–¿En qué términos se puede proponer, desde la antropología, estrategias de abordaje sobre el alcoholismo?
–Especialmente en Canadá, equipos de antropólogos empezaron a trabajar mediante estrategias sociales o culturales sobre problemas como las adicciones a drogas duras y las conductas con altos niveles de violencia. Advirtieron que, en grupos en situación de pobreza y marginalidad, lo que ellos llamaron “círculo de la pobreza” conduce a la repetición de estos fenómenos: el propio grupo, encerrado en sí mismo, fomenta esa circularidad. El antropólogo Michel Tousignant propuso actuar mediante estrategias de redes sociales, apuntando a que los sujetos puedan reinventar sus relaciones, y uno de los ejemplos más fuertes, que yo por mi parte estudié, es el de la adicción al alcohol.
–Los antropólogos actuaron directamente sobre comunidades en relación con el alcoholismo...
–Ante todo recordemos que se trata de la adicción más fuerte que existe y la que tiene consecuencias más graves; el alcohol mata mucho más que cualquier droga, la tasa de muertes por heroína es muy baja en comparación con las que causa el alcohol. Bueno, la biomedicina, o aun estrategias complejas como la de Alcohólicos Anónimos, pueden suprimir el consumo en unas pocas semanas pero sucede que, cuando el sujeto vuelve a su grupo de pertenencia, al poco tiempo está tomando otra vez. No es que en su grupo haya que emborracharse necesariamente, sino que el alcohol forma parte de la vida colectiva, como elemento simbólico, de modo que quien deja de beber se excluye del grupo. Entonces, la propuesta es trabajar con habilidades, no impuestas sino elaboradas con el sujeto, para constituir nuevas relaciones en las que sea posible no tomar.
–Es un planteo alternativo al de grupos como Alcohólicos Anónimos.
–El planteo más conocido, sin duda, es el de Alcohólicos Anónimos, pero no todo sujeto puede entrar en ese perfil, hay un porcentaje que rechaza esa estrategia. Entonces, se trata de construir una sociabilidad donde el alcohol exista, sí, pero no devore al sujeto. Seguirá siendo un sujeto que bebe alcohol pero ya no un alcohólico. El sujeto de Alcohólicos Anónimos dice: “Soy alcohólico y no puedo tomar más”. Estos otros dicen: “Tengo un problema de alcoholismo pero lo voy a controlar colectivamente; no dejaré de tomar, pero procuraré manejar el alcohol de manera que no me dañe”. En términos teóricos, esta estrategia se inscribe en la política de reducción de daños, que se viene desarrollando en distintos países: en Gran Bretaña; en la autonomía española de Cataluña; en América latina, con algunos grupos brasileños, y también en la Argentina, no ya referida al alcoholismo sino a otras drogas, en ONG como Intercambios.
–Esa aproximación rompe el dogma de que el alcohólico no debe tomar la primera copa...
–Es que ése no es un dogma sino una estrategia, la que encontró Alcohólicos Anónimos. Esta entidad construyó un ritual, llamado de los 12 pasos, tremendamente codificado. No suele saberse que esta estrategia deviene del psicoanalista Carl Jung. Uno de los que fundaron Alcohólicos Anónimos era un médico que se había analizado con Jung, que había estudiado cómo distintas enfermedades mentales, en culturas distintas de la occidental, se resuelven o controlan mediante estrategias rituales. Los 12 pasos requeridos por Alcohólicos Anónimos son expresión típica de un ritual de ascensión que fue muy estudiado por los antropólogos. Es el mismo que se manifiesta en el juego de la rayuela, como expresión de algo que alguna vez fue sagrado: el punto de partida se llama tierra y, por una serie de pasos, se llega al cielo.
–¿Otras estrategias antropológicas sobre el alcoholismo también recurren a rituales?
