LA VIDA DE CINCO JUGADORES DEL CLUB LA PLATA RUGBY DESAPARECIDOS
Un try en homenaje a la memoria
Santiago Sánchez Viamonte, Otilio Pascua, Pablo Balut, Mariano Montequín y Hernán Rocca eran cinco rugbiers de La Plata, que fueron asesinados por la dictadura. Tres hijos, un hermano y un compañero de equipo reconstruyen la historia.
Por Gustavo Veiga
Raúl Barandarian, Otilio Pascua y Santiago Sánchez Viamonte (hincados) en una imagen de La Plata Rugby.
El necesario ejercicio de robustecer la memoria debe hacerse desde cualquier ámbito. En la educación, en la actividad política, en los organismos de derechos humanos y hasta en el deporte. Reconstruir una historia que tiene piezas dispersas es parte de esa apasionante tarea. Una historia que, en este caso, contiene más de una pregunta inquietante: ¿Por qué la dictadura hizo desaparecer o asesinó a una generación de jugadores del club de rugby La Plata? ¿Qué unía a esos jóvenes, además del amor por una camiseta? ¿Por qué los hechos no han sido difundidos lo suficiente?
Cinco seres sacudidos por un mismo dolor –tres hijos, un hermano y un compañero de equipo– aceptaron unir los fragmentos de esta saga trágica y matizada de olvidos. Quebrados por el llanto e indignados por lo que pasó, ellos reivindican hoy los ideales de un mundo mejor que enarbolaban sus familiares y amigos.
Verónica Sánchez Viamonte es la hija de Santiago, el “Chueco”, acaso el mejor jugador de todas las épocas que pasó por la institución de Gonnet, fundada hace 70 años. Diego Sánchez Viamonte es uno de los hermanos menores de ese destacado rugbier, desaparecido porque militaba en el PCML, el pequeño Partido Comunista Marxista Leninista de los años ’70. Ana y Pablo son los hijos de Pablo Balut, otro integrante de aquel plantel de Primera y también sobrinos de Mariano Montequín, el capitán del equipo, ambos secuestrados por los grupos de tareas. El arquitecto Raúl Barandarian era compañero de todos ellos y amigo íntimo de Otilio Pascua, muerto de varios balazos en uno de los tantos enfrentamientos fraguados por los militares.
Durante tres horas, en una tarde apacible y fértil como pocas en evocaciones, Página/12 entrevistó a quienes apenas conocieron a sus padres –como Verónica, Ana y Pablo–, a alguien que, además del rugby, compartió con ellos el compromiso solidario de esa generación –como Barandarian– o las travesuras de la infancia y adolescencia, como Diego Sánchez Viamonte.
–¿Por qué, hasta donde pudimos contar, hubo diecisiete desaparecidos o asesinados por razones políticas en el club La Plata?
Barandarian responde: “No puedo explicarlo racionalmente. Pero siempre me pregunto por qué fue el único club que sufrió esto, en un porcentaje mayor que otros. Cuando nosotros empezamos a jugar en los años ’60 y pico, éramos egresados del Colegio Nacional, que depende de la Universidad de La Plata. Y entre los jugadores desaparecidos creo que no hay estudiantes de escuelas privadas. Nosotros crecimos en la educación pública. Después fuimos a las facultades del Estado. Todos militábamos. Y en el club nunca nos preguntaron qué hacíamos nosotros. Nunca nos discriminaron. Acá están las fotos de todos, pero en otros clubes de La Plata no están las imágenes de los desaparecidos”.
¿De qué manera se habían acercado a la militancia política?, es una pregunta que a Barandarian, ex jugador, entrenador y dirigente del La Plata Rugby Club, le permite explayarse en la descripción de su generación:
“Todos los que estudiábamos en la Universidad de La Plata teníamos un alto grado de compromiso con lo que pasaba. Cuando volvió Perón, estábamos cenando y definiendo si íbamos a Ezeiza, la noche previa al 20 de junio de 1973. Y ya jugábamos todos en Primera. Esas discusiones se daban naturalmente, aunque después, los que no éramos peronistas decidimos no ir. Hasta que llegó un punto de inflexión que es la gira del ’75. Los que optamos por viajar nos salvamos y los que no, no pudieron. Digo esto porque tuvimos cuarenta días para repensar algunas cosas. Nos alejamos de la militancia y lo digo siempre: me siento con culpa, porque estamos vivos. Hubo una asamblea de jugadores para decidir si íbamos a Europa. Santiago (por Sánchez Viamonte) no viajó por ella –señala a Verónica– y Otilio (por Pascua) tampoco, porque ya tenía al padre muy enfermo.”
