W. Reich en las postrimerías de su vida escribió un artículo que denominó “Discurso al hombre común”. Lo escribió en 1946, sin intención de que se publicara jamás. Pero se publicó. Algo de ese artículo –de la música de ese artículo– me involucró para intentar pensar ciertas cosas de nuestra realidad actual. Me refiero al poco conocimiento que tenemos del pensamiento del “hombre común” de nuestro país. Conocemos poco de la subjetividad del ciudadano común. El que no se “mete” en política. Sólo vota. Que tiene su merecida y respetuosa “vidita”. Los “millones” que configuraron la complicidad civil. Los tucumanos que votaron a Bussi represor es un buen ejemplo. Fue atacada y diezmada solamente la militancia activa, que comprendía desde la lucha armada y los militantes pertinentes a las numerosas organizaciones que trabajaban en las villas, organizaciones de derechos humanos y todo tipo de organizaciones sociales. Es decir, el hombre comprometido con el destino de una vida más justa socialmente para su país y donde la desigualdad no fuera obvia y natural. Recursos humanos para todos. Ese sector fue brutalmente aniquilado por la dictadura y perseguido hasta sus últimos escondites. Sindicalistas, delegados de fábricas y gremialistas comprometidos. El 40 por ciento de los desaparecidos eran obreros. Tortura, robo de bebés, arrojo de prisioneros desde aviones al Río de la Plata, robo de propiedades, allanamientos diarios, vejaciones y tormentos de todo tipo. Un Terrorismo de Estado organizado y entrenado por los militares franceses que combatieron en la guerra de Argelia. Hubo hasta un alto grado de sofisticación en la represión cultural. Dentro de ese sector 30.000 desaparecidos. Detenidos, exilios y exilios interiores que vivieron con terror esos años de plomo. Pero fuera de ese sector esquilmado, muerto y perseguido existía una franja enorme de millones de personas que permanecieron indiferentes o no afectadas directamente en su vida diaria o desconociendo las desapariciones y asesinatos.
Ultimamente nos sorprendió la manifestación de Blumberg que convocó a decenas de miles de personas en reclamo por una nueva doctrina de seguridad nacional. Siempre nos sorprendemos del fascismo agazapado y latente. ¿Cuántos millones apoyaban esa marcha por TV? Hoy comienzan a aparecer. A tomar cuerpo. A hacerse visibles. En todas sus formas. Desde la desaparición de López hasta las cartas amenazantes. Y pareciera que ya están organizados para alguna marcha reivindicatoria de la Otra justicia. Sin lugar a dudas la profundización de los juicios los va a envalentonar. La señora Pando no es la señora Siro, “estábamos mejor con los militares, mis hijos podían salir a bailar, había seguridad en las calles, estábamos bien económicamente” (por Radio 10). Hace pocos días la manifestación de las organizaciones de derechos humanos molestó a un hombre que gritaba: “prefiero la dictadura al caos de esta democracia” (subjetividad del hombre común de W. Reich).
El apoyo del Presidente a todas las organizaciones de derechos humanos no deja de ser un fenómeno minoritario dentro de este punto de vista. La increíble epopeya de las Madres y Abuelas desde 1976 conmovía sólo a un sector del país. Sólo a un sector minoritario (no más de un millón). No nos engañemos, la mayoría silenciosa, la masa gris astizforme, eran millones. Desde el Gobierno se realizaron importantes manifestaciones culturales y políticas.
