A través del Banco Central, el Gobierno dio la señal de una suba significativa en las tasas de interés, que inmediatamente se reflejó en un aumento del costo del dinero para diversas transacciones, aunque en diferentes proporciones. El rendimiento ofrecido a los ahorristas en plazo fijo subió, en promedio, unos cinco puntos (tasa nominal anual); la tasa por créditos a personas y empresas lo hizo entre seis y ocho puntos, mientras que las que se cobran por saldos deudores con tarjetas de crédito se elevaron en más de diez puntos, superando el 50 por ciento anual. El resultado inmediato ha sido la recomposición de la tasa de ganancia de los bancos, que podrán disfrutar sin necesidad de salir a colocar un solo crédito, simplemente usufructuando su condición de emisores de tarjetas de crédito. A mediano plazo, otro efecto puede ser un fuerte impacto recesivo, si las expectativas de suba futura del dólar se mantienen y las autoridades económicas siguen recurriendo al mecanismo de sostener tasas de interés muy elevadas en pesos para competir o desalentar la compra de divisas para atesoramiento o especulación.
La decisión del Banco Central de elevar las tasas de corto plazo en la licitación de las Lebac del martes 15, pasando del 29 por ciento anual anterior al 38 por ciento de ese día, fue el anuncio de largada para la escalada de todas las tasas. Desde el Ministerio de Hacienda y Finanzas, a través del propio Alfonso Prat-Gay, se justificó la medida señalando que era el precio a pagar para “levantar el cepo”. Un precio que no resultaba tan caro el martes 22, cuando el dólar parecía estabilizarse apenas por encima de los 13 pesos y el Banco Central lograba absorber liquidez del sistema pese a ofrecer dos puntos menos en la licitación de Lebac para los plazos más cortos (36 por ciento anual para colocaciones a 35 días). Sin embargo, las tasas activas por saldos deudores en tarjetas de crédito no tuvieron el mismo rebote: se mantuvieron por encima del 50 por ciento.
No es necesario hacer gran esfuerzo para entender por qué las entidades financieras aplaudieron la decisión del Banco Central de elevar abruptamente las tasas, al mismo tiempo que eliminaba las regulaciones sobre el costo del dinero para las distintas formas de financiamiento. La renta extraordinaria que obtendrán los bancos por las sobretasas repercutirá inmediatamente en sus resultados, aunque es improbable sus consecuencias a mediano plazo.
Lo previsible es una contracción del consumo con tarjetas de crédito, cuyo costo de financiación se elevará sustancialmente. Este instrumento, que ha sido uno de los motores principales de la economía en los años recientes, desaparecerá en ese rol o, al menos, lo atenuará. Una suba prolongada de las tasas también tendría consecuencias en una reducción de la apertura de nuevos créditos, tanto de empresas como de personas, lo cual preanuncia un impacto recesivo sobre el conjunto de la economía. Esta retracción en el crédito vendría a interrumpir un proceso, extendido en el tiempo, de crecimiento del crédito al sector privado, a un ritmo del 40 por ciento anual.
Los pronósticos sobre cuánto se deberá prolongar el lapso de tasas elevadas difieren, incluso entre especialistas del sector neoliberal. Unos entienden que tasas de interés superiores al 40 por ciento tendrán un impacto necesariamente recesivo si se mantienen por todo un trimestre, por lo que consideran que debería evitarse siguiendo el proceso de descender escalones semanalmente en las licitaciones de Lebac. Otros, en cambio, sostienen que este nivel de tasas es insuficiente para contener una corrida hacia el dólar una vez que se supere el período de liquidación de exportaciones por las cerealeras. Si el precio a pagar es más alto, habrá que pagarlo, afirman muy ortodoxos. Aunque ello signifique atar la economía a la voluntad del capital financiero.
Pero hay aun una tercera corriente de opinión, también inscripta en el pensamiento neoliberal, que quedó expresada en un reciente estudio del Ieral, el instituto de investigación de la Fundación Mediterránea. De acuerdo al mismo, la experiencia de 1980 a la fecha indica que la suba de tasas nunca pudo suprimir las presiones sobre el tipo de cambio.
Las autoridades económicas imaginan, en tanto, un horizonte más despejado luego de un par de meses de “acomodamiento” del mercado, con un dólar estabilizado y ya sin necesidad de tasas tan elevadas, lo que permitiría retomar políticas de reactivación económica. Siempre que la especulación financiera no busque sacar nuevas ventajas. En este último caso, la consecuencia inevitable será una profunda recesión, empezando por una caída del consumo que la suba del costo de financiamiento de las tarjetas de crédito ya está provocando.
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