El “Chueco”
Diego Sánchez Viamonte no supera un par de frases antes de emocionarse y ponerse a llorar. Con la voz quebrada por la evocación de su hermano Santiago, comienza a recordarlo: “Iba al frente, tenía audacia. Yo soy cuatro años menor y él cumplía el rol de hermano mayor, aunque en realidad era el segundo. Un poco por mandato de mis padres, que se habían separado cuando nosotros éramos chicos. El mayor sufría una discapacidad física y falleció en un accidente automovilístico. Santiago, Gonzalo, Carloncho y yo, cuatro de los cinco varones, jugamos en el club”.
Diego es veterinario, el cuarto de los seis hermanos Sánchez Viamonte y apenas alcanza a contar que jugó “algún partido en la Superior”. En cambio, Santiago, el “Chueco”, integró durante casi tres años el plantel de Primera División. “Cuando aparece un pibe con perfil de crack, se dice que juega tan bien como el Chueco. El parámetro es él. Dejó una huella. Era medio scrum, apertura, insider, jugaba de cualquier cosa. Porque con tres años en el club podría haber pasado sin pena ni gloria, pero no... A mí me da un poco de vergüenza decirlo porque es mi hermano. Acá lo reivindican igual los que no compartían sus ideas.”
–¿Qué recuerdo tiene de su militancia política?
D. Sánchez Viamonte: “En aquella época, la militancia era clandestina. Yo no militaba, pero alguna vez le di una mano, como ‘levantar’ una casa, por ejemplo. Fui y le saqué los muebles. O cada tanto, venía un compañero de él y me decía: fulano de tal pasará a buscar un televisor. Santiago me reclamaba: ‘Vos sabés que pasa esto, ¿cómo no militás?’. Yo sólo participaba solidariamente, le hacía gauchadas...”.
–¿Siempre participó en el PCML?
D. Sánchez Viamonte: “Creo que sí, Aunque vos, Raúl, por ahí lo sabés mejor que yo”.
Barandarian: “Jamás militó en el peronismo, de eso estoy seguro”, sonríe su ex compañero en el Seven campeón de 1974, disputado en el club DAOM.
Otilio
Barandarian jugó al rugby en La Plata hasta 1978 y tiene un hermano, Mario, que integra el actual cuerpo técnico de Los Pumas. Su amigo, Otilio Pascua, un empleado de la Municipalidad de La Plata y estudiante de arquitectura, ya conocía lo que era la represión ilegal antes del golpe del 24 de marzo de 1976. “El 23 de diciembre de 1975, el Ejército le revienta la casa y, él se salvó, porque en ese momento estaba festejando con el Chueco y conmigo la Navidad.”
–¿Qué más puede contar sobre Pascua?
–Fue mi íntimo amigo, éramos como hermanos. En la facultad nos decían Bochini y Bertoni. Otilio había jugado antes al rugby en Universitario de La Plata, un club vecino, pero muy poquito. El está sepultado en el panteón de los periodistas, porque su papá era un periodista de la agencia Télam.
Pablo Balut: “Sí, me acabo de acordar una cosa. A Otilio lo asesinaron. Su cuerpo apareció...”.
En efecto, a Pascua lo encontraron en una bajante del Río Luján, con las manos atadas a la espalda y una pesa en los pies. Su familia se enteró después que el cadáver había permanecido como un mes en el agua, junto al cuerpo de una mujer.
Hernán
“A mí, un tipo conocido del rugby, pero de otro club, me agarró un día en 8 y 48 de La Plata y me dijo: de los veinticuatro tiros, uno fue para él y los otros veintitrés para ustedes.”
El arquitecto Barandarian, tan locuaz como memorioso, se refiere a Hernán Rocca, el primer asesinado del club, en abril de 1975. “Lo de Hernán fue como un bombazo, porque era un jugador vigente, de la Primera, que un día estaba y al otro día lo mataron”, completa Diego Sánchez Viamonte.
“Nosotros esa semana llegamos de Europa y el club nos dio la libertad de tomar una decisión, porque a la semana siguiente comenzábamos el campeonato contra Champagnat, que nos ofreció postergar el partido. Pero decidimos jugarlo en honor a Hernán y el minuto de silencio duró diez. Cuando empezamos, estábamos como unos indios y ganamos con trece jugadores porque el hooker se lesionó rápidamente y después se quebró la tibia y el peroné otro compañero. En esa época jugábamos en Primera...”, describe el más veterano del grupo.
Pablo Balut recuerda cómo pesó aquella muerte en el espíritu de su padre: “Yo sé que mi papá comenzó a militar por lo que le pasó a Hernán Rocca. Fue como un click que le hizo en la cabeza”.
