Desde Gualeguaychú
–El lunes se complica, muchacho, eh –le advierte a un camionero un paisano rozagante mientras le entrega un volante, una hora antes de comenzar la asamblea.
–¿El lunes cortan para todo el mundo? ¿Está decidido antes de la asamblea? –le pregunta PáginaI12 a Alfredo De Angeli, que saluda a automovilistas como candidato en campaña.
–Nooo –estira la mano y piensa una respuesta ingeniosa que nunca llega–. No sé por qué dicen eso. Es que acá la gente está muy cansada, los tengo que frenar.
De Angeli sonríe, muestra los dientes blancos y explica que “están importando productos lácteos de China mientras cierran dos tambos por día”, frase que repetirá ante quien se le cruce, sin aportar ningún dato que sustente esa afirmación. Los tamberos piden un aumento de precios, con su consiguiente impacto sobre los consumidores.
La asamblea de productores entrerrianos combina autoconvocados con seguidores del presidente de la regional local de la Federación Agraria. Lo único que parece diferenciarlos es la bandera de fondo.
–¡Alfredo, vení, te quiero conocer! Soy García Veiga –sonríe un hombre mayor desde su auto.
De Angeli se transforma en El Contra, de Juan Carlos Calabró, cuando le hablaba a un Pedro fuera de cámara, y grita:
–¡Muchachos, miren quién está: García Veiga!
La paisanada no precisa más datos. Sabe de fierros.
–Es de la época de Pairetti, del viejo Di Palma –le explican a un pibe.
PáginaI12 comienza a hablar con los ruralistas y De Angeli no pierde pisada.
–Este es primo de Lousteau. Cuando nos enteramos perdió la virginidad –arremete con fino humor.
“Lo único que le interesa a este gobierno es que se siga sembrando soja, porque recaudan. Es lo único que más o menos les cierra”, asegura Nicolás Lousteau, presidente de la FAA de Urdinarein, sin parentesco con el ex ministro de Economía. “Las bases quieren cortar ya, no sé cuánto podremos aguantar. Los productores van a pérdida y encima nos acusan de golpistas. Nuestra vocación es producir alimentos y, obviamente, queremos ganar plata. Pero el Gobierno tiene que mirar la última parte de la cadena de producción, tienen que subsidiar al tambero y no a SanCor o a La Serenísima”, rezonga.
“Dicen que trabajamos en negro. Pero andá a inscribirte como operador de granos y contame. Piden tantas cosas, hay tantas trabas burocráticas que es imposible”, sugiere un arrendatario de 100 hectáreas de Venado Tuerto. “No nos conviene trabajar en negro. Pagamos IVA cuando compramos y no lo recuperamos: perdemos el 10,5 cuando vendemos más una retención del 18 por ciento por futuras ganancias. Es una política recaudatoria y confiscatoria. El Gobierno habla con los grandes exportadores, con Grobo, que si pudiera me alquilaría hasta el gallinero porque él sí recibe compensaciones por todos lados”, lamenta.
Sale el sol. Los autoconvocados deciden cortar el tránsito durante quince minutos y se forma una cola de doscientos metros.
–Corte total –informa Crónica TV.
–Es para concientizar –explican en medio de la ruta.
Cuando lo levantan, los camioneros hacen sonar sus bocinas de transatlántico. Al costado de la ruta, desde las once de la mañana, esperan ocho camiones. Cada uno tiene 600 bolsas de arroz: 30.000 kilos. Las cargaron en Paso de los Libres y debían llegar antes de las seis de la tarde al puerto de Ibicuí, donde espera un barco que sale para Venezuela.
–No es como ir a un depósito, que si llegás tarde cargás al día siguiente. ¿Qué hacemos si el barco se va? –interroga un camionero. –“No jodan porque les quemamos las gomas”, nos amenazaron. Estoy calentito, pero son muchos –se sincera.
A las cuatro, cuando las panzas están rebosantes y las botellas vacías, De Angeli se sube a la caja de una soberbia chata tapada de barro. El único acompañante del paisano estrella es Luis Miguel Etchevehere, titular de la Sociedad Rural de Entre Ríos.
–Muchachos, no trajimos audio, parece que habíamos perdido la costumbre –arranca Alfredito, como lo llaman aquí–. Esta asamblea es para ver cómo seguimos. Está claro que estamos en paro y que el 8 vamos a estar en San Pedro. Pero después de los dos actos grandes y de la caída de la Resolución 125 la gente común cree que los problemas se solucionaron. ¡No solucionaron nada! Acá hay gente de toda la provincia (enumera pueblos), muchos delegados. Escuché la idea de seguir el lunes. ¿Cómo seguimos, muchachos? Los transeúntes nos tocan bocina con simpatía. Quiero escuchar a la asamblea. Levanten la mano y les doy la posibilidad de que se expresen –concede.
Un par aprueba la moción.
–Adhiero pero que sea en Ceibas –propone un gaucho–. Esta lucha va a durar tres años más, al menos eso quiero yo –confiesa, sin desarrollar la idea.
–¡Están pasando los camiones de arroz! –gritan atrás.
Es cierto: avanzaron diez metros, a paso de hombre. La reacción no se hace esperar. Muchachos con dientes apretados y energía contenida se les plantan adelante. Arranca la discusión.
–¡Callate la boca, mocoso de mierda! –ordena un gaucho sediento de sangre, mientras amenaza con una rastra oxidada.
–¿Por qué no les cortan a todos? –desafía un camionero.
–Dijeron que en cuatro horas seguíamos –reclama otro.
–Es un paro agropecuario. ¡Lo granos no-pa-san! –separa en sílabas un autoconvocado.
–¡No se discute más! ¿Qué tanta historia, viejo?
A veinte metros, De Angeli sigue hablando. Propone volver el lunes a las diez. Uno pide a las ocho. Acuerdan a las nueve. “La modalidad del corte la decidimos el lunes”, anticipa, y hace una pausa para arrancar el cierre.
“El 11 de marzo dijimos que sabíamos cuándo empezábamos pero no cuándo terminábamos. El Gobierno está jugando con la indiferencia, muchachos. Por eso tenemos que saber que el viaje es largo, que vamos a tener que seguir yendo a Buenos Aires y golpeando puertas. No precisamos que nos ayuden, necesitamos que nos dejen trabajar. Pero tenemos que ser estrategas porque ellos son estrategas. Hay que tener cuidado”, advierte.
La gauchada aplaude y canta: “¡El campo, unido, jamás será vencido!”.
Los camioneros y los hombres de pocas pulgas siguen discutiendo.
–¿Le pregunto a Alfredo si los liberamos? –plantea uno.
–Dale.
El tránsito empieza a fluir. Desde el piso superior de un colectivo los pasajeros saludan a los gauchos y una monja los bendice. El Dios argentino nunca se equivoca de bando.
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