–Sí, pero no ya con la formalización rígida que presenta Alcohólicos Anónimos. Hay un ritual muy eficaz que se creó en el nivel de la espontaneidad colectiva, hace más de 40 años en México; nadie sabe quién lo creó. En ese país la Virgen de Guadalupe tiene una significación especial, que no la tienen la Virgen de Luján ni la de Santa Rosa de Lima. Alguien puede ser guadalupano aunque no sea mayormente religioso; una broma común es que los mejores marxistas son a su vez los más guadalupanos que hay. Se trata de una religiosidad que va más allá de la Iglesia Católica, más allá de toda iglesia; en todo caso responde al sentido originario de la religación. Bueno, entonces yo puedo ir a cualquier iglesia y jurar que no voy a beber por una semana, o por un año; hago el juramento y lo pacto con el cura. Entonces, puedo seguir participando en el grupo de mis amigos de la cantina; ellos sí tomarán, claro, pero no me van a exigir que tome porque yo hice el juramento de la Virgen y entonces puedo, como sujeto, decidir no tomar.
–¿Hay más abordajes del alcoholismo en esta línea?
–Muchas veces se atribuyen problemas de alcoholismo a brujería o hechicería: una mujer, celosa o despechada, le envía un hechizo a un hombre para que se vuelva alcohólico, de modo que se destruya o quede supeditado a ella. Esto sucede incluso en la Argentina, y en Perú, México, Centroamérica o el sur de Estados Unidos. Y dio lugar a curadores populares que se especializan, unos en hacer el hechizo, otros en contrarrestarlo. En Estados Unidos, los curadores que intervienen contra el hechizo han sido incorporados a los programas de atención primaria en salud mental, ya que revelan eficacia contra el alcoholismo. Ciertamente, cada estrategia funciona para algunas personas y para otras no.
–Esto puede ligarse a un tema que usted ha estudiado mucho, el de las medicinas étnicas o tradicionales: ¿en qué plano se ubica su eficacia?
–Las medicinas cumplen funciones diferentes según los grupos en que se desarrollan. Se puede aducir que, en los grupos étnicos de bajo nivel tecnológico, las medicinas tradicionales suelen ser de baja eficacia. No me refiero a las culturas que produjeron medicinas del nivel de la ayurvédica, en la India, o de la medicina mandarina en China. Incluso en México, los grupos étnicos han generado “hueseros”, especialistas en huesos, y “culebreros”, especialistas en tratar picaduras de víboras o alacrán, bastante eficaces. Pero es cierto que en muchos casos las medicinas étnicas pueden ser de baja eficacia, no han podido controlar tasas altísimas de mortalidad infantil y otros problemas. Pero gran parte de las medicinas étnicas contribuyen a la identidad de los sujetos, a su pertenencia, definen mecanismos de seguridad para garantizar formas de relación que son fundantes para el grupo.
–¿Por ejemplo?
–Médicos que iban a trabajar en zonas rurales de México se asombraban cuando, ante la enfermedad de un miembro, a la consulta iban todos. No sólo los padres: las tías, las abuelas. Al doctor se le llenaba el consultorio porque la consulta era un acto colectivo. Esto entra en contradicción con la noción de que la enfermedad es un hecho individual. Para ellos era un hecho que requiere apoyo social, y entonces iba toda la familia. En las medicinas étnicas, muchas curas son actos colectivos. Muchas curas chamánicas son rituales cuya eficacia simbólica está ligada a que el sujeto forme parte de ese grupo: la mayor parte de su eficacia no reside en su técnica sino en el efecto simbólico de operar como elemento de integración, de reconocimiento de la identidad, que sirve enormemente a la continuidad de un grupo, a su capacidad para resistir.
–El ejemplo que usted daba, de la consulta al médico, plantea la interacción con la medicina llamada occidental.
–La medicina occidental ha tenido penetración en los sistemas médicos étnicos. Recuerdo uno de los primeros trabajos que hice en México, hace tres décadas, en una comunidad de Yucatán. Cuando entrevisté a uno de los chamanes, resultó que el medicamento que más indicaba a sus pacientes era un producto de la biomedicina, el Valium, el diazepán; lo usaba no sólo para cuestiones de salud mental, sino también para aspectos físicos. Era, por lo demás, la época de lo que en México se denominó la lluvia de diazepán, cuando los médicos recetaban a diestra y siniestra esa droga. En todo caso, quiero decir que la medicina étnica no es fija, estancada, inmóvil; como la biomedicina, tiene su dinámica de cambios.
–Pasemos a lo que usted, en diversos trabajos, ha denominado “biologización y racismo en la vida cotidiana”: entre diversos ejemplos, inquietantes, usted incluye el caso de la “hiperactividad” o “déficit atencional” en los niños.