Mariano y Pablo
“A mi tío Mariano lo secuestraron en la Capital Federal y a mi papá en Mar del Plata...”, cuenta Pablo, quien milita en H.I.J.O.S de La Plata, como lo hizo en otra etapa su hermana Ana. Ciertos detalles de la desaparición de su padre los consiguió recrear a través de testimonios recogidos en su familia.
“Se dieron cuenta de que había pasado algo raro con mi viejo cuando el 26 de octubre no llamó para mi cumpleaños. Era muy extraño que no me saludara. A él lo habían secuestrado el 24 y ése fue el disparador que los llevó a sospechar. Yo cumplía cuatro y nosotros estábamos en La Plata”, asegura. Ana, su hermana, señala otro hecho que sorprende a los demás: “Un dato interesante es que mi mamá estuvo presa. Y mi vieja no militaba. Yo no sé bien en qué fecha fue, pero me aseguró que no militaba”. Diana Inés Montequín se entregó en el Regimiento 7 de La Plata, fue sometida a una parodia de juicio, sobreseída más tarde y liberada.
“Cuando secuestraron a mi viejo, los militares tenían contactos con la familia. Lo hacían para obtener más información. O para venderle información trucha. Iban al negocio de mi abuelo y le pedían plata o vinos a cambio de ciertos datos. Hasta pusieron a trabajar a una persona en su negocio. Ese era la forma en que manejaban la situación”, agrega Pablo.
Mariano Montequín y Pablo Balut (p) eran cuñados, como también hijos de conocidos comerciantes platenses de indumentaria. Además, no tenían antecedentes de militantes en la familia. El primero fue secuestrado el 6 de diciembre de 1977 en la Capital Federal por un grupo de tareas. Desapareció junto con su pareja, Patricia Villar, y Virginia Casalaz, que continúan en esa condición hasta hoy.
“Una de las preguntas más interesantes que debería hacerse es cómo este grupo, en el que estaban Santiago, Otilio, mi viejo y mi tío, llegó a militar en una organización marxista leninista”, se interroga Pablo, quien en H.I.J.O.S propicia una investigación histórica sobre el PCML.
Operativo en Mar del Plata
Verónica Sánchez Viamonte tiene los ojos de un azul profundo como su hija Emilia, la nieta del “Chueco”. Cuando la Marina secuestró a sus padres, Santiago y Cecilia Eguía –la hija de un ex presidente de La Plata Rugby Club–, ella tenía apenas tres años y su hermana menor, dos.
Luego de que Pablo Balut aportara el dato de dónde vivía su padre con el matrimonio Sánchez Viamonte y Otilio Pascua –en la calle Corrientes 2732, de Mar del Plata–, Verónica repite la trágica historia que debe haber explicado decenas de veces: “A mí me contaron que ese día estaban todos juntos almorzando, menos Otilio, que había salido a comprar papas. Fue cuando apareció un grupo de civil que le preguntó a la portera del edificio si los conocía. Como la encargada tenía buena relación con mis viejos y los demás, les dijo: viven en tal piso. Entonces se quedaron esperando al que había ido de compras y se llevaron a todos. Incluso había más gente que papá, mamá, el viejo de ellos (por Balut) y Pascua”. Corría el 24 de octubre de 1977.
Pablo y el arquitecto Barandarian mantienen una discusión no saldada sobre cómo inició su militancia el grupo integrado por Sánchez Viamonte, Montequín, Balut, Pascua y Rocca, entre otros. Pero los dos coinciden –y Diego, Verónica y Ana asienten– en que los desaparecidos del club La Plata eran muy buena gente y que su compromiso con la sociedad en que les tocó vivir, debería ser reivindicado.
“No creo que haya una mancha que pueda encontrárseles. Por eso, en el club se los respeta y nadie va a ocultar quiénes eran. La Plata reivindica a todos...”, sostiene Barandarian. Ana Balut lo interrumpe para decir que, quizá, haya un reconocimiento de los antiguos compañeros del grupo, “pero no sé si del club como institución”. Y Pablo cierra la enésima ronda de testimonios con una reflexión que pretende ir más allá, como él mismo dice, de “si fueron buenos tipos, buenos jugadores o militantes de una época lejana”.
“Reivindicamos su lucha –afirma– porque es una lucha que está vigente. Dentro de nuestro país hay gente que se sigue muriendo de hambre. Acá cerca de las canchas de rugby, tenés una villa miseria ahí, otra más allá. Las cuestiones fundamentales por las que pelearon nuestros viejos hoy continúan. ¿Qué los llevó a pibes de clase media, media alta, a jugadores de rugby, a ser parte de organizaciones revolucionarias?, es la pregunta que yo me hago. Eran cinco jugadores de Primera División, pero todavía no se los recordó en ningún partido.”