La película de Renán La fiesta de todos –sobre el glorioso triunfo en el campeonato del ’78 y la felicidad del pueblo argentino– y el cierre de Félix Luna explicando por qué fue eso, una fiesta de todos. Tampoco nos olvidemos de la salida de Galtieri al balcón en Plaza de Mayo durante la invasión a Malvinas. Hay que ver ese noticiario y ver los brazos en alto de la multitud cuando apareció el dictador de turno. En el ’76-’77 jamás escuché hablar en las tribunas de las canchas de fútbol del gobierno y de los desaparecidos. Y no era por miedo. Era un problema de otros. Perón decía que un sector de los militares, muy minoritario, era inteligente y culto; otro sector era en cambio bruto, cerrado e inculto y, en el medio, había un gran sector volátil que no pensaba pero estaba siempre atento a moverse hacia los sectores del poder. Olían el poder. Eran los peores. Queremos a veces pensar que el pueblo sufrió la dictadura en su conjunto. Y es un tremendo error. Solo el sector más radicalizado y pensante la sufrió. La mayoría vivía indiferente. Esa gran complicidad civil es la que sostuvo el Terrorismo de Estado. El famoso 2x1 de las compras de la clase media.
Se puede creer que el fenómeno de la desaparición de López involucra a la población. Es una herida institucional tremenda que afectará a futuros testigos. Pero al hombre común –tomando a W. Reich– no le afecta el problema, aun cuando esté bombardeado por los medios. La subjetividad del ciudadano común –aquel que no se mete en política– es la que desconocemos. Además es volátil (usando los términos de Perón). De la misma manera que hoy apoya masivamente al Presidente, podría dejar de hacerlo mañana. Sabemos poco. Aun sabiendo que las circunstancias hoy son diferentes no nos olvidemos de que el pueblo votó tres veces a Menem como presidente. Hoy ya lo olvidó. Se corrió de lugar. Ya Menem no gana ni en La Rioja. El hombre común lo olvidó. No existe.
Realizamos un mal diagnóstico de situaciones porque desconocemos la subjetividad del hombre común. Esto es peligroso, porque esa mayoría hoy no tan silenciosa tiene la fuerza de la sorpresa, de su organización. Son millones de “indiferentes”. Cuando Videla inauguró el mundial en River, hubo tímidos silbidos y aplausos concertados. Videla les había regalado la fiesta y no fue repudiado. Yo estuve en 1956 viendo desde la tribuna cómo Argentina le ganaba a Italia 2 a 0. Cuando entró Aramburu, 50.000 personas silbaron simultáneamente. Fue la música más ensordecedora que he escuchado en mi vida. Era silbido de odio. No de indiferencia. Había policías dentro de la tribuna. Me consta. Pero qué se podía hacer: ¿prohibir silbar a 50.000 almas?
Los piqueteros y sus marchas y las “molestias del ciudadano común”. Los piqueteros eran el retorno de lo reprimido. El otro país. Los cuerpos desperdiciados. El ciudadano común es indiferente a los 10.000.000 de argentinos que viven con el subdesarrollo de los recursos humanos. Pero, en cambio, puede acompañar a Blumberg en sus marchas porque tiene miedo. Siempre tuvo miedo. Es su característica singular. El miedo a perder algo. Por eso lucha por una nueva doctrina de seguridad nacional. Con penas mayores para los menores. Ni siquiera relacionan la pobreza con la inseguridad. Con una buena doctrina de seguridad se termina todo. Piensa además, como dice Bauman, “culpar a la biografía del sujeto a conseguir empleo, y el sujeto juvenil se siente culpable de no poder estudiar o trabajar”. Todo se transforma en un problema individual. Un ciudadano común me dijo en Alemania que “si uno no era judío y no criticaba a Hitler se pasaba bien” (subjetividad del hombre común de W. Reich). Bergoglio dijo en Luján que tenemos que terminar la discordia entre hermanos argentinos. Y de esta manera se agrava la polémica entre la Iglesia y el Gobierno.
Yo hubiera preferido que se refiriera a la desaparición del hambre y la indigencia. Esa es su misión pastoral. La de Jesús, a la que pertenece.
Me cabe una reflexión, ya que los juicios a los militares recién empiezan. Yo no dudo de que se deben realizar. Pero el Gobierno debe prevenirse con diagnósticos políticos y sociales de lo que puede avecinarse. Un buen diagnóstico situacional de lo que puede ocurrir. En ese sentido López podría ser la punta del iceberg.
* Autor, director y actor teatral.
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