–Es un “diagnóstico” que remite a cambios en el estilo de vida y en la estructura familiar. Ya en los años ’60, un famoso antropólogo británico, Edmund Leach, planteaba, como drama de la sociedad británica, la reducción y caída de la familia extensa: la familia extensa permitía que las broncas se solucionaran, se descargaran o se agotaran por intermedio de las múltiples relaciones entre hermanos, tíos, sobrinos... Pero, al quedar la familia reducida a la pareja más uno o dos hijos, quedó cargada con un monto enorme de situaciones conflictivas de la vida cotidiana, que casi fatalmente conducían a agresiones en la pareja y con los niños.
–Ese fue el origen del diagnóstico de “hiperactividad” infantil...
–Ese fue el punto de partida. Más específicamente hubo un sociólogo británico, Peter Conrad, que se dedicó a la “hiperkinesis”, como se llamaba hace unas décadas a los que ahora se llaman “trastornos de atención”. Conrad escribió una tesis de grado, después publicada como libro, donde encuentra que, antes de la década del ’50, ese síndrome, que hoy es el segundo diagnóstico psiquiátrico en Estados Unidos, simplemente no existía. El síndrome de hiperkinesis o déficit atencional fue creado en esa década por dos pediatras norteamericanos. En realidad, estos pediatras lo refirieron a situaciones de relación social, pero después se biologizó tremendamente, se planteó como un problema de origen biológico y, para algunos, genético. En México, como en la Argentina, es un diagnóstico cada vez más difundido, y el tratamiento suele ser con ritalina, que ha sido señalada como droga adictiva.
–¿A qué respondería esa nueva “patología infantil”?
–Conrad sostiene, con una fórmula paradójica, que el trastorno de atención no es de los niños, sino de los padres. Y esto tendría que ver no sólo con que las relaciones microsociales están cada vez más empobrecidas al interior del grupo familiar, sino con una búsqueda de goce del sujeto, en términos individualistas. Entonces, su tiempo tiene mucho más valor que antes: sí, puede utilizarlo para estar con los hijos, pero no demasiado. Esto depende del sector social, y en todo caso conduce a un tipo de educación donde, ya al año y medio, el chico va a un jardín o guardería. A partir de esta situación, el hecho de biologizar el comportamiento del chico permite tratarlo más rápidamente.
–Este sería, en su criterio, un caso particular de una biologización más generalizada de la sociedad actual...
–Sí. No hay que confundir el discurso prevalente sobre los derechos humanos con lo que realmente está ocurriendo en el mundo. Las políticas eugenésicas ya estaban presentes en Europa y en Estados Unidos desde bastante antes de la aparición del nazismo. El proyecto de exterminio hitleriano se embrocó en algo perfectamente aceptado por la mayoría de los países de Europa y Norteamérica. Y se vinculaba con la investigación genética, que tuvo un desarrollo fenomenal en las décadas del ’30 y dels ’40, y no sólo en Alemania. La masa más importante de genetistas, en cantidad y calidad, estuvo también en Austria, en Checoslovaquia. Por otra parte, Gran Bretaña contaba con leyes eugenésicas, que incluso mantiene hasta nuestros días; por ejemplo, si, a juicio del Estado, una madre no cuida suficientemente a sus hijos, la ley se los quita aduciendo precauciones vinculadas con lo hereditario.
–¿Qué pasó después de la derrota del nazismo?
–La caída del nazismo marcó un fenomenal retroceso, en lo público, de la investigación genética, de la que los nazis habían hecho un uso perverso. La posición biologista continuó, de todos modos, no tanto en la genética sino en trabajos como los de Konrad Lorenz sobre el imprinting, la impronta que se marcaría en los momentos posteriores al nacimiento. En realidad la eugenesia reaparece periódicamente. En los años ’60, en Estados Unidos, bajo la presidencia de Lyndon Johnson, en el marco de la “lucha contra la pobreza”, se advirtió que las mujeres pobres, generalmente afroamericanas o de origen latinoamericano o indígenas, se caracterizaban por tener muchos hijos. Entonces, se desarrolló un plan de esterilización. Casi nadie se enteró de eso.
–¿Y después?
