extravagantes que la política argentina ha producido en años, lo cual no es poco decir. La mezcla de opuestos que participaron hubiera requerido un acto de ilusionismo antes que una conducción política para simular alguna congruencia. Conciliar en un todo coherente a los trabajadores de servicios mejor pagos del país, como petroleros y camioneros, con los estatales que padecen un retraso de sus remuneraciones; a las dirigencias patronales de rentistas agropecuarios que alquilan sus campos en dólares con los trabajadores precarios que los maoístas de la CCC organizan en los barrios; a los elegantes caceroleros que consideran un atentado a la libertad la restricción para atesorar divisas en el exterior con las diversas banderías de la paleoizquierda que reclaman la estatización del comercio exterior y la banca; al filósofo de la cleptocracia Luis Barrionuevo con el cineasta de la resistencia Fernando Solanas; al vicepresidente de YPF, Guillermo Pereyra, con los ideólogos de la revolución permanente solo en la universidad; al epítome de la derecha duhaldista Jerónimo Venegas con la enfermera trotskista Vilma Ripoll; al oportunismo profesional de los libres del sur con el principismo republicano de Ricardo Alfonsín, mezclar tanto aceite y tanto vinagre en una ensalada completa es una tarea que excede las posibilidades de Hugo Moyano. No basta con citar a Perón, que ni él podía tanto.
Pero hubo cumbres del grotesco, comenzando por la elección de la fecha, en la que la dirigencia radical sólo debería hacer acto de contrición y decidirse de una vez a pedir perdón por la masacre con que se despidió su último gobierno, hace once años, con cinco muertos en la Capital y otros treinta en el resto del país, en aplicación de un estado de sitio ilegal que nunca declaró el Congreso. Y siguiendo por el discurso de Moyano, con reivindicación sindical de derechos laborales pero propuesta político partidaria y electoral, en la que es imposible que coincida la forzada amalgama a la que recurrió para que no pudiera medirse hasta qué punto ha menguado su poder de convocatoria.
Al hablar de los jubilados rindió homenaje a una mujer de 95 años que, según dijo, sólo cobraba 1800 pesos mensuales, más la pensión de su esposo. La señora vive en una casa construida con un crédito del Banco Hipotecario Nacional y tiene la suerte de que sus tres hijos puedan ayudarla, dijo el camionero. Recién al terminar el párrafo aclaró que se refería a su mamá. La propaganda oficial nunca logró una mejor descripción de los logros gubernativos, con la actualización bianual de jubilaciones y pensiones por encima de la inflación y con una situación laboral en la que los hombres tienen buenos trabajos y pueden darles algunos gustos a sus madres viudas. Sólo el extravío del sentido de la realidad puede presentar este feliz caso como un ejemplo dramático. Lo mismo vale para sus ironías sobre el compromiso de CFK con los derechos humanos a la misma hora en que la Justicia condenaba a prisión perpetua al ex ministro Jaime Lamont Smart, el primer civil sentenciado por crímenes de lesa humanidad, como muy bien destacó el portal de La Nación.
¿Qué habrá pensado al oírlo Pablo Micheli, que participó en algunos de los centenares de rondas frente al Congreso durante la década en que las jubilaciones estuvieron congeladas y que culminó con la reducción de un 13 por ciento de su valor nominal, junto con el de los sueldos estatales? Antes de Moyano, el dirigente que está perdiendo el control de ATE (ya fue derrotado en las seccionales del Litoral y el plenario de delegados de Capital se rehusó a seguir su inconsulta convocatoria sin practicar la democracia sindical que pregona) anunció próximos paros y movilizaciones. Si cumple su promesa, no hará más que fortalecer a un gobierno que, por contraste, sabe qué intereses populares defiende y hacia dónde se propone seguir avanzando.
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