Hace unos días el ministro de Defensa, Agustín Rossi, entregó a la sociedad de los autores, Argentores, copia de las actas secretas y las listas negras halladas en los sótanos del edificio Cóndor.
Son listas confeccionadas en los años 1979, 1980 y 1982 donde figuran unos 300 nombres de actores, músicos, escritores y periodistas a quienes se les adjudicaban “antecedentes marxistas”, motivo por el cual no podían permanecer en la actividad pública ni recibir apoyos del Estado. Entre ellos, 27 éramos socios de Argentores: Osvaldo Bayer, Abelardo Castillo, Roberto Cossa, Agustín Cuzzani, Osvaldo Dragún, Samuel Eichelbaum, Leonardo Favio, Griselda Gambaro, Juan Carlos Gené, Octavio Getino, Carlos Gorostiza, Ricardo Halac, Rodolfo Khun, David José Kohon, Víctor Laplace, Andrés Lizarraga, Julio Mauricio, Hugo Midón, Ricardo Monti, Pedro Orgambide, Sixto Pondal Ríos, Dalmiro Sáenz, Marcelo Simón, Fernando Solanas, Francisco Urondo, David Viñas y María Elena Walsh.
El documento contiene graves desprolijidades que indican el poco rigor de los censores. Sixto Pondal Ríos, uno de los más importantes guionistas de las décadas del ’40 y ’50 murió en 1968, once años antes de la confección de la primera lista. En la segunda lista, 1980, vuelve a figurar, pero al menos aparece una pista que podría explicar su inclusión. A diferencia de la primera, en la de 1980 junto al nombre figura la fecha en que cada autor fue “tratado” (sic), es decir incorporado: Pondal Ríos, el 24 de agosto de 1967, en los tiempos de Onganía. Lo mismo ocurre con Samuel Eichelbaum, el autor de la notable Un guapo del 900, muerto en mayo de 1967 e investigado el 6 de abril de 1967. Pero aquí la confusión es doble. Samuel figura en la lista de 1980, pero no en la del ’79, donde se incluye a su hijo, el periodista Edmundo, ambos con el mismo número de documento. Otro grave error fue la inclusión de Francisco Urondo. El recordado Paco murió asesinado en Mendoza en junio de 1976.
Hay otros datos que revelan la ignorancia de los censores. En la lista de 1979, Carlos Gorostiza aparece con la profesión de “escenógrafo”. No hace falta decir que Gorostiza, desde la década del ’50, es considerado uno de los mayores dramaturgos. En la del ’80 sigue catalogado como “escenógrafo” pero, al menos, se le agregan la de “escritor y docente”.
Estos errores los consigné en una rápida lectura de las listas y pude detectarlos dentro de mi especialidad, la de los autores. Supongo que no deben ser los únicos.
Probablemente la primera reacción que tenga el lector ante tamaños errores sea el de una sonrisa. Me pasó a mí, pero después sentí una sensación de escalofrío retroactivo. El terror es siempre terror, pero es más terror aún cuando lo ejerce un ignorante.
En la presentación del documento, el ministro Rossi dice que las listas negras eran “un secreto a voces”. Esto es cierto, por lo menos para quienes estábamos implicados. Las padecíamos, sin necesidad de ver hoy nuestros nombres en documentos amarillentos, de los tiempos de la máquina de escribir. Y fue, justamente, por estar prohibidos en los teatros oficiales y en los espacios docentes y académicos, que los dramaturgos pusimos en marcha Teatro Abierto. Alguien dijo “tenemos que hacer algo” y Osvaldo Dragún propuso “salgamos todos juntos en un ciclo de teatro breve”. Fue un acto de resistencia –como autores y como ciudadanos– que recibió la represalia de la jauría: el atentado contra el Teatro del Picadero, donde se realizaba el ciclo. Esta vez no fueron ignorantes; interpretaron el sentido político de la movida. Pero quizás fueron torpes. Convirtieron en un hecho épico un gesto que nació como protesta pacífica.
Las listas negras halladas en el edificio Cóndor eran confeccionadas por un organismo al que bautizaron Equipo Contabilizador Interfuerzas (ECI) del que formaban parte representantes de la Secretaría de Información Pública (SIP), de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y de cada una de las tres armas. Dice el prólogo del documento: “El ECI definía los criterios para calificar a las personas, armaba los listados a partir de las sugerencias de sus miembros, analizaba sus permanentes actualizaciones, decidía quién entraba y salía del máximo nivel de prohibición”.
Las listas encontradas en los sótanos del edificio Cóndor no fueron las únicas. En 1996 el diario Clarín divulgó otra lista confeccionada bajo el rótulo de Operación Claridad, organismo creado en el área del ministerio de Educación bajo el mando del coronel Agustín C. Valladares en el que aparecían unos 180 hombres y mujeres de la cultura, muchos de los cuales figuran también en los documentos encontrados en el Cóndor.
Tengo en mi poder fotocopias de listas que los militares enviaban a las productoras de cine donde figuraban “artistas con antecedentes ideológicos de izquierda”, claro mensaje para que no fueran contratados. Lo curioso es que se trataba de hojas sin membrete alguno, sin identificación de su origen. Incluye a 35 autores, 137 actores y 39 compositores e intérpretes. Muchos de los nombres se repiten una vez más.
Se sabe, además, que en las provincias los jerarcas militares confeccionaban sus propias listas. Se daba el caso de artistas prohibidos en una ciudad y permitido en otra.
La importancia de las listas negras encontradas en el edificio de la Aeronáutica es que fueron entregas al gobierno por el propio jefe del arma. Y que el ministro de Defensa las pone a disposición de las entidades involucradas.
Para Argentores, la entrega de las listas negras fue un momento conmovedor y un acto de reparación y afirmación de la democracia.
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