–En América latina, a fines de los ‘80 y principios de los ‘90, en Brasil, Perú y otros países, se llevó adelante una brutal campaña de esterilización. No en la Argentina, donde la población es relativamente baja. Pero en Perú solamente, bajo el gobierno de Alberto Fujimori, fueron esterilizadas 250.000 mujeres indígenas. En México se esterilizó no sólo a mujeres sino a varones, siempre de origen indígena. El auge de la esterilización coincidió con la profundización de la pobreza en América latina, en las llamadas “décadas perdidas” de los ’80 y los ’90. No se esterilizó a cualquiera, sino a poblaciones de determinados orígenes.
–Usted señala en un trabajo que las estadísticas epidemiológicas en Estados Unidos apelan a criterios étnicos: el “hispano”, el “afroamericano”, para clasificar a la población.
–Claro, se naturaliza que la distribución de los padecimientos se organice según indicadores de orden racial. No sucede así en otros países. Se trata de una mezcla de elementos biológicos y raciales, que corresponde, en su base, a una concepción eugenésica de fines del siglo XIX y principios del XX.
–¿Qué factores harían reaparecer el racismo?
–Con el correr de las décadas, los factores de control ideológico posteriores a la caída del nazismo se fueron diluyendo; especialmente a partir de la etapa neoliberal, vuelve a haber permiso para hablar desembozadamente de la investigación genética sin referirse a sus posibles consecuencias. En este sentido, a futuro, soy muy pesimista. En 2002, en Barcelona, publiqué un libro sobre esta cuestión (La parte negada de la cultura. Relativismo, diferencias y racismo). Allí anticipaba para Europa el desarrollo de un fenómeno racista muy fuerte, y debo decir que resultó adelantarse mucho más de lo que había previsto entonces. Creo que la genética habrá de ser utilizada nuevamente como instrumento de legitimación de propuestas raciales. En Italia, el triunfo de la Liga Norte, de Umberto Bossi, plantea desembozadamente criterios raciales que pueden parecer delirantes.
–¿Y en otros países de Europa?
–Se pronostica que, en 2050, la mayoría de los habitantes de Francia será de origen musulmán. El Estado francés tiene muy clara esa perspectiva de crecimiento, no sólo demográfico sino social, y trata de implementar políticas sociales para controlarlo. Hace poco, por ejemplo, se dispuso que en ninguna institución estatal se puede portar signos religiosos. Pero probablemente llegue un momento en que estas políticas no sean suficientes. Se empezará entonces a implementar otro tipo de políticas, a partir de la generación de sujetos violentos. Ya empezó con los estallidos juveniles en París y Toulouse. En términos de biologización, se analizará cuántos de esos sujetos violentos son de origen musulmán. Y se diseñarán instrumentos que justifiquen medidas de separación, segregación, encarcelamiento.
–¿Hay posibilidad de diferenciar entre esta “biologización” y las posibilidades clínicas que podría ofrecer la investigación biológica?
–Todo conocimiento puede ser usado para bien o para mal, depende de cómo se orienten las cosas. Las posibilidades extraordinarias que ofrece la investigación genética pueden ser utilizadas en distintas direcciones. En algunos países, como India, ha empezado a usarse para evitar los nacimientos de sexo femenino. No se trata ya sólo de los países centrales. Hay varios países, como Corea y China, cuyo desarrollo científico y tecnológico puede sobrepasar en poco tiempo el de Europa y Estados Unidos. Y no se puede saber quiénes, desde el poder o desde sectores de influencia, podrán utilizar ese desarrollo en favor de intencionalidades negativas. Al fin y al cabo, la historia de la ciencia es la pregunta por quiénes se apropian de ella.
—... por la política en la que la ciencia se inserta.
–Los planteos biológicos siempre van ligados a instrumentos ideológicos y culturales. Estados Unidos es el país que tiene mayor cantidad de presos en relación con su población, y la mayoría no son “arios”: son de origen afroamericano, indígena, hispano. Y generalmente están presos por causas nimias. Las dos causas mayores de prisión en Estados Unidos se vinculan con el alcohol y las drogas. Todo esto forma el caldo de cultivo racista que dará lugar a otros instrumentos. La ciencia, aunque les pese a los científicos, será apropiada para justificar medidas racistas como aquella que comenté de los años ’60, cuando se esterilizaron miles de mujeres afroamericanas y amerindias y nadie dijo nada; los médicos, el personal de salud que intervino, no se rebeló y aceptó las órdenes, igual que había sucedido bajo el nazismo.
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